Paisajes para no colorear es una obra protagonizada por 9 adolescentes de entre 13 y 17 años que plasman en escena sus experiencias como mujeres, como personas que enfrentan las exigencias de un Chile que les impone roles y silencios debido a, primero, ser mujeres, y segundo, ser menores de edad. Una crítica sensible al adultocentrismo y la forma paternalista en que se entrega la educación sexual, que se presenta con funciones de jueves a domingo en Centro Cultural Gabriela Mistral hasta el 4 de agosto.
«Enfrenta los discursos de la movilización feminista del colegio con la intimidad del hogar»
Recomendada -y además con descuento- para adolescentes, la obra no tiene adultas fingiendo ser menores, al contrario, son las niñas en tránsito a ser aceptadas como mujeres adultas por la sociedad las que se suben a las tablas y dan cuenta de sus testimonios y aventuras. Eso lo explica una de ellas hablando con la voz más infantil que puede, además de señalar que la dramaturgia es una creación colectiva en base a cientos de testimonios. Luego comienzan con datos para las estadísticas de la obra: 8 de las nueve están a favor del aborto, tres han tenido relaciones sexuales, una vio a su papá escupirle a su mamá.
Dado el nombre de la pieza teatral pareciera que los espectadores enfrentarán un contenido denso, cargado de testimonios oscuros o deprimentes que hablen del abuso y la violencia sistemática que las organizaciones feministas han denunciado en los últimos años. Pero no es así. De hecho, después de las estadísticas que describen a las 9, vemos un cuadro que causa carcajadas entre la audiencia. Una de las jóvenes tiene una bebé de plástico que llora constantemente. Cuando la golpea con el suelo para que se calle recibe las miradas acusatorias de sus compañeras, que la recriminan por ser mala mamá. Entonces la joven se explica, narra su maternidad forzada y repentina. Culpa al alcalde de la comuna, a quien llama el padre de su bebé. Como dice ella, la culpa es de Joaquín Lavín. Es que el edil tuvo la iniciativa de incentivar la educación sexual distribuyendo bebés de goma y circuitos electrónicos en los colegios, y la niña en escena le tocó un bebé hijo de una madre que abusó de las drogas, por lo que la guagua tiembla de manera constante mientras llora para simular el síndrome de abstinencia que tiene por herencia. Otra cosa que heredó el bebé es su color de piel afrodescendiente. La niña, en tanto, quiere dejar a la bebé y jugar con sus amigas, pero si lo hace reprobará biología. Aquí cabe preguntarse ¿Qué entiende Chile cuando hablamos de educación sexual? Paisajes para no colorear es una propuesta desde el rol educativo del teatro.
Cambio. Otra de las jóvenes toma la palabra. Tiene un short corto y un top que deja a la vista su ombligo. Baila. Desde el fondo una del grupo la interpela “Detente, ¿no ves lo que provocas entre los hombres del público? Deja de bailar así”. Por qué, cuestiona la niña. Por qué hay que detenerse, actuar distinto, bailar distinto, por qué hay que hacer cualquier cosa de manera diferente a la forma en que se quiera hacer solo porque unos hombres no son capaces de pensar fuera de la forma básica y sexual en que fueron enseñados por otros hombres y otras mujeres; cuestiona. Más adelante este grupo de señoras moralistas tomarán la palabra para defender su postura en escena. Sátira y contraste.
Cambio. “¿Recuerdan que al principio les dijimos que una del grupo vio a su papá escupirle a su mamá? Su papá se enteró de esta escena y decidió no venir a ninguna de las funciones. Le pedimos ahora ayuda a alguien del público para ella pueda sentir que le habla a su papá”. Este es quizás el cuadro más emotivo de la obra. Cargado de un sentimiento que apunta a la lucha entre niñez y adultez, un tránsito empático con la madre -la mujer grande- que enfrenta los discursos de la movilización feminista del colegio con la intimidad del hogar, donde manda el más fuerte, es decir, el papá. “Mírame, papá”, pero el hombre sigue imperturbable tras su diario. “Mírame, papá, escúchame, no quiero tener que sacarte de mi vida”.
La tensión del llanto brota en el escenario y entre la audiencia, y la emotividad es conducida de manera fluida a un momento en que las 9 se refugian en la casita de muñecas a cantar. “Ven y cuéntame la verdad (…) cómo fue que me dejaste de amar”. El grupo de mujercitas canta y transmite sus emociones por las redes sociales, se les corre el maquillaje, pero siguen entonando unidas y a todo pulmón, como las niñas que (a veces) son. Un momento de sororidad, un carrete de amigas, una catarsis que enfatiza un mensaje: juntas son más que nueve.
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La escenografía es sencilla, una casa de muñecas, una mesita, unas sillas y una muñeca inflable. Todo tiene su momento de expresión, incluso la muñeca. La mujer objeto, leída por las adolescentes. La sociedad que permite la comercialización de una reducción de la mujer, interpelada por 9 mujeres.
Con dirección de Marco Layera, Paisajes para no colorear se presenta de jueves a domingo en GAM hasta el 4 de agosto. La función del 26 de julio tendrá un conversatorio posterior. Adolescentes entre 13 y 18 pueden comprar la entrada por solo $2.000 directamente en boleterías del centro cultural.
Dramaturgia Creación colectiva, basada en más de 100 testimonios de adolescentes chilenas
Apoyo dramatúrgico: Anita Fuentes y Francisca Ortiz
Dirección: Marco Layera
Asistencia de dirección: Carolina de la Maza
Asistencia de escena: Soledad Escobar
Elenco: Ignacia Atenas, Sara Becker, Paula Castro, Daniela López, Angelina Miglietta, Matilde Morgado, Constanza Poloni, Rafaela Ramírez y Arwen Vásquez
Psicóloga: Soledad Gutiérrez
Diseño escenográfico e iluminación: Pablo de la Fuente
Diseño de vestuario: Daniel Bagnara
Música: Tomás González