“El arte para mi es la expresión más legítima de la esencia del ser humano. Es un modo de vida, una condición, una forma de percibir el entorno y traducirlo por necesidad vital en objetos tangibles o no”.
Comienzo a caminar y parece ser un día común y corriente, hasta que llega a mí la imagen de un caballo turquesa, que llama la atención por su increíble belleza, pero dentro de un segundo empieza a galopar, surgiendo tras el melodías rosadas, verdes, lilas, naranjas, parece venir de un mundo tan mágico que lo sigo hasta que de un segundo a otro, los símbolos de fantasía se esfuman y percibo que he llegado a la ciudad.
© Marco Caamaño
La calma de un mundo de ensueño es ensordecido por el tumulto de la vida en multitud, velocidad, caos y sus diversos habitantes, algunos con rostros claros como sus pensamientos, otros más oscuros y confusos, pero a todos los siguen acompañando esos vivos colores. Se hace de noche y me doy cuenta que ya perdí a mi caballo, decido caminar a casa ascendiendo entre los cerros de Valparaíso junto con los perros callejeros que me acompañan, mientras en mi trayecto, nuevamente el misterio de la noche se interrumpe por las luces de un burdel y tras una ventana puedo observar a bailarinas, que son admiradas por hombres de terno, risas, trago, tal vez un poco de decadencia y melancolía. Pase muy rápido de una cuidad de caballos multicolores a noches y multitudes. Pero ambas son ciudades que gritan sentimientos, historias, animales, fantasmas y fantasías.
Marco Caamaño, escultor, pintor y dibujante goza de una vida que ha transcurrido entre dos territorios, Venezuela y Chile, ante lo que él afirma que “influyen en cada gesto los dos países que son parte indisoluble en mí”. Artista de pequeño solo que no tenía la madurez para descubrirlo. Su niñez fue bastante solitaria, de rincones, fantasías y juegos. “En mi casa había un patio con grandes árboles y bastante frío cordillerano en invierno, era la antigua Ñuñoa, óptimo espacio para estar sólo o entre fantasmas, algunos creados por mí y otros que suponía agazapados tras el álamo o el sauce y que me asustaban bastante. Recuerdo algunos de mis dibujos a los cuatro años, escenas de campo, animales y personajes, trolleys que hasta el día de hoy me siguen fascinando”, explica.
Las obras de Marco son relatos, vivencias, una suerte de autorretratos psicológicos, o que siente referente al entorno. La ciudad, por ejemplo, está siempre presente en diferentes lecturas. Al respecto, el artista comenta: “una vez dibujé Eros y Tanathos, una serie muy importante para mí porque hay un logro, un encuentro en la forma, la síntesis, mucha gente enlazada en columnas, nubes de gente, redondas, simplificadas, una multitud que vivía, moría y hacía el amor, el éxtasis era el fin, el ying y el yang, la figura freudiana que moría y nacía otra vez se convirtió en lo social porque la gente es un ente social que habita ciudades con sus dramas y alegrías y transforma –y continúa–. Más que inspirarme desarrollo lo que vivo, lo que veo y recuerdo, plasmo en el soporte escenas y escrituras de mi imaginario que son parte de una interminable secuencia, sucesos y épocas relacionados entre sí, mi propio desarrollo, mi acontecer y mis cambios.
En sus obras está muy presente la historia, que se representa en los caballos, como la conquista, grandeza, libertad, llanuras, valor, José Antonio Páez o El León de Payara (héroe a caballo de la independencia venezolana), junto con la melancolía y lo urbano que se encuentran representadas en las palomas, “que son testigos silenciosos, que viven y se mueven siempre ocupadas en lo suyo”.
Actualmente en sus temas de trabajo se encuentra desarrollando la ciudad y la noche, “las vivencias de un noctámbulo voyeur que soy yo mismo observando desde las sombras, lo patético de la simulación, pero todo ello no es más que una parte de un gran tema; de lo urbano y la memoria fragmentada que es mi propia vida en distintas épocas como sujeto pasajero de metro y autobús, habitante y ciudadano”. Por lo mismo el artista piensa: “seguir trabajando incansablemente a medida de mis fuerzas hasta que muera, que entonces ya no habrá nada más por decir”.