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“Nada hay en la mente que no haya estado antes en los sentidos” (Aristóteles).

 

Desde el 7 de septiembre al 15 de octubre Arte Al Límite está exhibiendo en el Centro Cultural Estación Mapocho la muestra Dos caras de la artista chilena Paula Swinburn, propuesta enmarcada dentro del ciclo de exposiciones que participan de la Colección Al Límite, Sin Límites, que se exhibe por primera vez en Chile convocando a más de 100 obras de 60 artistas internacionales y nacionales.

Dueña de un elocuente uso del color como elemento base, donde la sola presencia del blanco de fondo agrega un contraste que realza limpiamente las formas encapsuladas en estas Dos caras. Espontáneo acto donde Swinburn genera una visualidad que intenta dar cuenta de las profundas dimensiones que esconde una pintura cargada de simbolismos y sugerencias, donde la percepción tiene su propia voz. Haciendo suyo lo dicho por Paul Gauguin –  “El color como la música, es cuestión de vibraciones”. Pulsión que más allá de lo visible está presente en su fuerza interior y sobretodo en esa potestad que determina la relación estímulo-respuesta que es administrada por el inconsciente, dando cabida a esos coloridos microcosmos repletos de  emoción. Muchos de los cuales ya tuvieron su estreno el pasado año en la Universidad de Talca, con la muestra El enigma del espejo, y que hoy retoman el gesto pictórico a partir de un hecho declarado por la propia artista – “Tiene que ver con la necesidad de vivir la pintura de una manera corporal, emocional y mental a la vez”.

Una combinación de factores que aquí se van entretejiendo hasta lograr esta mímesis de doble cara, en una suerte de calco o refracción donde se dan cita mundo interior y naturaleza. Ambos expresados de manera compacta, como una vívida ágata llena de bandas de microcristalinos colores que al igual que ese enigmático mineral, irradian armonía, equilibrio y energía. Múltiples tópicos surgidos en la medida que se conectan con un espectador ávido de entender ese escueto universo, donde lo sensorial toma la palabra para seducir al ojo mediante una espontaneidad cromática que de algún modo supera la concreción, apelando a un imaginario más generoso de lo habitual, en el entendido que el significado – la mayoría de las veces – supera al significante, puesto que la imagen mental resultante es con creces más poderosa, en particular cuando se privilegia la transparencia para conformar un ingrávido marco de por sí amplifica la profundidad de lo representado. Posibilidad de expresión que además constata con esa introspección que la propia artista declara – “Me di cuenta que una manera de lograrlo era trabajar sobre transparencias, mostrando el anverso, que es lo que pinto y veo, y el reverso que vendría a ser lo desconocido para todos”.

 

Un quehacer que ciertamente reconoce las claves de una obra que va de la translucidez a la voluptuosidad de un color que permanentemente muta. Hecho que ya se constata en su serie Reflejos, del 2012 en propuestas que si bien correspondían a otros proyectos, ya exhibían rasgos de un indiscutible parentesco con esta nueva muestra, donde además la refracción incrementa aun más la posibilidad de interpretación por parte del espectador, quien es cautivado por la reversibilidad de esta doble faz. Dicho de otro modo, Paula Swinburn, sin perder lo esencial de su sello, estrechamente vinculado a esa urgente necesidad de mostrar lo que lleva dentro, invoca un expresivo y dual espejo que replica esa cara que falta o muchas veces desconocemos. Un maravilloso y vital secreto, donde el pigmento se desplaza de un lado a otro con total fluidez, como un furtivo amasijo de franjas y trazas de colores que a ratos nos recuerda al versátil artista mexicano Marco Lamoyi (1957), con su reconocidas “pinturas de pinturas”, y ese gesto técnico con el que logra una transmutación material, mezclando lo escultórico, lo objetual y lo estrictamente pictórico. Incidental acercamiento que en sí debe verse como un denominador común que prontamente es mediatizado por esa visión holística que agrega Swinburn, a través de una grácil expresión al sobrepasar su frontera interior, proponiendo un repertorio visual que cambia el semblante de estas Dos caras, como parte integral de un proceso de maduración sistemática que va más allá de la lícita búsqueda, dando prioridad a una estética que trasunta su propia personalidad, otorgándole al color un protagonismo que cada vez se hace más notorio. Lo que supone un juego pictórico divergente entre figura y fondo, que a ratos pudiera percibirse como fortuito, pero que a la luz su naturaleza, termina siendo indispensable.