CIUDAD NEGRA
UNA CIUDAD DEL PECADO
“…la ciudad del pecado se empequeñece en el espejo retrovisor, tan estropeada y agotada como una puta esperando al amanecer y a la soledad. miro el reloj queda bastante noche para ampararme en la oscuridad.”
Fragmento del dialogo de la película: La ciudad del pecado (Sin City)
“…intentaré describirte Zaira, la ciudad de los altos bastiones. podría decirte de cuantos peldaños son sus calles en escalera, de qué tipo los arcos de sus soportales, qué chapas de zinc cubren los tejados; pero ya sé que sería como no decirte nada. La ciudad no está hecha de esto, sino de relaciones entre las medidas de su espacio y los acontecimientos de su pasado.”
Ítalo Calvino
“Cada quien se engaña con la mentira que mas le guste”
Fragmento del dialogo de la película: La ciudad del pecado (Sin City)
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En lo profundo del argot genealógico de las muchas ciudades que atraviesan el imaginario creativo de un público medianamente culturizado, podemos observar todo un desfile de prototipos que van desde la literatura con –por ejemplo– las Ciudades Invisibles[1] de Ítalo Calvino al reino de Camelot del Rey Arturo, pasando por las ciudades de ficción como la Ciudad Gótica o la icónica ciudad Metrópolis de Superman, además de las ciudades caóticas de la pintura impresionista de finales del siglo XIX; (las ciudades de Monet, de Mondrian o de Cézanne), las del puntillismo o las de los antros más degenerados como de Camille Pissarro, Edward Hopper o los más actuales grafiteros de Sao Paulo, New York o Lima, quienes formatean la ciudad a su antojo.
De todas ella, a lo mejor la Ciudad del Pecado[2], esa ciudad degenerada sacada de las historietas de Sin City, el cómic de Frank Miller y que Robert Rodríguez lleva al cine, es muy probablemente, la que más se adapta al intento de Víctor Hugo Bravo de desmantelar la superestructura que sostiene al concepto de “ciudad”, esta vez ya no considerada el telón de fondo en donde simplemente se desarrolla una historieta, sino considerada ella misma como una estructura urbana viviente cuya existencia modifica –para bien o para mal– el mismísimo destino de sus habitantes, su razón de ser, pero sobre todo aglutina en su vientre el poder de definir los rumbos de sus ciudadanos.