“Se vieron entonces las pinturas en el cielo
Inmensas como si el sueño las trazara”
(In Memorian – Raúl Zurita).
Con la muestra inaugural Una Imagen Llamada Palabra, se abre el nuevo Centro Nacional de Arte Contemporáneo Cerrillos, pionero en Chile dedicado a la conservación, investigación y exhibición del patrimonio artístico actual, congregando a más de 50 artistas visuales, fotógrafos y poetas que abren este iniciático diálogo.
Creado durante el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, el aeropuerto Los Cerrillos funcionó como tal hasta que en 1967 se inauguró Pudahuel –hoy Arturo Merino Benítez– y pasó a ser un aeródromo hasta principios del 2006, dando inicio al proyecto Portal Bicentenario, donde se enmarca este Centro Nacional de Arte Contemporáneo, emplazado en más de 4.000 metros cuadrados, con una muestra que hace un vuelo inaugural entre 1967 y la actualidad.
© José Balmes
Al adentrarse en la muestra, nos encontramos con la obra de quienes intentaron romper con la hegemonía, resignificando la construcción artística –no sólo en la forma– al incorporar diversas materias primas y recursos técnicos, sino en ser parte de un mundo que bullía por cambios, como fue Mayo del 68 en París, la Primavera de Praga, la guerra de Vietnam o la posterior seguidilla de golpes de estado –incluyendo Chile en 1973– con lo que el arte sufre una brutal rotación, impactando desde la pintura a la instalación, como espacio crítico del sistema sociopolítico imperante. Una fractura que conlleva, además del gran escepticismo respecto a las utopías, una gravitante acción disruptiva que repercute en la idea de representación, con un relato diversificado de las realidades que a su vez coexisten, como una vehemente secuela iniciada con No (1972) de José Balmes, que es un grito desesperado ante la amenaza golpista, rememorando lo vivido por él en su España natal. Equidistante a eso está Mujeres (1979) de Gracia Barrios, donde representa el quiebre de la memoria con una gran cruz blanca rasgando toda la tela. En un escenario distinto, pero no menos significativo, surge Eman sin pasión/ Parti sin pasión (1974) de Cecilia Vicuña en la que mediante “palabramas” y el entrecruzamiento de las palabras –emancipación y participación– propone cambiar poéticamente la realidad. Hecho que Raúl Zurita recalca en La vida nueva –poema escrito en el cielo Neoyorquino (1982) para homenajear a la población hispanoparlante, universalizando el foco–.
Luego de esto, entramos en una etapa de búsqueda de códigos diversos, haciendo de la mordaz y soterrada irreverencia un léxico donde aflora la visión de Carlos Leppe, quien ocupa su cuerpo como objeto de subversión mediante La acción de la estrella (1979), integrante clave del emblema patrio, representando el flagelo al cuerpo de un Chile enfermo. Simbolismo que se presencia además en Arturo Duclos y su Estrella Negra (2015), ensamblada con fémures humanos y la muerte como única respuesta; o Lotty Rosenfeld y el video El empeño latinoamericano (1998), donde sirviéndose de la Tía Rica ironiza con el deplorable estado del continente, generando una mofa catártica que al descomprimir el dolor alcanza un grado de mayor liberación, topándose de lleno con quienes encausan su hacer hacia un arte conceptual que amplía la dimensión estética a campos poco explorados. Línea en la que se encuentra Juan Downey con With energy beyond these walls/ against shadows (1969) y su dibujo esquemático de esculturas audio cinéticas operadas electrónicamente y Francisco Smythe, quien, al intervenir fotografías de personas extraviadas en la serie Perdidos (1974), recompone la voluble realidad, abonando el camino a un necesario contrapunto con representaciones simbólicas y abstracciones, que al interpelar, oxigenan el discurso visual sin arquetipos.
Complementario a esto, se encuentra Viuda (1985), del grupo C.A.D.A. situado por Nelly Richard como parte de la “escena de avanzada”, al que se agregan Alacranes en la marcha (1994) y Abecedario (2014) de Pedro Lemebel. De Eugenio Dittborn podemos observar La XXVII Historia del Rostro (Lejía) y Pinturas Aeropostales nº 158 (2004), obra armada con rostros, dibujos y fotografías de antihéroes arrancados del anonimato, hasta llegar a Claudia del Fierro y su video instalación El Complejo (2014), donde lo testimonial es la base emocional de un armado escaso en sutilezas que encara y encarna la crudeza de una época. Contexto en el que también convergen los retratos íntimos de las madres de detenidos desaparecidos en El amor ante el olvido (2007) de Claudio Pérez; y la reflexión sobre el exilio de Rodrigo Gómez Rovira en Archivo de Repertoire (2014), pero además en In Memorian (2008), donde Alejandro Olivares retrata los murales de los barrios marginales. Pesquisa callejera que Luis Weinstein continúa con esos cotidianos guerreros que pululan en Esto ha sido (2015) y que se extiende al fotoperiodismo continental de Tomás Munita en la serie Las Maras, vivir y morir en Centroamérica (2012), que de plano contrasta con Paz Errázuriz en Ester Edén, mujer Kawesqar en Puerto Edén (1994).
En esta transición también aparecen quienes, desde un ángulo paralelo, recurren a una lenguaje donde el soporte es el eje compositivo esencial para que las formas jueguen con su propio contenido, como en Si lo puedo hacer aquí, lo haré en cualquier parte (2007) de Hoffmann’s House, donde 72 artistas residentes en Santiago y Nueva York intervienen una solicitud autocopiativa bancaria para crear 144 singulares dibujos. En contraposición surge la monumentalidad de las diez capas de fieltro de lana natural calado a mano, de Mónica Bengoa, en Algunas consideraciones sobre los insectos, Abejas de antenas largas (2010); y Carolina Ruff, quien inserta la obra bordada Intervalo (2013), como parte fragmentaria de una fachada dual entre lo efímero y lo permanente. Representación que tangencialmente se extiende a Doble exilio (2013), obra postrera que realizaron conjuntamente Gracia Barrios y José Balmes y que demuestra que el arte es tan perenne como este cardinal coloquio.