Antonia Duarte pinta desde que tiene memoria. Siempre se inclino por el lado artístico y sus papás la inscribieron sagradamente a cada clase de pintura que hubiese. Fue durante ese período que empezó a convencerse de que su camino era el mundo artístico y que para lograr lo que ella quería tendría que dar el doscientos por ciento, pero eso nunca fue un impedimento. “Soy de ideas fijas”, asevera, por lo que se ha preocupado de buscar maneras que acerquen su arte a las personas y siempre perfeccionarse un poco más.
Sus referentes artísticos son el dibujante español Francisco Casas –de quien le encantaría tener su técnica hiperrealista– y Chuck Close –el artista estadounidense conocido por sus retratos basados en fotografías que se ven casi igual–. Pero no sólo ellos fueron una influencia. “Mis papás siempre me alentaron para que yo hiciera lo que quería y me tiraron para arriba con el tema artístico”, forjando su confianza, alentándola a que tuviera ánimo cuando las circunstancias eran difíciles y guiándola para que nunca dejara de hacer lo que la apasiona.
Pese a que en el camino ha tenido sus dudas, no deja de ser feliz con la decisión que tomó. Hoy está finalizando su último semestre de arte en la Pontificia Universidad Católica de Chile y se encuentra en el proceso de terminar su examen de grado. La utilidad de lo inútil, se titula su proyecto final y está basado en la reutilización de los desechos. En él Duarte hace una relación de su arte con la vida diaria para hablar y hacer una crítica de sus propios desechos, “para hablar de mí y de mi consumo”, puntualiza.
La finalidad de la artista al reutilizar los desechos es descontextualizarlos y otorgarles un nuevo uso e importancia. “Quiero darle utilidad a algo inútil, volver a darle vida a un objeto”, explica, quiere probar que es posible realizar un reinterpretación del desecho, resignificarlo en un espacio artístico. Asimismo, busca demostrar que la basura de una persona constituye parte importante de su identidad y memoria, sobre todo en una sociedad de consumo donde lo que elegimos nos representa.
Antonia Duarte crea acuarelas hiperrealistas y piensa que llegó a esa técnica por su necesidad de control. “Soy súper perfeccionista y me encantan los desafíos” y la acuarela hiperrealista es una destreza que requiere dominio y precisión, hasta la más mínima raya. Por lo mismo, manejarla se ha transformado en una necesidad de poner a prueba su capacidad y talento, “mientras más difícil y latero, es mejor para mí”, dice.
En sus inicios usaba sólo el blanco y el negro y hacía retratos femeninos. Pero este año dio “un giro brusco” y comenzó a experimentar con texturas y/o superficies rugosas. Al principio siguió con los mismos tonos, pero de a poco le fue perdiendo el miedo al color, ahora sus obras dejaron de ser acuarelas en monocromo y giran en torno a la naturaleza muerta, con un estilo más pop y publicitario. “Me gusta cambiar”, señala, por lo que espera seguir mutando para no centrarse en un solo tema.
Eso sí, probablemente no la veamos muy pronto cambiar las acuarelas por algo más. “Es una técnica limpia, perfecta, transparente y pura. Sin errores”, explica, y eso es lo que no detiene su atracción. Disfruta tanto esta forma de pintar que cuando se sienta en una mesa, cualquiera esta sea, y toma el pincel viendo como se desliza suavemente por el papel impregnándolo de color, la sensación que la invade es única y le provoca querer hacer muchas cosas más.
Con tan sólo 22 años Antonia Duarte ya ha participado en bazares de arte y expuso en la Galería Marlborough un proyecto denominado Artes y Sabores, donde en una noche pintó en vivo cuatro retratos de acuarela. Sus metas son claras, cuando tenga lista su memoria pretende presentar ese trabajo para postular a exposiciones –ya que cree que tendrá algo “más consistente”– y posteriormente desea irse de Chile un tiempo, a alguna pasantía que le permita desarrollarse aún más.