Paul Cézanne (1839 – 1906) fue un pintor francés que influenció a artistas como Picasso, Van Gogh y Gauguin. Cuando joven formo parte de exposiciones impresionistas, pero la pobre recepción que su obra recibió hizo que se retirara a Provence para desarrollar su arte alejado de los críticos. Su situación económica era estable, por lo que pudo dedicarse a la pintura sin la preocupación de un sustento. Cézanne siempre fue muy exigente consigo mismo; siempre intentó buscar una prolijidad que rozara la perfección en sus cuadros.
Admiró a maestros clásicos de la armonía como Poussin. En sus composiciones todos los elementos parecen estar dispuestos deliberadamente, nada está de más. La escena lograda resalta por emitir serenidad y calma. Cézanne buscaba plasmar ambos valores en su obra, pero en el retrato de la naturaleza, tema que la pintura clásica trataba desde una perspectiva muy academicista.
Cézanne experimentó con el color y el modelado. Quiso pintar los objetos tal cual como los veía y no bajo conceptos predeterminados en torno a ellos. Admiró a los impresionistas en su interpretación de la naturaleza a través del uso concreto de la luz, pero extrañaba en ellos la armonía y el equilibrio de los viejos pintores clásicos. Encontraba que los cuadros de autores como Monet eran brillantes pero a la vez confusos.
El pintor francés se enfrentó a un dilema cuando quiso mezclar tonalidades fuertes con contornos suaves. Experimentó con varias técnicas y estilos, recurrió al arte medieval en su interpretación libre de la naturaleza y se obsesionó hasta el borde de la locura. El milagro finalmente se dio y Cézanne alcanzó el equilibrio y armonía en la representación de lo natural. Logró obtener un sentido de profundidad sin sacrificar la armonía ni la intensidad de los colores. Solo cedió en términos de trazado, en pos de lograr el efecto que buscaba en cada cuadro: la interpretación propia de la solidez y el volumen.