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El voluntariado de las Damas de rojo tiene un problema: la presidenta tiene Alzheimer avanzado y ya no puede ejercer sus funciones. Sin embargo, a la respetable mujer le ha dado por decir cosas que no debe, de amores infieles y guaguas robadas. Es La dama de los Andes, una comedia oscura donde el olvido y el silencio corren para ganar la última carrera por la justicia.

Al inicio dos mujeres conversan mientras una tercera teje, cambian de tema y siguen una conversación en tono cínico, una tras otra, hablan de la presidenta de las Damas de rojo, la mujer teje, de sus maridos, punto cruz, de la enfermedad de la presidenta, mete palillo, no importa que la otra dama de rojo escuche, su mente está ida, ausente más allá del tejido. Pero no. Su voz se presenta como un grito de denuncia, apunta con su dedo acusatorio a la vice presidenta –Teresa- a quien llama prostituta. Teresa pone el grito en el cielo, histérica camina a pies juntillas con las manos en alto, realmente descolocada por las imprecaciones de una mujer que habla de más sin saber, a menos que haya escuchado algo… Le pregunta “¿Usted escuchó algo” y le responde “escuché que pasaba ABIERTA COMO PORTÓN”.

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La institución donde las protagonistas de esta historia hacen su voluntariado, Las damas de rojo de Los Andes, tiene un sentido de la moral y la religiosidad atemporales. La rectitud, reconocen, es una característica del personal que influye en la cada vez más desesperada búsqueda de nuevas voluntarias que se sumen a las filas. Son tercera edad activa y el servicio se ha vuelto parte integral de sus personas, pero fallan en adicionar jóvenes en la participación. Envejecen y descubren que el cuerpo no es eterno, que la mente quiere descansar después de años acompañando a los que sufren. El uniforme no es para siempre. Quizás lo único perpetuo en sus vidas sea la peregrinación por el camino al santuario de Sor Teresa de Los Andes.

Un camino lleno de moteles.

Risas y amores a escondidas del código moral de las Damas de rojo se suceden hasta la aparición de la santa. Ese es el momento de inflexión en que la crudeza de la historia reciente toma importancia para la obra. A Teresa se le aparece Sor Teresa, quien aboga por los indefensos. La voluntaria piensa en su marido, que era un coronel, ella peregrinaba junto a otras esposas de uniformados hacia el santuario cada año, y siguió con la tradición incluso después de la defunción de su esposo. La santa se le aparece justo a ella, que es la amante del doctor y director del hospital, el esposo de su compañera de voluntariado Genoveva. Pero la aparición no quiere hablar de las infidelidades que la complican, ella viene a hablar de la verdad, de un bebé que se hizo adulto y busca información sobre su madre desaparecida.

Tan desaparecida como la memoria de la presidenta.

La presidenta es una mujer a la que el miedo hizo callar durante mucho tiempo. Su voluntariado se extendía más allá de los alcances del delantal rojo. Su misión, su sacrificio personal, era de un compromiso mayor y más arriesgado que los de sus compañeras. Sin embargo, su cruzada de amor arriesga perderse entre el silencio, entre el miedo que no encontró un momento de lucidez para ser derrotado.

Foto: Reinaldo Ubilla

Bajo la dirección de Bosco Israel Cayo Álvarez, Teatro Sin Domino presentó una breve temporada de La dama de los Andes en la microsala de M100, donde April Gregory González, María Angélica Tapia Pérez, Ana María López Rozas y María Verónica Medel Veloso se lucieron en las actuaciones, generando risas y lágrimas en la audiencia.