El cambiante rostro de Van Gogh

A fines del siglo XIX, Vincent Van Gogh pintó decenas de autorretratos. Entre 1886 y 1889 el holandés pintó su rostro en más de 30 ocasiones. Para él, este era un método válido para introducirse en su propio subconsciente. No solo esto le permitió contar con una fuente de ingresos, sino que además, como se puede apreciar en cada nueva iteración, aumentar sus habilidades como pintor.

Pero el dinero fue siempre un problema para Van Gogh. Aquejado por la falta de recursos, tuvo que recurrir a su propia persona como sujeto pictórico. El hecho era simple: no alcanzaba para contar con un modelo al cual retratar. Esto también derivó en la pintura de paisajes, una disciplina que más tarde encumbraría su nombre como uno de los grandes maestros de la historia del arte.

En la correspondencia que el europeo tenía con sus hermanos, se pueden ver luces que alumbran el razonamiento de Van Gogh:

“Compré deliberadamente un espejo lo suficientemente bueno para permitirme trabajar desde mi imagen en vez de una modelo, ya que si logro pintar el color de mi propia cabeza, lo que no es lograble sin algo de dificultad, yo debería poder pintar las cabezas de otras almas, hombres y mujeres”.

Un ejemplo que resalta el virtuosismo de Van Gogh es el autorretrato pintado en enero de 1889, semanas después de cercenarse la oreja. En la obra se puede apreciar con su oído derecho vendado, cuando en realidad era el izquierdo el que había recibido la herida.

Los autorretratos no solo denotan la calidad técnica del maestro holandés, si no que dan muestra de los estados psicológicos que en ese momento él experimentaba. El uso de colores más cálidos o fríos, el gesto, la expresión, son todas características que hablan de la individualidad propia de Van Gogh.

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