“La idea no es vivir para siempre,
la idea es crear algo que sí lo haga”
(Andy Warhol).
Desde el Museo Andy Warhol en Pittsburgh llega a Chile, Andy Warhol. Icono del Arte Pop, la mayor exposición de este célebre artista realizada en nuestro país, con más de 228 obras entre pinturas, serigrafías, dibujos, fotografías, grabados, esculturas y material fílmico, que se exhiben en el Centro Cultural de la Moneda, desde el 14 de junio al 15 de octubre.
Warhol (1928 -1987), siempre creyó que las máquinas tenían una vida más fácil, y le hubiese encantado ser una de ellas, para crear miles de obras de arte al día. Aún así, en The Factory, su mítico taller de Manhattan, sólo creó alrededor de 2000 en dos años. En promedio, casi tres diarias. Cifra nada despreciable, considerando que sus obras hoy son subastadas en Christie’s y Sotheby’s en millones. Algo que se ve no sólo como un triunfo, sino en encontrarle sentido a sus osadías – “He decidido comerciar cosas realmente fétidas. Enseguida se convertirán en éxito en un mercado masivo que realmente apesta”.
Inspirado en la cultura de masas, el cine, la televisión, la prensa sensacionalista y la publicidad, el Pop Art, surgió como reacción al Expresionismo Abstracto, por considerarlo en extremo elitista, intelectual y apartado de la realidad social. Instancia en que Warhol supo sacarle partido, desde que irrumpió con su lata de sopa Campbell’s, acercando el arte a la gente, en complicidad con una obra surgida desde lo cotidiano, pero con la fastuosidad de un objeto artístico de apariencia superficial, que conlleva implícitamente una crítica a la misma destemplada sociedad que lo incuba y cría. Una impertinente cámara oculta que develó vicios y virtudes, tal cual lo afirmara el crítico Frank O’Hara, quien lo describió como – “Una escenificación, en un intento imperturbable de descubrir exactamente cuánto habrá de tragarse el público. También es un intento de hacer que el público ponga en duda su propia escala de valores”.
De este modo Warhol prefiguró un mundo en primera persona, donde la erudición y la solemnidad fueron arrasadas por sus ironías: hacer de lo desechable una divisa que perfectamente podía aplicarse a quienes azarosamente accedían a esos 15 minutos de volátil fama: víctimas de accidentes automovilísticos, asesinos y suicidas. Pero en especial a aquellos íconos que sí resplandecían y se eternizaban reproducidos por la obsesiva matriz serigráfica del sueño americano alcanzado por Marilyn Monroe (1967), Sylvester Stallone (1980), Michael Jackson (1984) y Prince (1984). Fluorescente mirada que circunda Andy Warhol. Icono del Arte Pop, donde además se contraponen figuras del ámbito político como Edward Kennedy (1980), con un magnífico dibujo en grafito sobre papel, Mao Tse- Tung (1972), y el cineasta Alfred Hitchcock (1983), con celebridades venidas de su círculo más cercano como Mick Jagger (1975), Miguel Bosé (1980), Elizabeth Taylor – Liz (1964), Carolina Herrera (1978). Porque como dijo Truman Capote -«Es mejor mirar hacia el cielo que vivir en él». Máxima que de por sí encarna la postura de propio Warhol, quien indistintamente podía ironizar con el dólar en su clásico $ (1982) o aparecer en un film de Vincent Fremont, pintando Martillo y hoz (1977), e inmortalizarse en un Autorretrato con calavera (1978), haciendo las veces de una “vanitas”, género pictórico proveniente del barroco, que utiliza simbolismos para demostrar la inutilidad de los placeres terrenales, y al unísono manifestar que todo es un subproducto de los mass media, al introducir centavos en una máquina que toma fotos en serie, para luego las exhibirlas y venderlas como arte.
Por naturaleza controvertido y punzante, genio indiscutido. Warhol, al igual que Jonás, conoce al monstruo desde dentro, por tanto sabe sus flaquezas y no le da tregua, ciñendo su obra en un punto de inflexión permanente. Partiendo de lo frívolo y terminando en una embestida que infringe la retórica academicista, al acercar sus códigos a esa audiencia absolutamente distanciada del arte, pero que ve en él su reflejo. En tal sentido su trabajo se iguala al de otros artistas pop manteniendo un origen refractario, al traspasar la realidad y traslaparla a una obra que subrepticiamente modifica tu perspectiva. Porque como él mismo aseveró – “Se dice que el tiempo cambia las cosas, pero en realidad es uno el que tiene que cambiarlas”. Al refundar sus propios cánones, desplazándose fuera del panoramita estrecho que ofrece el circuito artístico imperante.
En suma, observar su obra supone transitar por la cuerda floja, parodiar los alaridos de la tribu, los afiches publicitarios o lo que la prensa amarillista enarbola. Inigualable arenga repleta de suspicacias, con las que Warhol, se dio el lujo de glorificar incluso con su propio ícono (objeto de deseo y consumo), imbuido en el jet–set neoyorkino. Conspicuo entorno que le permitió reelaborar, venerar o excomulgar a esos dioses que en su momento enalteció como parte sustantiva de un proceso donde al reproducir la rotativa incesante de la maquinaria, alteró y alternó los colores locales, generando una cáustica transferencia con la que horadó los cimientos de una sociedad atiborrada de discrepancias, hipocresías y superficialidades – datos a la causa – que él lanzó como una enguantada bofetada.
Andy Warhol. Icono del Arte Pop, propone un completo itinerario con la obra de un artista que se apropió de cuanto quiso. Desde Zapatos de fantasía (1956) a una caja de virutillas con jabón Brillo (1964), desde jinetes como Willie Shoemaker (1977) a asiduos parroquianos de la legendaria discoteca Studio 54, como Jacqueline Kennedy – Jackie (1964), desde Empire (1964), cinta (blanco y negro), donde en 8 horas de grabación inmortalizo al icónico edificio a Moonwalk, serigrafía de 1987, parte de una serie sobre hitos de la televisión, que preparaba al momento de morir este insuperable creador de íconos e indiscutido y glamoroso Dios del pop.