La experiencia de observar una muestra de arte puede resultar energizante, complicada, o incluso, perturbadora. Usualmente, esto se debe a la interacción unidireccional que tenemos como espectadores ante una propuesta artística, donde sólo es nuestra vista la que traduce la información en un sentir. No obstante, hay creaciones que nos invitan a crear un vínculo a través de lo interactivo, relacionándonos a nivel íntimo -personal y social- con la obra en cuestión, a través de sentidos como el tacto o el oído.
Hay artistas que han promovido una relación de diálogo e interacción entre sus obras y quienes las presencian. Encontramos piezas donde la curiosidad, el enigma, e incluso la diversión, crean un estímulo que, para sus creadores, es el manifiesto del auténtico interés del público por lo artístico.
Una propuesta interactiva que da que hablar es The Playground Project. La instalación, en la que participan artistas como Thomas Schütte, Claudia Comte, Alvaro Urbano y Ólafur Eliasson, que se basa en las propuestas arquitectónicas -del mismo nombre- para parques infantiles que se crearon a mitad del siglo XX, tras la Segunda Guerra Mundial. La exposición en Kunsthalle Zürich, una importante sala de arte de Suiza, en 2016, fue elaborada por arquitectos, artistas y diseñadores, que participaron para crear estas muestras que no sólo contemplan que los niños puedan divertirse, sino también instaurar diseños vibrantes para los espacios públicos.
«El concepto curatorial fue ‘ciertamente un ejercicio que pretendía cruzar los limites entre el arte, la arquitectura, arquitectura paisajista, historia y educación’. Así fue que la plaza de juegos, un nicho de la ciudad, resultó ser el sitio ideal para elaborar en torno a estas temáticas», señalaba la curadora del proyecto, Gabriela Bulkhalter.
Una barra de gimnasia ondulada; una gran caja de arena con cubetas y palas de metal; una jungla de cuerdas; y columpios hechos de sogas, fue la invitación a niñas y niños a ser más audaces a la hora de jugar. Y a los padres, a mantenerse atentos ante plataformas que difieren un poco de lo que llaman ‘apto para menores‘, todo esto con el propósito de plantear cómo el arte interviene en áreas cotidianas y cómo influye esto en nuestra relación con estos espacios.
¿La atracción principal? El Lozziwurm, una estructura de plástico con forma de gusano entrelazado, en el que se puede trepar, esconder y deslizarse, réplica de la creada por el escultor suizo Yvan Pestalozzi en 1972, diseño utilizado en muchos espacios para niños, convocando a la diversión con una propuesta artística exhuberante.
Como parte de The Playground Project, el artista belga Carsten Höller instalará en la fachada del Bundeskunsthalle, uno de los museos de arte moderno más importantes de Alemania, en la ciudad de Bonn, un resbalín metálico con forma de tubo de 35 metros de largo, el que se mantendrá ahí por tiempo indefinido, dejando como sello permanente lo divertido que puede resultar una estructura en espacios tan solemnes como un museo.
Otras instalaciones en la que existe interacción del público, toman posiciones más complejas. En The Weather Project (2003) del realizador danés Ólafur Eliasson, el artista encerró ‘un cálido sol’ -o más bien, la ilusión óptica de uno- que, a través de lámparas de mono-frecuencia, emitían una luz de poca intensidad que llenaba el espacio donde se ubicaba de un amarillo crepúsculo. Algunos asistentes pasaban rápidamente, mientras otros podían pasar horas echados en el piso, disfrutando de la fantasía de una puesta de sol en verano, en la mitad del invierno.
En Blind Light (2007), el escultor británico Antony Gormley propuso al público desaparecer bajo un haz de luz que, en vez de permitir ver lo que estaba alrededor, ocultaba todo a través del exceso de resplandor en el que la obra -ubicada dentro de un cubo gigante- se sumergía. Esta ilusión resulta conmovedora, al posicionar en un supuesto espacio de seguridad, una incertidumbre enceguecedora.
Pero como se da espacio a la alegría, la calidez y la curiosidad, también se han destacado sensaciones más radicales. En Glassphemy! (2010) el artista conceptual David Belt tomó la idea del reciclaje y la llevó al extremo, al permitirle a los asistentes, arrojar botellas de vidrio dentro de un contenedor de acero especialmente diseñado para esta propuesta. La novedad es que este recipiente era trasparente, con tal de que quien lance la botella, apunte a quienes están del otro lado, sosteniendo una propuesta psicológica agresiva para ambas partes. No obstante, todo estaba asegurado con tal que nadie saliese lastimado.
En efecto, el arte también da espacio a la interacción. A través del juego, la ilusión o «lo prohibido», los espectadores pueden tomar posiciones inciertas a la hora de permitirles un libre albedrío. De alguna forma, dejar tanta libertad puede traer consecuencias como momentos de diversión o miedo, pero también situaciones más allá de las esperadas. Ante eso, se formula el plantearse si qué tanto influye una muestra artística en nuestras decisiones.