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Prestidigitador innato, Mauricio Garrido llega al MAC para invitarnos a su Celebración en collage, tapices, esculturas y videoarte, en un delirante ejercicio interdisciplinario que no deja espacio al respiro.

Desde las profundidades añosas de una enciclopedia o de una presuntuosa revista de modas emerge Mauricio Garrido (1974), tijereteando láminas con el afán de dejar constancia de una serie de acontecimientos que en apariencia no tienen ligazón. Aun así, su destreza sinéctica le permite relacionar elementos aparentemente distantes y darles sentido.

Un artista visual que ha tardado o mejor dicho dedicado veinte años en ensamblar realidad e imaginario. Acto que concuerda con la visión antropológica de Nancy Chodorow – “No sólo es la cultura la que constituye a los individuos como sujetos, sino también la historia interna de cada individuo a través de procesos interpersonales y contextos emocionales que enfrentan en la vida”. Instancia que guarda relación con su niñez, cuando su madre – modista de profesión – le daba retazos de tela para jugar, sin siquiera sospechar que daría inicio a un perenne collage.

Buena parte de su hacer se inscribe en un trance circunstancial, pero en la medida que se adentra en los secretos mecanismos de la intuición se las arregla para crear universos plagados de múltiples referencias. Muchas de las cuales responden a una desmesurada visión omnisciente, al modo de Hieronymus Bosch, Matthias Grünewald o inclusive Max Ernst y Leonora Carrington, con los cuales se topa en esa exultante sobrecarga de imágenes intervenidas vertiginosamente, incorporando inquietantes contenidos, lo que no significa en caso alguno renegar de cuanto lo precede. Al contrario, multiplica la apuesta, pues rememora, impacienta y descoloca, dando a su obra una fisonomía donde lo cuantitativo gira en función de lo cualitativo y viceversa como un hilo que al no cortarse subvierte aquello que le inquieta, flirteando de igual a igual con el barroco, un diccionario enciclopédico, un místico retablo o las pin-ups del calendario. En suma, Garrido no pierde ocasión para desentrañar elementos que unidos dan origen a una plurivalente incógnita que el mismo despeja -“Mis obras cada vez se amplían más, y con eso el relato se hace más complejo y caótico. Me gusta incorporar elementos escondidos, que no se ven a simple vista. La idea es que cada vez que el espectador mire la obra, pueda descubrir algo nuevo”.

En un intento de dominar la materia Garrido añade diferentes texturas y formatos, desde monumentales collage, como Mictlan (2013), Ofelia, Las tentaciones de San Antonio, ambas de la serie del mismo nombre (2011), así como la serie Tríptico de Babel: Paraíso, Los Jardines Colgantes e Infierno (2014), La creación del agua (díptico 2016). Siguiendo con telas y esculturas que van desde el politeísmo a una trilogía entre lo profano, lo pagano y lo místico con Soft Kali, y varios de los diferentes Arcanos creados el 2006 como El Mago, La Suma Sacerdotisa, El Papa, La Torre y otras deidades donde la se apropia de lecturas tan disímiles como Aparición de la Virgen del Carmen en la Batalla de Maipú (2000) u otras tan transversales como Sísifo (2003), El árbol de la vida (2008), La migración (2008), La gama ciega (2010) o Dafne (2016) y a los que suma sus videos: Nieve, KM0, ambos del 2006, Méliès (2007), Leche (2008). Todos con el propósito de entregar autonomía a un quehacer que usualmente termina en una armazón, en la cual lo vano y lo trascendente congenian hasta crear una alegoría donde con autenticidad devela sus tentaciones, fantasmas y fobias, aunque por encima de este impúdico juego, emerge un caudal de ensoñaciones provenientes de lo más recóndito del arte, las que coexisten en su fuero más íntimo y por supuesto en los extramuros de tantas realidades que no da espacio al paréntesis ni a la pausa.

Un ejercicio interdisciplinario en que no se remite ni al monólogo, ni al guiño fácil, pues siempre va en busca de impensadas intertextualidades visuales donde inconscientemente resuenan las voces de Coré en la serie que lleva su nombre del 2013 y el poeta y artista visual Ludwig Zeller con la serie Little Tales (2014) donde a mansalva sus espíritus son arrastrados a esta Celebración, adentrándolos en un sinuoso laberinto que al parecer culmina en un festín del cual por alguna enigmática razón nadie se zafa, porque no sólo a ellos les tiende la emboscada, muchos acabamos siendo cómplices de este abigarrado imprevisto y quizás seamos parte de un próximo inesperado híbrido.

Si algo distingue a Mauricio Garrido, de principio a fin es su caleidoscópico enfoque, el que a ratos puede verse como un atiborramiento superfluo, pero al volcarse continuamente a reacomodar y resignificar todo desde la abundancia, pasa a ser un eje esencial de su embelesamiento, y tal como si ingresáramos a un cine, debemos familiarizar nuestros ojos a este enmarañado encantamiento, dejándonos llevar en una puesta en escena, donde el artista despierta nuestros sentidos, desafiándonos a ver siempre más allá, porque aquí nada se da por omisión, sino más bien por una emanación de significados que chisporrotean en un crisol de colores y formas que desde ya hacen eco en lo dicho por Joseph Cornell, uno de los más destacados artistas del assemblage – “Mira todo como si lo estuvieras viendo por primera vez, con los ojos de un niño, frescos de asombro”.

En Mauricio Garrido, sin duda el collage es una dimensión que le permite expandirse adhiriendo a sus “perfomances”, no sólo riqueza conceptual, sino incontables intermitencias con las que como dijo Jean Dubuffet, puede hacer que “el arte hable a la mente y no a los ojos”. Al ordenar ese caos y reincidente exceso, creando un léxico visual tan particular que posibilita que el observador libremente interprete lo que ve, ampliando las fronteras de un correlato que lo han llevado a exhibir sus obras en importantes museos y galerías de Latinoamérica, Asia y Europa.