“La forma de una ciudad
cambia más rápidamente
que el corazón de un mortal”
(Charles Baudelaire).
Santiago, ciudad capital, no es sólo un punto donde convergen muchos de los vicios y las virtudes de la grandes urbes, sino un lugar donde la transversalidad de las expresiones tienen lugar en 2.000 m2 dentro del Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM), convirtiendo la cuarta versión ArtStgo 2017, en un boulevard cultural de encuentro y venta, pero además en un territorio donde debaten críticos, curadores y galeristas, en torno al quehacer de más de 150 artistas -consagrados y emergentes- que este 19 y el 20 de agosto exhibieron sus pinturas, esculturas, fotografías, obras digitales, ilustraciones y collages generando un feed-back, a través de conversatorios e instancias donde el público pudo relacionarse directamente con los autores de la muestra.
Por un lado están quienes conectan su trabajo con la ciudad, viéndola por una mirilla lenticular tan vasta que va de la continua alusión a la prevalencia como en Arquitectonas de Nemesio Orellana, quien al intervenir fotográficamente los espacios, acopla los volúmenes, haciendo del caos una forma de apelar por una ciudad que crece sin lógica. Como un cuerpo al cual se le extraen o se le injertan miembros. Como sucede con Isadora Concha y este paisaje urbano transmigrado sobre un medio natural. Contrastando con María José Pedraza y ese juego de refracciones en torno a un referente que ha hecho suyo: el agua. Simbólico componente del aislamiento citadino expresado en pulcras y solitarias piscinas. Al que se agrega María Gabler supliendo los vacíos con miméticos cubículos que quiebran la fisonomía del paisaje en un abordaje urbanístico que se adueña del entorno. Distinto al escenario descrito en la obra de Alejandra Delfau, quien hace de lo difuso un motivo para el desvanecimiento progresivo del paisaje. Ejercicio pictórico radicalmente opuesto al planteamiento de Raimundo Lagos, quien funde fotografía, elementos geométricos y modulares para crear un efecto óptico en torno a un paisaje de por sí atemporal e ilusorio.
Sin embargo, están aquellos que impregnan su obra con una profunda mirada intimista, como Alejandro Gatta, quien nos incita a adentrarnos en una perturbadora atmósfera de cautividad cómplice entre él y su transitoria enmascarada, presa de glorificadas obsesiones y fantasías. En una postura inversa, pero igualmente seductora aparece Tully Satre, artista estadounidense quien resalta con un sistema de trabajo mediante una grilla hecha con capas y tiras de tela, superponiendo el plano físico tejido contra un plano pictórico, logrando un retrato que él mismo define como pintura-objeto. En esa armazón de imágenes sinérgicas surge Francisco Peró con una inquietante duplicidad visual que interpela al espectador. Fabulación en la que se inscribe Pilar Elorriaga, al crear mundos imaginarios, recurriendo a la superposición por medios digitales y fotografías en caja de luz.
No obstante, donde la imaginería alcanza un punto relevante, es en Yaikel, artista proveniente del street art y del grafiti, que se suma con una briosa pincelada creando su propia jerga, llena de exaltación cromática y formas que nos llevan a la embriaguez de una extravagante naturaleza. Colindando con ese universo de contracorriente aparece Mario Soro, mostrando además de su ya consabido oficio, todo un despliegue temático llevado a un juego de ironías que se inicia con Profilaxis (2015) y continúa con una fabulación de criaturas monstruosas planteadas, no desde la mera apariencia, sino como producto del medio en el cual se inserta, cerrando con Motor inmóvil (2017), poniendo al corazón como origen y causa de toda acción.
Así también aparece el argentino Mariano Molina, con una constante reflexión sobre la imagen, afín con el pop, el op e incluso el action paiting, que emplea desde el 2005, en una obra serial que no sólo se reduce a formas repetitivas, sino en disponer cada bastidor como un tablero al cual se le desaparecen piezas en la medida que el juego avanza.
Por su parte, Francisco Cintolesi, siguiendo el camino iniciado al comenzar este año con Infracciones (made in Bella), rompe el estereotipo al emular realidades contrapuestas, con un lenguaje que según su propia visión hace divagar al espectador – “La idea de lo real está siendo objetada, es incompleta o está fracturada”. Transmutación que no obstante, se aleja del trabajo de Iñaki Muñoz, con una pintura holística donde la forma se destruye, para volver a construirse y ser una nueva forma y un nuevo color multiplicando las posibilidades de creación. Las que se replican en la obra de Santiago Ascui con imágenes de aparente ingenuidad, pero que sin embargo, se atreve a combinar en un mismo plano visual elementos provenientes de la pintura, la gráfica y la cultura urbana, creando composiciones donde las figuras humanas se reducen a formas esquematizadas llenas de ritmo y color.
Por eso, y por 150 razones más – ArtStgo 2017 – es una ventana que sin duda descomprime el panorama del arte, aireando los espacios a un horizonte interdisciplinar donde transitan todas las prácticas artísticas.