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El 2000, la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos le otorgó el título de Leyenda viviente, cinco años después la revista American Photo la denominó como la fotógrafa más influyente de nuestro tiempo y el 2013 fue galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Hoy, es una de las fotógrafas más conocidas a nivel mundial y expone en el Wapping Hydraulic Power Station, de Londres.

La intimidad de un retrato es la puerta de entrada al alma, ese laberinto retráctil que se ofrece en exclusiva a quienes son capaces de ver más allá de esas celosías misteriosas que son los ojos. Privilegio que por más de cuarenta años ha hecho visible una mujer que al acceder al encantamiento de palpar lo intangible, se ha convertido en la fotógrafa viva más reconocida al lograr aunar el quehacer del individuo con su fortaleza de espíritu; ya que –como dice la propia autora– revelan “qué son y qué hacen”.

Un bis a bis que deja de manifiesto esa carga sentimental que aflora cuando Annie Leibovitz (1949) desenfunda su cámara e instantáneamente detiene el tiempo, un episodio que parece hoy de lo más trivial, pero que ni Flickr o Pinterest, ni Instagram o el impulso nervioso de viralizar una selfie han podido descifrar. Sería como comparar una rosa que se despierta en la mañana y abre sus pétalos, con una flor artificial que dormita en un cementerio.

 © Ana Leibovitz

© Ana Leibovitz

Dar vida a una foto encumbre un doble proceso: Intimar con el objetivo e intimidar al observador. Algo que Leibovitz logra con maestría, y que ella misma ha develado en diversas oportunidades: “Cuando digo que me gustaría fotografiar a determinada persona, lo que quiero decir realmente es que quisiera conocerla”, y se refleja en extensas horas de conversación previa a una toma.

Conocimiento que hoy vuelca su mirada hacia la mujer, que al igual que una matrioska es una, pero en cuyo interior conviven tantas mujeres como los roles que ellas desempeñan en la muestra Woman: New Portraits que partió en Londres a mediados de enero del 2016 en el Wapping Hydraulic Power Station y hará escala durante 12 meses por Tokio, San Francisco, Singapur, Hong Kong, Ciudad de México, Estambul, Frankfurt, Nueva York y Zurich. Complementando los retratos publicados en el libro “Women” (1999), realizado conjuntamente con la escritora Susan Sontag, del cual se incluyen varios de esa serie original y que, además, agrega a Annie Leibovitz y sus hijas Sarah, Susan, y Samuelle y otras mujeres tan disímiles como: Lupita N’yongo, Adele, Patti Smith, Misty Copeland, Sally Mann, Gloria Steinem, Alice Waters, Serena y Venus Williams, Denise Manong, Agnes Cund, Jane Goodall, Amy Schumer, Lena Dunham y Caitlyn Jenner, develando su lado más controversial, ya que ni la mismísima Reina Isabel II, estuvo exenta cuando con motivo de su viaje oficial a Estados Unidos la retrató logrando una monárquica epifanía, basada en los lienzos de la reina Charlotte (1789) de Thomas Lawrence, pintor oficial del rey Jorge III, pero que aun así no la libró de cierta polémica, y que se suma a la desnudez y crucifixión de Diamanda Galas o por contraste a la toma hecha para Vanity Fair, y una Demi Moore con 7 meses de embarazo, donde se vio forzada a taparle el busto; algo no muy lejano al retrato de una adolescente Miley Cyrus cubierta sólo con una sábana; y por añadidura a lo ocurrido ese lunes 8 de diciembre de 1980, cuando inmortalizó a John Lennon para la revista Rolling Stone y enterándose pocas horas después de su asesinato y su foto se cubre de un halo emblemático no sólo por aparecer desnudo, en posición fetal aferrado a Yoko Ono, sino porque consolidó a Leibovitz como depositaria de un sello invaluable y que hoy con la muerte de David Bowie, de quien también captó su esencia, cobran doble relevancia en las palabras de Isabel Allende, quien dice: “Las fotografías engañan al tiempo, suspendiéndolo en un trozo de cartón donde el alma queda boca abajo”.

 © Ana Leibovitz

© Ana Leibovitz

Quien pensaría que una chica nacida en Conneticut, licenciada en el Instituto de Arte de San Francisco, que practicaba en un cuarto oscuro de la base aérea Clark en Filipinas, donde su padre estuvo destinado durante la guerra de Vietnam, sería la primera mujer en exhibir su obra en la Galería Nacional de Retratos de Washington.

De ahí en adelante se dedicó a retratar a las más grandes celebridades para The Hollywood issue, The green issue, trabajo que culminó en una recopilación de retratos para Vanity Fair portraits-photographs, 1983-2008, en la Galería Nacional de Retratos de Londres. Pero su trabajo no se limita sólo a las luminarias de Vogue, Armani, Louis Vuitton o la política contingente con Mijaíl Gorbachov, Hillary Clinton, o la familia Obama. También fue la fotógrafa oficial de los Juegos Olímpicos de verano en Atlanta (1986) e incursionó en la fotografía documental para la editorial Condé Nast Publications donde destacó su serie sobre Sarajevo (1990) y un trabajo con Knut, un oso polar del zoológico de Berlín, que fue rostro de diversas campañas medioambientales; y últimamente fue la escogida a fines del 2015 por el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, junto a su esposa, Priscilla Chan, para inmortalizar su embarazo.

 © Ana Leibovitz

© Ana Leibovitz

Leibovitz, quien no termina de asombrarnos con una estética que va desde lo coloquial a imágenes en cuya composición resalta una onírica teatralidad y un encuadre cargado, siempre de lo más íntimo del personaje, haciéndolo transitar entre el yo y el ego, y de ahí hasta el borde de lo permitido, develando aquello que sólo el ojo adiestrado ve. Como cuando se atrevió a atesorar los postreros momentos de Susan Sontag, quien fuera su pareja y cómplice acérrima del libro “Woman”, y sobre la cual Annie registró su muerte en 2004, haciendo propio el consejo de Robert Capa: “Si tus fotos no son lo suficientemente buenas, es porque no estás lo suficientemente cerca”. Capturando eso que la fotografía no debe olvidar jamás: palpar el alma. Algo que en gran medida se suma a una certera reflexión de la misma Sontag: “La cámara hace a toda persona un turista en la realidad de otras personas, y por último en la propia”.

 © Ana Leibovitz

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