Skip to main content

“Porque creo que los monstruos son los santos patronos de nuestras imperfecciones y nos permiten la posibilidad de fallar y seguir adelante”

– Guillermo del Toro

La estrecha relación entre los monstruos o ángeles que cargamos, puede darnos un indicio de cómo opera el inconsciente al momento de crear. Sin embargo, mucho de lo que hacemos excede nuestro alcance y lo que aparenta ser un acto reflejo, termina siendo lo gravitante. Eso que involuntariamente emana y saca de raíz aquello que ni siquiera sabemos que existe o nos perturba. En ese contexto se incuban muchas de las obsesiones que surgen en las obras de Alejandro Gatta, Tamara Contreras y la dupla conformada por Bárbara Aguirre y Carolina Spencer, múltiples miradas que se cruzan desde enero del 2018, en la Galería Espacio O.

Encandilado por la figura femenina Alejandro Gatta, músico y fotógrafo, nos hace preguntarnos quienes son esos Jinetes Fantasma, que dan cuerpo a una serie fotográfica que ya viene trabajando desde 2011, y que como él mismo asevera, parece eterna. Conformando una insoslayable relación en la que emergen no sólo sus monstruos más desconocidos, sino sus diosas más veneradas, en un ejercicio dual donde se confrontan un sinfín de sensaciones como: timidez y violencia, seducción y perversión. Sentimientos ambivalentes encarnados por estas anónimas enmascaradas como parte de un jugueteo cómplice entre el fotógrafo y ese jinete fantasma que rapta a su amada, en una tácita y a la vez clásica alegoría entre lo prohibido y lo permitido, que aquí se ejemplifican superando incluso la socorrida capucha, con el hecho de mostrarse a través de ese único y solitario ojo, que observa a ratos temeroso, seductor, desafiante y malévolo, o si se quiere complaciente, pero por siempre monstruosamente impredecible, como cada mujer que se muestra y a la vez no se deja ver, casi como un inesperado y furtivo secreto. Así, logra una representación que supera la subjetividad al congeniar elementos contrapuestos, que aunque lo neguemos, están presentes como parte de este perverso afán que fricciona y ficciona nuestra realidad más profunda, esa que nos sitúa en una condición límite. Transición que hace del misterio su poderoso aliado, en cuya corporalidad subyacen tanto las fantasías como las debilidades y por supuesto, cada una de esas enigmáticas mujeres que sin proponérselo aniquilan todas las barreras.

Por otra parte, Tamara Contreras en El derrumbe de un sueño, ilustra dramáticamente el desplome de un anhelo, expresado en una serie fotográfica que testimonian el “efecto colateral” del 11 de septiembre de 1973. Su obra simboliza en el trauma que sufre no sólo el conjunto habitacional llamado Ministro Carlos Cortés, hoy conocido como Villa San Luis, sino en el centenar de pobladores que se quedaron sin casa, cuando el ejército toma el poder, se apropia del terreno y lo vende para que empresas inmobiliarias levanten sus torres de cristal sobre las ruinas de este sueño. Más allá del valor nominal, lo que hace la artista cobra especial significación, cuando por sobre la recuperación de la memoria histórica, evidencia el sinsentido del totalitarismo y una realidad fracturada por el destino, con un hábitat que reclama su lugar. Porque como dice Walter Benjamin: “Articular históricamente el pasado no significa reconocerlo –como realmente fue– significa tomar posesión de una memoria cuando se enciende al momento del peligro”. Un devenir que aquí reconecta al individuo con su entorno social y político, desde una variante opresiva marcada por la injusticia y la destrucción, pero también como un acto de desobediencia contra el poder arrollador del tiempo que devela las huellas de su inclemente transcurrir.

En último término, encontramos a Bárbara Aguirre y Carolina Spencer, ambas artistas emergentes con Hacer Visible, que en definitiva representa el primer ensayo expositivo derivado del Taller de Tutorías (2016 – 2017), como un experimento que exige un acompañamiento del proceso creativo, pero ante todo una retroalimentación entre sus creadoras, tránsito que ha sido fundamental, ya que se deben congeniar arquitectura y fotografía como un gran feed-back estético que posibilite el complemento. Instancia lograda a partir de una noción de ciudad que se entremezcla con la fantasía, ya que ambas traspasan la barrera de la realidad, relativizándola. Al punto que Bárbara Aguirre, entreteje una trama de elementos entre sólidos y traslúcidos que dan cuenta de esta fusión a través de una arquitectura invisible, donde todo gravita producto de este entrecruce de sutiles elevaciones que dan forma a un lenguaje de mágicos relieves. Instante preciso para que aparezca Carolina Spencer, con un trabajo a partir de la práctica con la fotografía análoga en blanco y negro, que trae como resultado un archivo de imágenes que dan pie para jugar con la ambigüedad de una realidad que termina recomponiendo desde un collage, que la artista recorta manualmente, albergando distintos referentes con los que se da el lujo de distorsionar el tiempo y el lugar, dejando abierta la posibilidad de volver a articularlo mentalmente, como si fuese un gran rompecabezas fotográfico.

En suma Espacio O, hace una interesante contribución con esta muestra, ya que amplía su propio espacio con tres exposiciones que en simultáneo develan además de talento “un cuánto hay” de lo que el inconsciente nos proporciona al momento de crear. Como esa Minotaura que abrió esta triple muestra de Jinetes Fantasma, El Derrumbe de un Sueño y Hacer Visible con una performances sonora a cargo de Ana Barros y Juan Pablo Cacciuttolo, en este desborde de obsesiones venidas de lo más profundo de la naturaleza humana.