En uno de los momentos más difíciles de las relaciones entre Corea y Japón, una extraordinaria galería y una controvertida exposición en Nueva York, han reunido y concitado el apoyo del Ministro de Cultura de la República de Corea, el embajador del Estado de Japón para las Naciones Unidas y el Subsecretario General de las Naciones Unidas. Una sorprendente cura internacional a base de amor al arte.
Por Manuel Rodríguez Pardo.
Aunque les pueda resultar extraño, la autoría de este amigable encuentro entre la gran península y el archipiélago del sol naciente, no recae en alguna institución, o en la labor de responsabilidad social de alguna gran corporación interesada, sino en la generosa disposición de una sola mujer: Kate Shin, emprendedora dinámica y prolífica, que en 2014 fundó la Kate Shin Gallery en la espectacular Waterfall Mansion, en la isla de Manhattan, como una combinación pionera de arte y estilo de vida. A lo alto y ancho de las 7 plantas de la mansión de la cascada (porque de hecho alberga la cascada privada más grande de Nueva York), Kate Shin se propuso montar una exposición para celebrar el 70 aniversario de la independencia de Corea, invitando a artistas coreanos vanguardistas y de fama internacional como Lee Jae Hyo, galardonado con el Gran Premio de la Trienal de Osaka (Japón) por sus esferas y grandes figuras orgánicas formadas por troncos simétricamente pulidos, de los que pudimos disfrutar a gran escala, o Jae Yong Kim, que ha expuesto sus divertidas colecciones de donuts cerámicos, tanto en Japón como en Corea y en las mejores galerías de los Estados Unidos.
Sin embargo, pronto surgió una aspiración más ambiciosa, pues la conmemoración de la independencia de Corea coincide a su vez con el aniversario de los 50 años de relaciones normalizadas entre la República de Corea y el Estado de Japón. Las recientes y públicas desafecciones entre estas dos naciones tan cercanas, se revelaron como el momento justo para aunar voluntades y marcar la diferencia.Kyoko Sato, se incorporó inmediatamente como especialista comisaria del arte japonés y se incluyeron artistas japoneses de primer nivel en cada planta como Mariko Mori, quien recientemente expuso en la Japan Society, de Nueva York, y en el Espace Louis Vuitton, de Tokio, con esculturas translúcidas de líneas suaves comoLittle Birds, en que dos palomas se ciñen y completan en lo que la propia artista llama: “una canción de paz y un regalo de amor”.
La consumación de la gesta llegó el día de la inauguración, en que cientos de invitados afluyeron a la Waterfall Mansion. La noche transcurrió entre diplomáticos e inversores de Wall Street deambulando por las galerías. Si en su Diplomacia, Kissinger definía a la misma como el arte de contener al poder, y esto a ningún diplomático se le escapa, la diplomacia cultural es su eje central; pues la emoción y el entendimiento de los pueblos, es bien sabido que embrida el egoísmo de sus gobernantes. Kate Shin lo dijo abiertamente: “Usando la ley, el sistema o las regulaciones se pueden hacer cosas, pero estas forzando a la gente, y no es natural. Pero con el arte puedes cambiar las percepciones de la gente en una noche, porque interactúa directamente con sus emociones”.
Nosotros tan solo pudimos atestiguar que esas emociones ya están presentes de antemano, como una vasija que espera ser llenada. Pareciera que el arte da en tanto, que el espectador está en disposición de recibir.
Lo cierto es que ambas naciones tienen valores comunes, derivados de que –tanto Japón como Corea– están ligados por su interés común de preservar el equilibrio de poder regional; pero su armonía va más allá de esto, pues hay lineamientos filosófico-históricos que se juegan entre ambos. Por otro lado, la exposición transluce la presencia de valores estéticos comunes: la sutileza, la simplicidad natural del refinamiento en las esculturas de Jong Rye Cha, los largos paisajes de soledad de Jae Sam Lee, la estilizada idealización en Lady Butterfly de AIKO, o los vapores cristalizados de Miya Ando. La vocación por la acción dinámica y la tecnología de vanguardia en los mecanismos autónomos de Ujoo Limheeyoung, las provocativas animaciones de Hye Rim Lee, o las sofisticaciones algorítmicas deMinha Yang en trabajos tan brillantes como Running Woman, presentado en un mosaico de 64 pantallas Ultra HD del teléfono insignia de LG.
La exposición destila paciencia, obras elaboradas con sumo cuidado, que a su vez se mueven sin brusquedad, armoniosamente, con la serenidad con la que las buenas obras se consolidan, con la confianza del que sin prisa, no deja nada por hacer. Como hace el tiempo con el vino, el kimchi coreano o la pasta de miso japonesa. Al fin y al cabo ambas son naciones democráticas y pacíficas, aliadas naturales, que comparten en palabras de Anders Corr: “Valores amenazas y desfíos”.