Existe una conexión especial que vincula el ser humano con la naturaleza de manera imprescriptible y algo intuitiva. Todo aquello que ella exhibe y a su vez esconde, condensa en su esencia el secreto del misterio de la existencia.
Al entrar en el taller de Nora Unda que, por cierto, es su propia casa, contrario a lo que ocurre con los espacios cerrados y los talleres como lugar de recogimiento e incluso, aislamiento, te inunda una sensación de apertura. De las paredes cuelgan banderines de colores y estos seres místicos adquieren tridimensionalidad dentro de sus cápsulas de tiempo: los marcos.
El color es un factor común en todo lo que rodea la conversación. Los sillones, la plasticina, el café con leche y su voz: todo aloja un color innato y puro. Surge inmediatamente a la vista lo genuino como aspiración y como precepto de lo venidero.
Una de las ideas que Cicerón legó la posteridad, se puede retomar después de escuchar a Nora hablar de su trabajo plástico. “La naturaleza ha puesto en nuestras mentes un insaciable deseo de ver la verdad”. La ocurrencia de dejar volar esas aves, que realmente flirtean con la figura de animales mitológicos, quizá venidos de otras épocas o quizá extraídos de cuentos o relatos de ficción, transmite el concepto que da origen a una mención de su obra.
Me da la sensación de que la plasticina a cierta temperatura podría derretirse…
Sí, de hecho todo comenzó con un largo proceso de práctica. Cuando descubrí que la plasticina era el material con el que quería trabajar, compré la más económica a ciegas, únicamente porque era el material más accesible que tenía a mano. Entonces empecé a probar. La textura fue lo primero: lo pegote no sirve. Luego, la adhesión: si no se mezcla tampoco sirve. Y cuando mezclaba dos tipos distintos, porque con algunas marcas me gustaba jugar con los colores, me di cuenta que la marca de la que extraía los colores que más me gustaban se derretía. Así que identifiqué la idónea para mi trabajo… encontré la mía.
Hace cuatro años hizo su primer cuadro oficial. Tal como era de esperar, la unía un fuerte vínculo a las aves, el arte, la esencia: “Lo heredé de mi mamá. Ella trabajaba esculturas de cerámica. Pasaba el día alucinada, pensando en lo que hacía con sus manos y en cierta forma, el mismo gen lo traía conmigo”.
Estudió escultura y ha sido profesora. Le dedica el 100% de su tiempo al arte. Ama a su perro tanto como al café con leche conversado. Gusta de los espacios acogedores, abiertos, donde todo converja y haya luz. Es algo inquieta y muy busquilla. Hacía castillos en el plato con el puré, trabaja en la expresión más pura de cada una de sus obras con sus propias manos. Transmite sencillez y transparencia y vuela: vuela con sus ideas, vuela con sus obras, vuela sobre el arte, sobre su habilidad manual.
Está todo muy ligado a la naturaleza…
Totalmente, también a lo más primitivo. Los animales son súper primitivos están conectados con nuestra esencia y yo busco siempre eso: volver a mi esencia, reencontrarme con la raíz que se pierde al estudiar la técnica.
Esta parte que habla de ti, el cuerpo que nació espontáneamente, ¿de qué se compone?
Los colores, lo lúdico. El reencuentro conmigo de niña. Yo todo lo creaba, todo lo construía. Por eso creo que este es el material más indicado para mí, porque es instantáneo. Todo lo puedo hacer con inmediatez.
¿Cómo funciona la mezcla?…
Trabajo con la caja de 12 plasticina y de ella, saco todos los colores que hay en mi obra. Es como mezclar la tempera, pero en vez de tener que usar el pincel, se usa las manos. De hecho, la mezcla de colores es algo fundamental porque estimula la paciencia. Y cuando se llega a un color nuevo es todo un mundo. Mi mundo.