Macarena Matte es una mujer de ojos marrones inquietos, sonrisa blanca y una voz potente detrás de un pañuelo en el cuello, está preparada para lo que sea y espera con ansías desafíos en un ambiente que a veces puede ser duro y muy solitario. “He trabajado sola y me he equivocado muchas veces. Así que estoy preparada para más”. A Macarena le interesa lo social y le gusta la comunicación. Intenta ser lo más directa posible, tanto en sus obras como en su vida diaria.
Recuerda que, cuando tenía 6 años de edad, su papá le regalaba plumones o crayones y desde ese minuto supo que estaría siempre vinculada al arte. Desde niña tuvo interés por crear, y estudió diseño gráfico al salir del colegio, luego decidió estudiar Artes. “Al principio tuve clases con Carmen Silva. Esto fue porque Carmen estuvo muy vinculada con mi familia, estuvo comprometida con un tío, tiempo después ella se casaría con Thomas Daskam. Entonces, cuando decidí seguir mi camino del arte, mis papás me dijeron de inmediato que tomara clases con Carmen”, recuerda.
En ese entonces Carmen Silva venía llegando de Ecuador, por lo que le enseñó a usar el carboncillo y la figura humana, perfeccionándose luego con el artista Jaime León. Fue ahí cuando Macarena con convicción dijo que tenía que aprender casi a la perfección la figura humana. “No quería que me pillaran que no sabía, entonces me dije: mi meta es decir yo soy seca en esto”, cuenta con una sonrisa en la cara.
Su experiencia en ciudades europeas, como Florencia, Roma y París, le dieron tiempo para aprender a observar museos y centros culturales con calma, absorbiendo cada etapa que se le presentara. Para cuando regresó a Chile, tenía un concepto muy amplio de cómo hacer arte y nace la idea de la abstracción arquitectónica. “Siempre me voy exigiendo para tener más conocimiento, depende lo que esté pasando pero siempre intento mantener mi misma línea… la abstracción arquitectónica tiene que ver porque yo quería ser arquitecto. Obviamente, hoy estoy feliz haciendo lo que hago y me llena, pero esto es fruto de muchos años de estudio y análisis”.
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Hubo un tiempo en que le angustiaba mucho que existieran artistas que no fueran rigurosos, o el tabú popular del artista flojo. La opinión que tiene Macarena sobre un artista es que, entre más pruebe técnicas distintas y más aprenda, logrará ser un artista más íntegro. Esto lo toma como desafío personal y recalca: “La disciplina es importante. Yo trabajo todos los días, esté o no inspirada y eso da pie para una próxima muestra o colección. Aparte soy súper tozuda: Arte-arte y arte, ¿me entiendes?”.
“Trabajar todos los días es un oficio y es súper importante porque yo vivo del arte, mi pasión es el arte, mi oficio es el arte, yo lógicamente he hecho mi carrera una cosa que tiene que funcionar sí o sí, y me encanta que funcione… no es un sacrificio”.
Macarena se considera parte del 40% de la población que trabaja en lo que le gusta. Sus trabajos con acrílico y el empleo de colores, expresan en la tela o en el papel lo que está sintiendo. Prefiere no definir con exactitud lo que le hace a sus obras; según ella, eso es trabajo de los críticos del arte o curadores. “Lo único que puedo decir es que cuando me gusta la obra, me encanta. Si no, quedo atravesada, la castigo y vuelvo a ella, pero también he aprendido a soltar la obra y darme un tiempo para decidir con calma”. Un claro ejemplo de lo que se refiere a soltar la obra, es un proyecto inconcluso que realizó cuando falleció su mamá en el año 2006. Darle color a la transición, consistía en pintar ataúdes y rellenarlos con objetos que no estaban relacionados con el cuerpo humano, como por ejemplo huevos reventados. El concepto de muerte caló profundo en Macarena y le comenzó a dar sentidos que nuestra sociedad no tiene con respecto a la muerte.
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Uno de los proyectos que sí logró lanzar y que fue un éxito, también tuvo relación con la muerte pero desde un punto de vista más metafórico: 132 kilómetros. La obra llegó hasta una gran exposición en el Museo Vicuña Mackenna donde los colores y formas abstractas se apoderaron de libélulas y mariposas. “Yo estaba trabajando a la mujer española con la idea de la figura humana… pero luego me comenzó a salir una libélula, que es movimiento, y me obsesioné con eso y comencé a estudiarla. Fue en ese momento que dejé la figura humana en el óleo, terminando en el acrílico. Fue en honor a mi vieja”.
Actualmente está trabajando con formatos pequeños que pretende mandar a París, representando la arquitectura de Santiago como la del Barrio Yungay. Comenzó a trabajar la arquitectura hace un tiempo y la tiene muy contenta porque puede ir mezclando técnicas. Además está trabajando con una galería española de Málaga y otra de Nueva York.
Sin embargo, uno de los proyectos que le encantaría hacer es realizar talleres en poblaciones. “Me gusta trabajar con niños, son muy lúdicos. Actualmente hago clases y es agradable ver cómo los niños se relajan haciendo arte, ya que pasan todo el día en el colegio, por eso me gustaría llevar el proyecto a lados más vulnerables, donde sé que valoran mucho las herramientas”.