Sobre bases aguadas, manchas y pintura al agua, se superponen capas. Decenas de ellas, una sobre la otra, a veces dialogantes y en otras, rotundas, soberbias. Así se va construyendo y visualizando el trabajo pictórico y reflexivo de Francisca Valenzuela, una artista aficionada al color y las oportunidades que este le brinda de sumergirse en viajes interiores, paseos que merodean por lo consciente y subconsciente en un trabajo de materialización sensible.
Se asoman siluetas ocultas, partes de capas profusas. Hay una decena de obras en proceso paralelamente apoyadas sobre la pared. El color se destaca y reclama su protagonismo, suspendido en el espacio por oasis de monocromos, momentos de manchas y paletas controladas. Los colores le engolosinan y el degradé la incentiva a gestar texturas, deslizar las manchas, promover la flexibilidad y versatilidad de la técnica mixta. Así se ve Francisca en su taller, en medio de toda esa información, un torrente que resulta de un trabajo espontáneo e intuitivo.
Por estos días y durante el último tiempo trabaja el tema de lo transitorio. El interior, la mancha y lo sensible. La afición por encontrar en un encuadre todo lo que le nace dentro de sí cuando se enfrenta activamente a la pintura, la impregna de una fluidez que corre por sus manos al momento de la creación. Y le resulta naturalmente, a diario. Horas metida en su taller, escuchando música y dejando que de pronto la expresión sea el vehículo de lo que la verbalización muchas veces no puede contener por su complejidad.
De esos momentos o largas jornadas resulta una obra compuesta. Un trabajo pictórico de técnica mixta en el que materiales como arena, óleo, acrílico, agua, ramas y más se mezclan y entrelazan en una sola pieza. Así trabaja los matices y los consigue. A partir de las posibilidades y la experimentación continua. De ella derivan los combines y las posibilidades del color sobre la superficie que exhiben sus obras una vez terminadas.
Entre materiales y técnicas, ¿qué define tu método y el arte que practicas?
Soy artista de taller. No soy conceptual: no pienso en algo y luego lo ejecuto. Lo mío es intuitivo, Pienso en los trabajos al tiempo en que las ideas van saliendo. Todo aflora de la interioridad, en un viaje interno de épocas, realidades próximas, lejanas. Parecen manchas azarosas, pero son bastante controladas. La paleta de colores también es pensada y determinada.
¿De dónde proviene el huracán de estímulos que consiguen evocar tus obras?
Trabajo con una infinidad de capas, miles de procesos. Un poco de dripping tipo Pollok. En cada capa no borro las huellas anteriores. Puedo partir con manchas más salvajes. Luego lo voy controlando. Quiero que se refleje la cantidad de capas que van construyendo al ser humano.
Por eso trabajo de diez cuadros a la vez. Para no saturarlos, para no dejar toda la información condesada en uno y poder extraer la esencia. La gracia es descubrir imágenes.
Pareciera que te lanzas al abstracto, la mancha, pero siempre dejando insinuada una idea…
No creo en la abstracción pura y santa. Me queda vacío, siempre hay evocación. Hay una realidad detrás, hay historias. Y todas las manchas son producto de una excusa de una imagen.
¿En qué momento entran los materiales y cómo consigues esa expresividad?
Es técnica mixta. Generalmente en las primeras capas trabajo con técnica al agua, pasta muro, acrílico, látex. Siempre termino con óleo, me da la transparencia que no tienen los otros materiales. Los pigmentos otorgan los matices. Trabajo con gotario en algunas líneas, son infinitas las experimentaciones.
El otro yo en el arte
En el Centro María Ayuda la conocen muy bien. Acude constantemente a visitar a las pequeñas maltratadas y de tanto hacerlo, pensó en cómo contribuir de alguna forma en sus vidas. Así lo quiso, lo pensó y lo hizo. “Se me ocurrió retratarlas. Antes pintaba con ellas, pero comencé a hacer retratos de cada una y se los llevaba personalmente. Después les permitía trabajar sobre ellos. Les pasaba los materiales y les cedía la libertad de poner lo que quisieran sobre sus imágenes pintadas”, cuenta la artista, a propósito de su proyecto artístico con las menores del centro. Al principio eran 70 niñas, todas ellas menores abusadas y maltratadas, alojadas en el centro por ayuda que ella describe, encontró otorgarles a través del arte.
No solo en pos de estudiar y descubrir el resultado de la interacción de un retrato con su retratado, sino para gestar una vía de escape y contribuir fue como este proyecto se desarrolló y llegó, nada más ni nada menos, que al Banco Mundial. “Me llamaron del banco mundial, donde trabajan con mujeres en el arte. Y levantaron el tema de la mujer agredida en el mundo. Filmamos todo el proceso, y quedé seleccionada para ir a exponer. Eran 17 mujeres de todo el mundo y yo era la única latinoamericana”, cuenta la artista quien además dejó allá dos de sus obras, en las que el Banco Mundial se interesó para exhibir en sus salas.