“Se puede retocar todo, menos el negativo que llevamos dentro”
– Rainer Kunze.
Si bien estos versos del poeta alemán pueden ser aplicables a cualquiera, no es menos cierto que redoblan su sentido cuando se trata de un fotógrafo, pues su visión se basa en la experiencia y Hugo Ángel es su demostración más fehaciente, ya que se conduele al punto de transmitir o mejor aún transmutar al espectador creando un periplo visual que descompone la realidad. Haciendo que uno divague y hasta piense en una mímesis de cuanto ve en la muestra El Riesgo de la luz, exhibida en la Galería Fotografía Chilena del Centro Cultural Palacio la Moneda.
Un derrotero donde lo onírico habla de lugares y personas dejadas de lado, que de por sí frecuentan el limbo del anonimato o indefectiblemente subyacen alejados de la metáfora. Aun así, el autor aglutina estos mundos antagónicos e incluso contradictorios y restaura su propia historia, reconciliando pesadillas y delirios que ante todo te introducen en un claustro imaginario, donde el espectador e involuntario partícipe se pliega a lo dicho por Luis Camnitzer: “Para mí el arte no sucede en el objeto, sino en el observador. El objeto es un pasillo que determina el recorrido entre el artista y el que observa o recibe su obra”.
Hugo Ángel corre un riesgo no solo desde la luz, sino también desde la sombra. Lugar común donde los temores más arraigados se funden en personajes que se enmascaran y desenmascaran. Habitual práctica desplegada con la soltura de quien reconoce una velada desolación e incluso con cierto morbo en el hilo conductor de La Mirada del Otro (1991-93), Gitanos (1993), Evangélicos (1994) y Cronología de Ciegos (1996) mostrando una radiografía del Chile de los 90’, que se complementa con las series S/T (2010) y Mímesis (2015), hasta llegar a Uróboros (2015), proyecto realizado en circos de la periferia de Santiago, con el cual traspasa las zonas inconscientes, desatando las angustias más precoces, echando mano a anécdotas y situaciones que conforman esta buhardilla que además es la trinchera para guarecerse. Un espacio autoral no exento de disensos, dado que reflejan un obsesivo escenario prolongado más allá de los muros plegables de la carpa.
Así Hugo Ángel indaga en un mundo interior que pese a lo críptico descorre pequeñas mirillas por donde se gesta una complicidad entre el autor y este indiscreto visitante que intrusea desde un cerrojo invisible. Eslabón que aprovecha el desenfado de los claroscuros para generar una dimensión espectral, que desvanece la noción de claustro, poniendo a moradores y visitantes en una inestable posición, que si bien llega incluso a la turbación es suavizada por la presencia permanente de niños y los espacios lúdicos que la componen.
Concordante con ello, configura un lenguaje cargado de sentimientos, con imágenes que van en busca de cobijo, en lugares tan pedestres como la serie Santiago (1995), o alegóricos como Valparaíso (2015), serie creada a partir de una residencia fotográfica en el marco del FIFV 2015 y desarrollada en colaboración con el fotógrafo español Alberto García-Alix.
Complementario a esto surge Recta Provincia (2016), serie y registro fotográfico de la isla de Caguach –la isla de la Devoción– con miles de feligreses reviviendo una festividad religiosa inspirada en Cristo Nazareno y un sinfín de almas en pena que claman por salir del reposo al que fueron confinadas para por fin cruzar el umbral de la memoria. Instante en que el fotógrafo les confiere un momentáneo halo de redención, que matiza con surcos de luz que caen sobre un aura que sobrecoge e invita a rememorar a Duane Michals cuando afirma: “Creo en la imaginación. Lo que no puedo ver es infinitamente más importante que lo que puedo ver”.
Contexto de producción en que se instala El Riesgo de la luz, a medio camino entre la aparición y la desaparición. Algo que sin duda puede sonar sobrenatural, pero no lo es tanto ya que es la propia realidad la que cambia su apariencia a partir de un encuadre aparentemente huidizo. Un accionar que la curadora Carla Möller Zunino capta certeramente al decir que Hugo Ángel es experto “en mirar de reojo pero encuadrar de frente”.
Ejercicio común en un asiduo visitante que hace suyas las soledades y los hábitat que se desmembran en ásperas, pero a su vez lúcidas historias develadas por una luz que languidece y a ratos impacta repentina sobre una tambaleante penumbra. Todo para urdir una narrativa lumínica evidenciada en “el uso sostenido del flash directo, estrategia que técnicamente es muchas veces evitada”, hecho relevante que la misma curadora destaca, reforzando la idea del riesgo y la luz como elemento base para retratar esta aplastante realidad.
Sea como fuere Hugo Ángel cruza ese amenazante murallón que debemos sortear, ya sea desde el anonimato o desde el inaprehensible espacio de quien usa las luces y las sombras como un lenguaje habitual para retener un tiempo que inexorablemente desvanece vidas, lugares y momentos. Porque como dice Isabel Pisano: “No sé si soy una persona o un recuerdo”.