Uno de los maestros que el pintor británico Francis Bacon (1909 – 1992) admiró, fue Diego de Velázquez. El artista barroco fue el autor del “Retrato del papa Inocencio X”, obra que Bacon reinterpretó en reiteradas ocasiones a lo largo de su carrera. En total, fueron más de 40 iteraciones de la pintura hecha en 1650.
El impacto al ver el óleo del religioso realizado por el artista inglés no deja de sorprender; no solo por el retrato espeluznante y grotesco que el papa denota, sino también por la oscuridad y densidad que emana. Un contraste claro con la figura omnipotente y noble lograda por Velázquez.
Bacon suele poner énfasis en el rostro de sus sujetos, tal como se puede ver en esta obra. La cavidad bucal –una fuente de misterios y puerta de entrada a la complejidad de la mente humana–, fue uno de los temas que más obsesionó al pintor, quien deforma los gestos hasta desconfigurarlos.
La imagen que resulta sugiere al pontífice sentado en una silla eléctrica. Las líneas verticales y diagonales señalan el transcurso de la corriente alrededor del escenario. La forma demoníaca del papa lleva al espectador a una dimensión oscura y demoníaca.
El mensaje lleva encerrado una crítica al encubrimiento de delitos llevados a cabos por la Iglesia a lo largo de la historia. Hay que recordar que Bacon tuvo una educación tortuosa ligada al catolicismo, lo que más tarde se vería reflejado como narrativa de su obra.