Corría 1956, cuando Nemesio Antúnez, arrienda una casa en calle Guardia Vieja N° 99, marcando a fuego la historia del grabado chileno, al continuar el modelo colectivo desarrollado por el maestro Stanley Williams Hayter en el mítico Atelier 17 de Nueva York y París, al decidir fundar el Taller 99, enriqueciendo la escena local con un proyecto que engalana la Sala Matta del Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago, con la muestra Taller 99/60 años. Encuentros en diálogo.
Desde sus inicios el Taller 99, se convierte en el centro neurálgico que además de formar, construye una visión plural entorno a una disciplina capaz de convocar a artistas como Roser Bru, Delia del Carril, Carmen Silva, Ricardo Yrarrázaval, Dinora Doudschitzky, Florencia de Amesti y Viterbo Sepúlveda, entre cien participantes que ese año, incubaron la primera exposición de este naciente taller. Referente indiscutido del grabado nacional, suscitando el interés de 517 artistas, que como señaló Rafael Munita – “Constituyen un gran cuerpo vivo”.
Fundamental fue sin duda el espíritu de cuerpo implantado por Nemesio Antúnez, quien supo unificar esfuerzos y llevó adelante un “Taller” que aun hoy perpetúa su legado, poniendo su acento en el rigor formativo, pero a la vez con una mística que redunda en un proceso de búsqueda, tanto en los ejes temáticos como en la acuciosidad técnica, intensificando su valor con la inserción de cada propuesta individual y colectiva. Decisiva operatoria enmarcada en un ejercicio colaborativo que en 1961 se plasmó en una carpeta inspirada en el “Cantar de los Cantares” y que ahora resurge con una propuesta conjunta conmemorativa de “99 miradas en torno al taller 99” (todas obras fechadas el 2017), donde convergen la xilografía, litografía, el aguafuerte, la serigrafía, además de técnicas mixtas donde lo tradicional y lo digital se complementan generando un perpetuo original múltiple.
Sobresaliente despliegue que recorre un oficio cuya gama de posibilidades estéticas son inagotables, tal como se ve en Rafael Munita, con Encuentro en el percloruro, demostrando gran conocimiento técnico y rigurosidad gestual en una algrafía donde la melancólica introspección de sus protagonistas te atrapan, tanto como la litografía Arboleda de Isabel Cauas, quien desde una particular ventana propone toda una alegoría visual, haciéndonos creer que lo que vemos es un paisaje emergiendo de la mismísima piedra litográfica, como una prodigiosa duplicidad entre soporte y matriz. Combinación que inclusive conecta con Rodillo Manchado, aguafuerte -radiográfica de Carmen Valbuena, elaborada con los utensilios propios del grabado en una suerte de fetichización onírica desde el objeto. Dimensión en la que eventualmente atraviesan, Francisco Cabrera, Jorge Martínez y Francisca García-Huidobro con marcado tono reflexivo.
Por otra parte, exhibiendo su rotunda fuerza expresiva aparece Sin título, aguafuerte de Alfonso Fernández, en la que cual espadachín hace del buril y la punta seca sus armas predilectas para dar movimiento a una proposición cargada de ecos futuristas, donde prevalece una voz madura y llena de oficio. Basamento que también demuestra Eduardo Garreaud, con un ejercicio representacional que fusiona la estampa tradicional japonesa, con la clásica estética art nouveau, para al unísono arrimar esas inquietas Cabezas de pescado, a un contexto sutilmente criollo. Al cual se pliega de soslayo Bororo con su pícaro Baile serigráfico, Anselmo Osorio con Canción de la tierra XI, Guillermo Frommer con Homenaje a Emilio Miguel y Jeff Sippel con Friend’s Flower. Muestra fehaciente de este prolífico abanico, donde no cabe categorizar, sino hacer un paneo analítico que relacione visión crítica y calidad estética de estos 99 portavoces, considerando que por este taller han pasado figuras como Santos Chávez, Jaime Cruz, Juan Downey, Eduardo Vilches, Pedro Millar, Julio Palazuelos, Adriana Asenjo y Mario Toral entre otros.
Sin duda un oficio emancipador donde aparece Magdalena Hurtado con Consejo, absorbiendo el espíritu xilográfico con una apuesta eminentemente clásica. Lo mismo Christian Brunner con Sin título, quien evoca a Hayter (con la técnica roll up), para hacer refulgir ese lumínico bosque que asoma desde la espesura. Lo propio hace Shu Lin Chen, con su colorido y atemporal Jasmin. Eje muy distinto al abordado por Pablo Chiuminatto, quien propone desde el aguafuerte un juego donde cohabitan abandono y espejismo, recreando el paisaje con una cobriza patina de irrealidad, siguiendo su característica impronta. Aproximación estilística que además hacen notar Gonzalo Cienfuegos y Benjamín Lira.
En esta lánguida mirada que deja el tiempo suspendido, también aparecen Pedro Sánchez con Nemesio, a pocos días de su partida… en una mixtura de técnica y poesía. En contrapunto aflora No logran sintonizarme de Alberto Zamora, con una curiosa, pero no menos novedosa propuesta homenaje a Nemesio, recordando su mítico paso televisivo.
Naturalmente, Taller 99/60 años. Encuentros en diálogo, es en sí un acontecimiento que representa la obstinación y el esmero de un oficio que cruza la frontera de lo real revelando la magia mordiente del ácido, la herida feroz del intaglio, la grácil bondad del linóleo o la sutil reciedumbre de la piedra caliza. Territorios comunes donde lápiz o buril en mano el grabador empieza a desbastar ese sueño imposible que Nemesio Antúnez, cual capitán de barco echó a andar -hace 60 años – al girar el timón de su vieja prensa francesa junto a Roser Bru, originando esta extraordinaria utopía llamada Taller 99, que hoy rinde un merecido homenaje a sus creadores, pero además a cada uno de los laboriosos grabadores, de los cuales también fui parte. Porque como señalara Nemesio – “ Las viejas técnicas que usó Durero en Nüremberg en 1492, las mismas planchas de cobre, prensas, ácidos, barnices, papeles, buriles y raspadores que se usaban en Europa mientras Colón ponía un pie en América”, son las que perpetúan este inigualable oficio.