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En el comienzo de la consciencia de la humanidad era difícil no creer en nada cuando, en el mundo, ocurrían cosas. Y las cosas requerían de una explicación para tranquilidad de la mente humana que quiere respuestas. Lo innegable, para el hombre, eran los sucesos externos y sus dudas internas. En un afán por descubrir la verdad, se mezclaron el interés por comprender el orden de las cosas y el interés personal. Hasta dónde el hechicero conocía la verdad por su contacto con los dioses y hasta dónde buscaba impresionar y dominar a sus iguales, para establecer diferencias y jerarquías, lo podemos entender por comparación con lo que ocurre en la política de cualquier tiempo y, con mayor claridad, en el nuestro.
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El poder, en este mundo, no se ha fragmentado, lo que ocurre es que cada institución ejerce un poder, por lo que el poder se ha multiplicado. El individuo está dominado por las normas de unos clanes y, a su vez, domina a través de los clanes a los que se adhiere. Cada clan ejerce el poder de forma que garantice su pervivencia y obtenga las mejores condiciones posibles en nuestra sociedad. La verdad no es el principio de su proceder, el principio es su beneficio. Pero, socialmente, no se puede expresar de esa forma, el clan debe justificar su existencia y manifestación de acuerdo con una forma aceptada de pensamiento, la que regula su época. Esta es la falsedad que el mundo nos ofrece.
Inicialmente, el poder era una facultad delegada de los poderes sobrenaturales porque eso era aceptable, pues tenía que haber una explicación para lo que acontecía y solo se encontraba esa; a parte de ella, no había “nada”. La evolución de la justificación del poder siguió el mismo desarrollo que hemos visto en el teatro griego, en la explicación del origen de la religión del mundo y en el origen de la nueva sociedad socializante.
Ninguna forma imperante de pensamiento –pues las demás formas coexisten con la principal, ya que todas son capacidades humanas que, en mayor o menor medida, se ejercen; y que, con mayor o menor relevancia, se presentan– alcanza a definir lo universal por lo que, cualquiera de ellas es imperfecta por presentar un conocimiento parcial de la verdad.
Así que el hombre prefiere la nada a nada ya que la nada ofrece una explicación parcial frente a una nada que no ofrece explicación alguna y que no satisface la inquietud o curiosidad intelectual del ser humano. El conocimiento es una fuerza de la naturaleza que, lo mismo que la gravedad, el magnetismo o la vida, exige manifestarse, por lo que, el ser pensante acabará por pensar, aunque, lo mismo que la gravedad, actuará, condicionado, de forma ciega y cometerá errores, aunque, también aciertos.
El conjunto de la historia ofrece esa verdad pero el hombre no puede abarcar la comprensión del conocimiento del conjunto histórico. En cada época, además, las injusticias serán mayores que las justicias, ya que la afirmación de un punto de vista supone negar la de varios otros, y, con la intención de remediar los errores, se van sustituyendo, sucesivamente, los principios, hasta que, agotados, se acabe una era y comience otra que, como se ve a lo largo de la historia, ocupará una región terrenal diferente, por lo que podemos anticipar que el mundo occidental acabará por caer bajo el dominio de otra cultura.
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Ahora, nos encontramos en el ocaso de una era en la que se presiente ese final, al negar “la nada” que ha sido creada, y se percibe al creador, al ser humano.
El hombre mira dentro, por lo tanto, ve con una mirada subjetiva, pero ve una verdad existencial, la misma que se ha mirado siempre, pero desde otro ángulo. Toda creación anterior ha sido obra del mismo ser, pero la búsqueda de la verdad puede ser un interés y eso se interpreta como no interesado. Si Schopenhauer decía que el hombre vulgar solo busca en las cosas la relación con su voluntad, el conocimiento de las cosas que no posee esa relación con el conocedor es el conocimiento objetivo. Ahora bien, la ciencia ofrece un conocimiento que se denomina objetivo pero debido, exclusivamente, a la forma de adquirirle. Una verdad objetiva lo es por la independencia con esa voluntad del pensador. Los conceptos de lo objetivo y del interés tienen aplicación en dos campos distintos y tienen dos significados diferentes. Lo objetivo puede ser la forma de conocer y puede ser el tipo de conocimiento alcanzado. El interés puede ser el motivo de la búsqueda de un conocimiento o el beneficio personal que se persigue.
La humanidad ha perseguido un interés objetivo y le ha presentado de varias formas, una de ellas, mediante la objetividad científica, otras, han sido la comprensión de una trascendencia de la existencia y el entendimiento de la esencia del mundo material. Agotado el interés objetivo, se procede, consecuentemente, a presentar lo que queda por analizar, el interés subjetivo que no es ni mayor ni menor verdad que ninguna de las demás verdades anteriormente perseguidas.
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El hombre de este tiempo se percata de que todo ha sido creación suya, él es el creador y, lo mismo que creó esto pudo haber creado aquello; y este hombre dice que nada de ello es verdad, que el origen de la nada ha sido su capacidad de creación; y eso es lo que expresa este tiempo, la capacidad de creación, y no importa lo que se cree, importa el hecho de crear. Así, el arte no expresa, como antaño, ni las ideas ni la realidad material ni las leyes de la belleza, solo dice: yo creo, yo puedo crear.
El arte de hoy muestra solo que el arte es creación del hombre, las demás cuestiones ya han sido analizadas en su período correspondiente. De la misma forma, la interpretación de la obra es cosa del hombre y, así, cada individuo puede presentar su punto de vista, su opinión carente de criterio, sobre un libro o una pintura; o sobre el bien y el mal; porque lo esencial no es la verdad, lo que se debe hacer, en este momento cultural, solo es expresar la capacidad de pensamiento del hombre.
Al contrario de lo que pensaba Prometeo, que a los hombres él podía crearlos, y a los dioses olímpicos, al menos, aniquilarlos, el hombre social, percatado de su fuerza, piensa que, si a los dioses él ha podido créalos, a los hombres bien podría aniquilarlos. ¡Y, por Dios, que lo hace!