“La obra es la máscara mortuoria sobre el rostro de la concepción”
(Walter Benjamin).
Entre el 7 al 25 de septiembre el artista colombiano Maquiamelo, presenta en el Centro Cultural Estación Mapocho su obra Divas, un conjunto de retratos o esculturas de rostros, la mayoría transcritas en fotografías lenticulares 3D, en las que despliega una reflexión acerca de la fragilidad o perpetuidad de la fama, la vida, la muerte y la enigmática hermosura que éstas ocultan. Propuesta enmarcada dentro de la serie de exposiciones como parte de la Colección Al Límite, Sin Límites, que se exhibe por primera vez en Chile convocando a más de 100 obras de 60 artistas internacionales y nacionales.
Divas es una muestra que gira en torno a la fuerza arrolladora de la belleza, pero ante todo, de cómo ese incalculable esplendor es puesto a prueba en bellas mujeres hollywoodenses y celebridades donde el escultor colombiano, emulando las prácticas de los Jíbaros amazónicos, reproduce un ritual llamado tzantzas, en el que se reducían las cabezas de los guerreros y a su vez cosían sus bocas para retener su espíritu. Encapsulamiento que el artista, aprovecha para decirnos que cada una de estas reputadas cabezas siempre resplandecerá en nuestro inconsciente como un sublime talismán, que nos brinda protección y al cual veneramos incondicionalmente. Hecho que se potencia con lo dicho por el historiador y crítico Álvaro Medina – “Maquiamelo no es un retratista tradicional. Ha asociado el parecido de la belleza de rostros femeninos que todos conocemos a una práctica ritual que horroriza. Al mismo tiempo le confiere a cada retratada una trascendencia sobrenatural que estremece, intriga y en últimas convence”.
Así Maquiamelo, articula una unidad narrativa que pondera la fragilidad de la belleza, y al unísono la solventa como un referente indiscutible para dar forma a esta divinización que adquiere rasgos de espejismo. Manufactura dual donde se dan cita estrellas como Marilyn Monroe, Bette Davis, Michael Jackson, Grace Kelly, Audrey Hedburn Andy Warhol e incluso la dulce Hello Kitty, haciendo gala de su luminiscencia, pero también de esa natural opacidad que el artista acarrea como secuela inevitable de la existencia. Como sucede con esas estrellas fallecidas prematuramente, que permanecen “intactas” en la memoria visual. Sin envejecer como un emblema de la eterna juventud o sex-simbol. Mito que Maquiamelo se encarga de desplomar con un bis a bis en el que colisionan la vida real y la mitología mediática enarbolada en un transitorio espejismo del cual se apropia para demostrar que todos llevamos una máscara mortuoria en perenne estado de latencia, la que aflora cuando uno menos lo espera, como aquí se constata en los ojos cerrados, la piel marchita, las caras yertas y maquilladas a la fuerza.
Asimismo, da cabida a lo ilusorio, evocando a las clásicas Vanitas del Barroco, en una latente virtualidad, donde la muerte nos guiña el ojo intentando seducirnos. Enajenación con la que el artista prolonga su parodia, en virtud de esa sobredosis de fama y/o descomunal ascensión que estos personajes detentan. Flanqueando, lacerando y poniéndolos a prueba, a través de sorprendentes fotografías lenticulares que van mutando en la medida que el espectador las observa, reflexiona y se estremece al sentir ese vaho, sobrenatural y mortecino emanado por ellas. Idea que refuerza el crítico colombiano Juan David Quintero – “Las Divas de Maquiamelo nos transportan a un espacio mórbido, degenerativo del cuerpo, que a la vez guarda su belleza hasta el último instante”.
Sin ir más lejos, estas Divas que se mantienen incólumes, potenciando su imagen a través del tiempo, como un idolatrado fetiche a venerar sin sesgo, el que además se hace extensivo al visitante, ya que el artista instala un Espejo (2015), donde puede ver su cabeza reducida y sonreír, a no ser que tenga la boca cosida. Ironía que por sobre el natural juego, muestra nuestra permanente propensión, pero además que cada cual puede ser una estrella de su propio firmamento. Reconociéndose en esta aproximación que de por sí establece un nexo entre ambas entidades: la idealizada y la develada. En un perpetuo jaque a la vanidad.