Es imposible olvidar aquella tarde de 2005, cuando el noticiero de la televisión anunció que se habían “robado” una obra de Rodin del Museo Nacional de Bellas Artes. Una tragedia para el país, por sus relaciones diplomáticas con el extranjero, una evidencia tácita sobre la despreocupación y falta de seguridad de los museos de este país… Las dudas fueron (son) múltiples, entre lo incómodo de una situación que evidencia la realidad y una verdadera obra de arte… No pasaron muchas horas, y el resultado es conocido por todos.
Este año, la historia se hace presente, esta vez con el testimonio de todos los involucrados en el documental Robar a Rodin. Un film que debiera ser obligatorio para todos los estudiantes de arte por que muestra cómo ocurren las cosas en Chile, y la pregunta debiera ser ¿quién somos para juzgar el “arte”?
Aquella millonaria obra de Rodin fue entregada 24 horas después de su desaparición. Luis Onfray, un tímido estudiante hizo la entrega, argumentando que la había robado como parte de un proyecto artístico en el que quería comprobar que “una obra de arte estaba más presente no estando”, señala el comunicado de prensa.
Doce años después, Cristóbal Valenzuela, quien conocía al Luis Onfray desde la universidad, indagó durante 6 años entre artistas, abogados, teóricos, guardias de seguridad y el joven estudiante, no solo las implicancias del caso, sino el desenlace y actuar de las instituciones involucradas, con una mirada policiaca y cómica “Ambas líneas, lo policial y la comedia, funcionaban como un vehículo muy interesante para hablar en el fondo de temas como el arte contemporáneo, su función, la definición de arte y el rol de los artistas en las sociedades”, comenta en el comunicado.
Producido por la destacada documentalista María Paz González y recientemente premiado como Mejor Documental Latinoamericano en FICViña, funciona como “un relato detectivesco que nos permite ironizar sobre el estado del arte contemporáneo y las contradicciones del quehacer artístico”.
La productora María Paz González confiesa que uno de los obstáculos fue lidiar con el bloqueo del Museo Rodin, en París, quienes se negaron a que grabarán en sus espacios, además de prohibir a toda su gente relacionada a hablar con los realizadores. “El Museo Rodin interpretó que nuestra película era una ‘apología al robo’, que quedaba la idea de que era divertido andar por ahí robándose obras de Rodin. Si bien hay una ironía con respecto al absurdo del hecho nunca fue la intención plantearle eso al espectador. También fue muy difícil conseguir a Milan Ivelic. El robo es uno de sus peores recuerdos de todos los años en los que estuvo a cargo del museo. Recordar eso no era algo que le generara interés, por eso agrademos mucho la apertura al diálogo que tuvo el museo y las autoridades que se vieron vinculadas al caso, las que entendieron la dimensión reflexiva que proponía la película en torno al arte y al quehacer del artista”, indica González.