William Kentridge | Basta y sobra

La primera vez que tuve la oportunidad de ver en directo una pieza de William Kentridge (Johannesburgo, 1955) fue hace un mes a consecuencia del galardón que le fue otorgado en Oviedo. El Premio Princesa de las Artes goza de mucho prestigio internacional y me pregunto: ¿qué tiene este artista de especial frente a otros autores?, ¿por qué Kentridge?

Al sumergirme en la obra More sweetly play the dance (2015), descubrí la importancia de su papel en el análisis transversal de la cultura contemporánea. La multidisciplinariedad, el anacronismo y la visión social dejan entrever un mensaje contundente, alimentado por una visión estética en lo relativo a la forma y, política, asentada en el fondo.

Kentridge navegó entre artes y política durante su formación. Más allá de la relación siempre existente entre ambas disciplinas, su obra, o mejor dicho, su proceso creativo, ha ido generando un efecto de bola de nieve, que descendiendo por la montaña, se hace cada vez más grande y sigue creciendo a día de hoy. Esa bola impregnada de ideales, es modelada por Kentridge a través del dibujo, el videoarte, el collage, la performance, la instalación, la interpretación, la música, el teatro, la ópera, la animación…

La parada que ha hecho en Madrid nos deja un reflejo de todo ese proceso vital, en un mundo en el que, “bombardeados de impulsos e impactos hemos de construir lo que somos”[1]. Cuando las palabras, contables, se diluyen en trazos, gestos, sonidos o imágenes, ofrecen visiones mucho más completas de una experiencia. La importancia de los valores hápticos me revela que como sapiens que somos, gran parte de nuestro desarrollo a lo largo de la historia ha venido dado por todos estos procesos existencialistas, por nuestra relación con el entorno a través de la manipulación de los objetos. Veo en Kentridge una persona consecuente con esa idea de la bola de nieve que crece con experiencias conformando todo un proceso iniciado con su primera creación, que no terminará hasta su muerte.

Dicho esto, entiendo el dibujo como la génesis de su obra, como acción básica de relación con el entorno, acto puro que construye todas sus propuestas retroalimentándolas constantemente con el resto de disciplinas artísticas. Performar el dibujo. Animar los trazos. Bailar la monocromía. Movimiento continuo.

En el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía podemos disfrutar hasta el 19 de marzo de 2018, de una retrospectiva que recoge la faceta más performativa de Kentridge. La muestra, comisariada por M. Borja-Villel y Soledad Liaño, nos proporciona desde lo plástico, una visión detallada de sus obras operísticas y teatrales.

Un viaje que comenzó en los albores del siglo XX a raíz de sus inquietudes por lo escénico, ha dado como resultado, tres obras de teatro y cuatro óperas. Piezas que plantean a través de un único protagonista, problemas sociopolíticos en los que vemos el arte como arma, como herramienta para el relato histórico, como imagen de una geografía atacada por la opresión, el despotismo y la avaricia.

En Woyzeck on the Highveld (1992) paisajes industriales de Johannesburgo envuelven la historia de un obrero, que como el soldado de la obra homónima de Büchner, termina asediado por las duras imposiciones de un contexto injusto.

En relación a esta obra de teatro, asistimos a la presentación de Wozzeck en 2016. Una ópera basada en la pieza de Berg de principios de siglo XX y estrenada hace poco más de un año en el Festival de Salzburgo. Kentridge retoma los paisajes a carboncillo que le caracterizan, acentuados por una mortandad y una violencia que remite a la I Guerra Mundial, eso sí, reubicada en un entorno sudafricano.

Basándose en la obra de Goethe nace Faustus in Africa! (1995), donde presenciamos una recontextualización en la que el paisaje idealizado y estigmatizado por la visión de Europa sobre este continente, nos habla del daño y las consecuencias del colonialismo. Esta vez, Fausto vende su alma a cambio de hazañas en África y, Kentridge genera una escena apoyado en material de archivo y proyectando localizaciones como telón de fondo con el dinamismo que le caracteriza.

Ubu tells the truth (1996) es una animación que parte de una serie de ocho grabados, la cual se proyectó parcialmente durante la obra de teatro que creó un año después, Ubu and the truth comisión (1997). Esta representación, así como la película, remiten al concluido Apartheid, una contundente denuncia de la violencia acaecida en el sur de África.

Un año después asistimos a la presentación de su primera ópera: Il Ritorno d’Ulisse (1998). A diferencia del triunfante Ulises en la costa mediterránea de Monteverdi, Kentridge nos propone un Ulises endeble y quebradizo, postrado en un hospital de Johannesburgo. Esta primera ópera se sirve de la serie de dibujos History of the Main Complaint, combinados con otros de ruinas de la antigua Grecia y paisajes de Johannesburgo, generando un ambiente que habla por sí mismo. En la muestra también tenemos la oportunidad de ver una videoinstalación que realizó meses después en relación a esta pieza, Ulises: ECHO scan slide bottle. Una cuádruple proyección que se hila a través de un cuarteto de Beethoven.

La nariz (2010), es una de sus grandes propuestas. Parte de una serie de 30 grabados en los que critica la subordinación social y profesional, en un contexto postrevolucionario. Vemos como la plástica nos remite a la vanguardia rusa, desde el vestuario hasta las composiciones de siluetas y collages. Esta vez el dibujo ya no es el envoltorio, sino las ocho películas que creó a modo de preparación en 2008. I am not me, the horse is not mine, es el nombre dado a este compendio de películas en forma de videoinstalación, que sin duda, los comisarios han sabido presentar de manera impecable. Una sala que suscita gran tensión, en una espacialidad con una atmósfera atrapante. Perfecto colofón de la muestra.

En Lulu (2013) encontramos a un personaje con mucho carácter, controvertido y egoísta y, a diferencia de la Lulú misógina de Berg, ésta muestra una personalidad más abierta que no se adapta a la idea de mujer pasiva y sumisa. Esta vez no se sirve del carboncillo, sino de dibujos a tinta china que invaden la escena con representaciones de arquitecturas, animales y objetos. Tres años después del estreno, Kentridge recupera la figura de Lulú en una instalación con claras referencias al dadaísmo. Una estructura automatizada con forma de teatrillo, que parece bailar con las proyecciones de figuras y dibujos que se reproducen sobre ella.

Tras este resumen de la exhibición, concluimos una experiencia en la que realidades occidentales son reinterpretadas y adaptadas a un contexto sudafricano apaleado por la historia reciente. Distopías para todos los sentidos que inevitablemente nos acercan al concepto de gesamtkunstwerk[2], donde encontramos la música, en un sincretismo que habla por sí solo; el dibujo y la instalación, como escenografías de una realidad común; o la acción e interpretación, como movimiento constante. Se resuelve así la pregunta inicial. Un premio más que merecido.

[1] Frase dicha por el propio Kentridge en la presentación de la exposición Basta y Sobra, en el Reina Sofía el 1 de noviembre de 2017.
[2] Concepto atribuido al compositor de ópera Richard Wagner, quien lo acuñó para referirse a un tipo de obra de arte que integraba las 6 artes. Obra de arte total.

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