El interés exploratorio, la experimentación. Los artistas del siglo XXI han complementado la excelencia técnica con indagaciones discursivas. ¿Qué quiere decir esto? que para el bien o mal del proceso de evolución artística y las nuevas creaciones, hoy se trabaja en el fondo sin descuidar la forma. Por eso la tecnología lo ha invadido todo, no precisamente porque facilita la técnica, sino porque de ella están surgiendo los móviles de la generación que transitamos. Y por ello la prisa, la velocidad, lo desechable y lo renovable.
Las ideas de las nuevas generaciones del arte hablan de una vida transitoria. Con amplitud de forma, material, formato y tamaño se frecuentan temas como la globalización, la conservación y preservación del medio ambiente y los peligros que corre el planeta, la sociedad de consumo, el imperio de la urbe, la publicidad, lo volátil, el escape de la realidad, el paisaje como ideal, el pasado añorado, la nostalgia, la crítica, la fragmentación religiosa y el móvil de las masas actuando en colectivo.
La contemporaneidad hace uso de la electricidad, la pantalla, el láser, el flúor, la intervención disruptiva, la mancha, lo diluido, lo oculto, la idea. Y no a modo de enumeración y mareo se menciona, sino porque todo habla de los tiempos que transitamos. Por ello no es antojadizo hablar de «estar en manos de las generaciones que vienen», pues ellas mismas hablan de la sociedad que ven y les define y permea. Una generación que pese a gozar de las comodidades del raudo desarrollo de las herramientas técnicas que facilitan el proceso constructivo, se fijan un objetivo más allá de la mera definición por antonomasia del fin de la belleza, estética y pulcritud pictórica o escultórica.
Hoy se habla de sorprender, con la dificultad que ello implica. Sorprender en una sociedad que ha perdido la capacidad de asombro y que requiere que le den el mundo vuelta al revés para, quizá, prestar un minuto de atención. Una sociedad, al tiempo, facilista que demanda una reacción superficial para atender al trasfondo. Un público influenciable, con ansias de pertenecer y que vive sin cuestionar lo que ello significa por falta de tiempo, interés o desapego a crearse más problemas de los que tiene. Esa audiencia o espectador atiende menos, pero exige más: las nuevas generaciones de artistas deben entonces luchar contra la crisis creativa y quebrar con la libertad que tienen, los paradigmas tácitos que rigen la vida en rutina.
Por eso se habla de la necesidad del fomento del arte: porque el arte demanda al pensamiento y porque crea sorpresa y captura atención. Atrás o en segundo plano queda su acción complementaria de representar la idiosincracia de una cultura, extraer el legado que dejarán las identidades nacionales para los que vengan. Lo de hoy es reencantar, trabajar sobre la base de un mundo que porque se renueva a diario ha perdido la capacidad de pensar que hay cosas que no maneja, ha olvidado que hay cosas que le trascienden y gobiernan y que hay preguntas, que por más que no se ciñan a la cotidianeidad, hace siglos de los siglos no tienen respuesta.
Y allí están las nuevas generaciones. Luchando con un colectivo que se arrastra para visitar museos, no conoce muchas veces la exsitencia de galerías y que juzga por «bonito» o «feo» lo que ve. La defensa del pasado en pos de una reivindicación que le una al presente, la puesta en marcha de una intención que le devuelva a la gente las ganas de gozar con las metáforas plásticas, las artes visuales.
Las imágenes de este artículo son parte de la colección de la Galería Arte al Límite y son las siguientes