Aunque Geraldina Ahumada mostró aptitudes en el arte desde los 15 años –edad en la que ganó la Feria del Mundo Joven–, su vida profesional la alejó de la disciplina que más tarde se transformaría en un estilo de vida: “Fue una necesidad volver al arte y ahora es como un mandato que no puedo eludir”, asegura la artista, mientras observa en su taller ubicado en Ñuñoa algunas de las esculturas surgidas desde su inconsciente. Televisores, micrófonos y otros aparatos referentes a la comunicación son reestructurados por la artista a partir del gres.
En términos materiales, Geraldina usa preferentemente el gres. La maleabilidad del gres coincidió perfectamente con el intelecto intuitivo de la artista. A medida que su trabajo fue madurando, ella comenzó a experimentar con acrílico, luces y partes de máquinas a sus obras, lo que le permitió expresar con renovada potencia el mensaje tácito que quería mostrar.
Aunque valora la recepción que el público ha tenido de sus exposiciones, Geraldina Ahumada cree que lo más importante es exteriorizar las ideas que acechan la mente del artista: “Es realmente lo personal lo que uno tiene que decir, si a alguien le gustó, que bueno, pero no es para nada importante; es peor, te infla el ego y te vas por otro lado”, argumenta.
Lo no dicho se presenta como el núcleo cohesivo que explora la artista en su obra: “Los objetos que hago actualmente corresponden a una temática de no poder expresarse, de la existencia de una contraparte que no te escucha”, explica la escultora, quien más que pensar deliberadamente en el objeto artístico, se deja llevar por los impulsos libres del subconsciente. A partir de ahí es cuando surgen las obras.
Pero no se puede decir que este proceso nazca de la mera casualidad. La narrativa tratada por Geraldina tiene un referente concreto: “Yo viví en José Domingo Cañas 1185. Yo iba al colegio en un buen barrio, era feliz, tenía una casa hermosa, caminaba al estadio. Eso era lo visible. Lo invisible era que yo pasaba por dos casas de tortura (una de la CNI, la otra el estadio), un campo de concentración; pero de eso nadie hablaba. Ahí empezó la temática de no poder hablar”.
La impotencia, el silencio, las apariencias: conceptos que emanan del lenguaje expresivo forjado por la artista. Cómo lo visible y lo invisible se encuentran, cómo los relatos de lo cotidiano y lo oculto conviven de manera silenciosa y cómplice a la vez. “Frente a mi casa, donde yo escuchaba los gritos, de eso no hay un registro oficial. Mi voz no es la voz de los que murieron, es la voz de los que estuvieron ahí y no pudieron hacer nada. La voz del que escuchó y se disoció; esa historia tiene que ser contada”, sostiene la artista.
Es así como el arte de Geraldina Ahumada parte desde la abstracción presente en el subconsciente para penetrar en el mundo concreto del silencio y la impotencia. Historias que no fueron contadas, que fueron aparentemente sublimadas a través de la omisión; todas ellas narrativas que la escultora trae a la materialidad, con la esperanza que ayuden a cicatrizar y superar los pecados que identifican al pasado.