Las obras de Betsabeé Romero rescatan la tradición y hacen ver la realidad cotidiana desde una nueva perspectiva. Sus inicios en el arte se vinculan a su infancia, cuando sus abuelas instalaban ofrendas en las salas de sus casas y cocinaban durante los días previos a todosantos, compraban ingredientes y narraban anécdotas sobre sus abuelos, quienes murieron trágicamente y siempre fueron un tabú, con excepción del día de los muertos. Estas tradiciones de la cultura mexicana, le ha permitido posicionarse ante la historia, entenderla y, a partir de ella, reflexionar y construir significados a través de las imágenes.
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¿Cómo describirías tu obra, y en qué se nota la influencia de México en tu trabajo?
México no es sólo una influencia en mi trabajo, es origen y destino de muchas de mis reflexiones, es la fuente de mi energía, de mis referencias más profundas. Es el punto de partida de todos mis trayectos, reales y simbólicos. En mi confluye el palimpsesto de culturas de que está formado el mestizaje que llevo dentro.
Además, la memoria es algo muy importante en mi trabajo, y por eso busco recuperar, dignificar, honrar la memoria de lo que se niega, se rechaza, se olvida o se distorsiona en nuestro pasado. En una sociedad donde se producen y distribuyen mentiras cínicamente, me parece importante, por lo menos tratar de devolver el poco o mucho conocimiento que tengamos sobre lo que nos interesa, de la manera más honesta y profunda que podamos y en ese sentido, quiero que se visibilice ese México que se oculta, se discrimina, se niega, se minimiza, se falsea o se engaña.
México está relacionado con mi trabajo, no sólo en cuanto a las referencias iconográficas que retomo, sino en tanto que modo de abordar el lenguaje del color y de la luz, como código de ordenamientos, geometrías y composiciones de un discurso visual. Sin embargo, me parece muy importante que mis raíces sean solo un punto de partida para dialogar con preocupaciones que van mucho más allá de lo local, pienso que en la actualidad no existen problemas locales y aislados ya que de una o de otra manera responden a entramados de poder y dependencia que son globales.
¿Qué rol juega la tradición y el consumismo en tu obra?
Dos temas muy diferentes. Las tradiciones son detonadores importantes en mi interés de activar dispositivos culturales que ayuden a regenerar el tejido social, no todas las tradiciones son igual de potentes y ricas en significantes y significados para lograr este objetivo, es por eso que hay que trabajar e investigar mucho para detectar esos elementos que permiten abrir espacios diacrónica y sincrónicamente para dialogar, cuestionar, comprender y sobre todo recordar y activar la enorme cultura e historia que nos sustenta como comunidad y que nos puede ayudar a regenerar el tejido social que está tan dañado en la actualidad.
En cuanto al consumismo, mi trabajo con los vehículos, además de hablar de la movilidad como fenómeno fundamental en el hombre a partir de la modernidad, también se adentra en la necesidad del reciclaje en un mundo de usar y tirar.
Automóviles y autopartes son reciclados y en el caso de los neumáticos no sólo reciclo el objeto como basura eterna de la industria de la velocidad, sino que lo reciclo como instrumento mismo ya que haciendo una reversa simbólica los hago funcionar como sellos cilíndricos, grabando iconografía utilizada en éste tipo de objetos para sobreponer la función de la memoria a la de la velocidad.
En este sentido también me interesa descolonizar el material y la factura con que están hechos, en mi caso se vuelven artesanales y se producen lenta y manualmente, recordando que el caucho es un material de origen prehispánico al igual que el chicle, que también incluyo en algunas de estas piezas. Ambos, protagonistas de una historia de esclavitud y colonialismo que llevó al caucho a ser emblemático de la velocidad y, al chicle del consumismo sin sentido. En mis piezas ambos materiales regresan a la memoria y se hermanan en un comentario de descolonización y cuestionamiento tanto de la velocidad como del consumismo.
De la mano del sustrato simbólico surge la fractura del consumismo, que en contraste con la tradición –o, si se prefiere, como expresión de esta–, aparece como un producto de la modernidad. En el trabajo de Betsabeé es el automóvil el objeto que representa tanto la movilidad como el reciclaje de lo desechable, ambas características determinantes en el desenvolvimiento del hombre contemporáneo. Grandes instalaciones dispuestas por Romero en espacios abiertos muestran los vestigios de esta dicotomía.
¿Qué narrativa te ocupa actualmente?
Conceptualmente, desde hace 20 años, he trabajado investigado y participado con el tema de migración en diferentes exposiciones, talleres y sobre todo he producido una serie de piezas alrededor del tema tanto en la frontera sur como en la frontera norte de México, con migrantes legales e ilegales en Estados Unidos y de igual manera he trabajado el tema en Europa, Australia, Sudáfrica y América del Sur.
La frontera como un lugar transgeográfico; la cultura como un fenómeno opuesto a toda idea de frontera, como un fenómeno en movimiento, migrante por naturaleza. El arte y la cultura son un patrimonio que se lleva dónde uno esté y que pertenece a quién la viva.
Desde el punto de vista formal, me interesa mucho la arquitectura y el color, lo que me llevó a trabajar con el papel picado y con su sombra. Me interesa producir piezas que sólo con la luz, el color y la sombra del papel picado, de forma totalmente low-tec, generen un misterio más allá de lo bidimensional. Lograr sorpresa con un trabajo lúdico en un momento donde todo parece explicarse y lograrse con dispositivos de alta tecnología. Con un elemento tan frágil y ligero como es el papel picado, la idea es transformar un dibujo sobre papel de china en formas y colores tridimensionales, piezas fuera de la lógica de lo que llamamos a simple vista, que es sinónimo de una mirada momentánea que sólo ojea y no pregunta, que sólo busca impactos visuales a toda velocidad y que definitivamente no puede llevar al espectador a entablar una verdadera relación con una imagen artística.
En las sombras de mi obra con papel picado, aparecen colores y formas que no vemos en el primer plano, atrás de lo que vemos a primera vista hay otra imagen guardada y develada sólo por quienes se detienen a ver el otro lado de las cosas. Por otro lado, en estos momentos donde la historia parece sumergirnos en un mundo de oscuridad y de sombras, hace falta redescubrir el color desde ahí, hacerlo aparecer desde la oscuridad.
Por último, he trabajado desde hace más de 10 años con grandes maestros del arte popular mexicano con los que no sólo he aprendido la maestría de su trabajo sino que hemos trabajado juntos en diferentes proyectos y me siento muy orgullosa de hacer equipo con ellos y de poder en la medida de lo posible dignificar su trabajo como parte del patrimonio cultural vivo más valioso que conozco.
Finalmente, ¿cómo ves la interacción del público con tu obra? ¿Qué trabajos recuerdas con cariño?
Disfruto muchísimo la relación que se entabla con el público en las instalaciones del Día de los Muertos. Creo que es una celebración que, lejos de estar desapareciendo, lleva resistiendo, sobreviviendo y ganando fuerza desde las culturas prehispánicas. Mis instalaciones del Día de los Muertos son participativas, transitables y hablan de los temas que más han causado muertes en el año, todo eso me permite recopilar, en cada una, todo lo que la gente quiere dejar en ellas.
Por ejemplo, la instalación Canto al Agua, que realice en el zócalo de la Ciudad de México, donde instalamos 113 trajineras (pequeños botes llenos de flores que circulaban en los canales de la Ciudad de México desde la época prehispánica). Cada uno de estos botes, además de flores y luz, tenía ediciones limitadas y fueron realizadas específicamente para este evento, en cerámica de talavera, serigrafía, dibujo sobre calaveras en látex y otros objetos de mi autoría.
Mis mejores amigos me prepararon psicológicamente para aceptar que estos objetos se fueran yendo con el paso de los días. Hubo 750.000 personas de público el primer día y el evento duraba cinco días, por lo que no era posible protegerlos ni sustituirlos. Sin embargo, y para sorpresa de todos, al final de los 5 días, la instalación había sido respetada en su totalidad y lejos de haber sustraído los objetos que la conformaban, la gente participó y nos dejó sus propios mensajes.