Teresa Ortúzar llegó al arte por iniciativa propia. Su familia, de valores tradicionales, nunca tuvo un contacto directo con la disciplina. Para ellos, aquel camino significaba demasiados riesgos. En búsqueda de estabilidad, Ortúzar optó por estudiar Periodismo, a los 30 años ya no podía más. Había llegado el momento de entregarse al arte.
La pintora y escultora hoy se dedica tiempo completo a la actividad: “paso todos los días metida en el taller”, confiesa Ortúzar para quien el esfuerzo –y una pizca de talento–, son los principales condimentos para alcanzar el éxito en el arte. Al momento de definir un buen artista de uno malo, ella piensa que mientras haya un mensaje que expresar no se necesita otra justificación para dar forma a una obra de arte.
Identidad enraizada en el pasado
“Siento que comprenderé mi historia, solo al entender la historia del hombre, la necesidad del misterio y la necesidad de lo divino”, explica Teresa. Su obra posee una identidad enraizada en el pasado. Paisajes habitados por personajes femeninos que recuerdan la naturaleza esencial de los mitos y leyendas ancestrales. Es por medio de la retrospectiva cómo se elabora un lenguaje visual propio.
Para la artista, la realidad se construye igual que un rompecabezas. A través de sus ensamblajes y pinturas, ella explora la profundidad de la dimensión física y psicológica que permite la representación. En conjunto, las imágenes transmiten un gran mensaje que habla “de cosas positivas”, tal como lo describe su creadora.
El color es uno de los actores principales de su trabajo lleno de vida, “amo el color y me siento una pintora colorista”, sostiene la artista, para quien esta herramienta es el componente orgánico del corpus artístico. Tonalidades llenas de energía y vibración inundan sus composiciones, las que traen al espectador la fuerza y alegría de la existencia.
La narrativa es otra de las fuentes que nutren la labor de Ortúzar. Autores como Gonzalo Rojas, Pablo Neruda, Gabriela Mistral y otros escritores chilenos prestan sus historias como semillas para que la artista las reconfigure desde la visualidad. Es de esta manera como se va tejiendo un discurso intermedial que mezcla poesía y literatura con el soporte pictórico.
En torno a la posibilidad de explorar nuevas técnicas, la chilena se abre a múltiples posibilidades: “hay tantas cosas que no conozco que siempre ando husmeando por ahí. Por ejemplo, Claudia Adriazola me acaba de dar un taller de encaustica, técnica milenaria, y así como eso hay interés en los polímeros, o la tinta”.
En esta investigación constante, su última exposición, Tónicos, se basó en la obra poética de Marcela Albornoz para crear una serie de siete pinturas. “Trabajé con una gran poetisa, Marcela Albornoz, y hubo una conexión muy linda con ella y sus palabras. Fue un viaje muy hermoso”, recuerda la pintora, para quien la recepción del público fue muy alabadora.