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Entrevista

Rubén Martín De Lucas | “Debemos dejar de ver el arte como el producto final de un artista y verlo tal como es: un proceso”

By 25 de febrero de 2016septiembre 12th, 2024No Comments

Madrid, 1977. Rubén Martínb de Lucas comienzó los estudios de Ingeniero de Caminos CC. y PP. en la Universidad Politécnica de Madrid, en 2002, pero decidió dejar la ingeniería para dedicarse por completo al arte. En este camino ha sido ha sido miembro del colectivo multidisciplinar Boa Mistura, grupo de artistas con raíces en el grafiti que ha intervenido entre otros en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Casa Encendida, Festival Internacional de las Artes de Castilla León.

Alguna vez has mencionado que en ti había una lucha entre Basquiat vs Sorolla. ¿A qué te refieres? ¿Hay ganador?
Siempre me he movido entre estos binomios: Concepto/Forma; Contención/Libertad; Definición/Gesto; Figuración/Abstracción. Y veía estos polos como materialización de mi personalidad. Por un lado el ingeniero formado en la universidad, moldeado por la sociedad, con su acertado análisis del entorno que nos rodea; por otro, el salvaje que llevo dentro, que me empujó a viajar por el mundo, a dejar la ingeniería en favor del arte y que me llevó por caminos desconocidos. Los sentía como a dos caballos, como a dos bestias que tiran de un sólo carro que va a toda velocidad. Y esto se hacía muy patente en mis inicios como pintor.
A uno le llamé Sorolla, porque me empujaba hacia el dominio de la figuración, de la luz, la pincelada y de esa representación de la imagen en el plano pictórico. Al otro le llamé Basquiat, porque era un caballo pura-sangre, orgulloso, concienciado con la sociedad y el momento que le tocó vivir, y que pintaba como un salvaje, de forma sincera, desde el estómago. Al principio me sedujo Sorolla, pero luego me conquistó Basquiat. Y tiempo después descubrí que no podía vivir sin ninguno de los dos porque soy la suma de lo que aprendí de ambos. Del mismo modo que me he aceptado como la suma del ingeniero, el artista urbano, el artista visual y el viajero que llevo en mi.

© Rubén Martín de Lucas

© Rubén Martín de Lucas

¿Cómo ha influido tu experiencia como grafitero, tu contacto con las calles en tu trabajo posterior?
Empecé a pintar grafiti en 1994. Fundamos Boa Mistura en 2001 y hasta 2015 trabajé codo a codo con mis compañeros pintando murales por el mundo. En 2015 con dos hijos, y unas circunstancias vitales muy distintas que me impedían viajar continuamente, decidí centrar mi carrera en solitario.
Siento que estoy renaciendo ahora. Estoy fundiendo todo lo que aprendí en distintos ámbitos (pintura, arte urbano, ingeniería) para fraguar algo nuevo. Algo que inevitablemente está ligado al paisaje, que es el eje de mi trabajo, pero dando un giro de tuerca.

Paisajes desde el lado salvaje, La Aldea Flotante… Este tipo de proyectos están muy vinculados a tus viajes, a tu manera personal de ver el mundo que te rodea. ¿Qué te atrae del mundo?
Los viajes son algo que me ha influido de una manera muy profunda. Para amar el mundo, para aceptarlo, para aceptarme y para seguir sorprendiéndome como un niño.
Paisajes desde el lado salvaje, es una búsqueda interior en pos del salvaje que, como niño, llevaba dentro y que la civilización maleó. Un acercamiento a mi Basquiat interior que veía necesaria tras una carrera universitaria infernal y algo castrante como fue Ingeniería.
La Aldea Flotante nació de un shock fascinante. Ocurrió en un viaje por Asia cuando conocí, en Vietnam, las aldeas flotantes en las bahías de Ha Long y Tu Long, y vi que había gente capaz de vivir en una chabola de 15m2 sobre el agua y sin apenas ningún contacto con la tierra. La evolución nos había dotado de piernas para caminar. Y allí estaba esa gente que parecía vivir con las piernas encogidas. Sin dramas. Tranquilos y en equilibrio. En 2012 viajé intensamente por varios países asiáticos para documentar estas tipologías y desarrollar La Aldea Flotante. El proyecto al final se convirtió en una oda a la precariedad, a la supervivencia, y a una forma de vida frágil pero en equilibrio, como una hamaca que se mece en una casa que se balancea.

© Rubén Martín de Lucas

© Rubén Martín de Lucas

¿Marca Stupid Borders un punto de inflexión en tu carrera hacia un mensaje más crítico, más activista, por así decirlo, y más conceptual?
Sin duda. Para mí es lo mejor que he hecho hasta ahora. Lo más completo. El proyecto incluye acciones sobre el paisaje, fotografías intervenidas, vídeos, obra sobre papel y documentación. Una riqueza formal reforzada con una reflexión y un concepto muy potentes. Hay una crítica directa hacia las fronteras como ente físico y como ente mental. Dibujamos líneas efímeras y nos pegamos por ellas. Nuestro concepto de propiedad está invertido, creemos que la Tierra puede ser nuestra, y es un sentimiento muy extraño porque es ella la que nos trasciende en edad.

Parece que Vacaciones en el mar, tu última serie, sigue una estela casi sociológica. Podemos ver en ella costumbres, economía, crítica… ¿En qué te has fijado esta vez? ¿Qué nos quieres decir?
Vacaciones en el mar habla del boom inmobiliario que sembró de construcciones toda la costa mediterránea española y de lo que ello generó. Que es un fenómeno sociológico, un modelo vacacional de “Sol y playa” que convoca, en algunos lugares, a auténticas masas poblacionales. Pero el verdadero quid de la cuestión no es el fenómeno sino su origen, el comportamiento mimético. Somos monos con iPad, más cool, pero monos al fin y al cabo. Y todos funcionamos, yo incluido, por imitación. Copiamos los modelos de comportamiento existentes. Podríamos decir que quizás un 2% de nuestras decisiones están tomadas tras una reflexión consciente. El 98% restante de las decisiones las tomamos por imitación. Y esto a menudo nos convierte en un rebaño de borregos.

© Rubén Martín de Lucas

© Rubén Martín de Lucas

¿Cómo es tu experiencia con el mercado y con ferias como Art Madrid donde te vemos por segundo año consecutivo?
El mercado como tal no me interesa demasiado, aunque me vaya muy bien. Me parece algo bastante aburrido. A mí me interesan los procesos creativos y cosas muy elementales como disfrutar de la vida, de mi mujer, mis hijos y amigos, viajar.
El mercado está ahí y hay que aprender a manejarse en él porque es lo que nos da de comer. Es importante mantener el equilibrio entre vivir de lo que uno hace y operar con la mayor libertad posible, pero, como artistas, el mercado nos debe preocupar lo justo. Creo que hay valores mucho más importantes a cultivar como la integridad, honestidad y sinceridad.
Respecto a las ferias, son un buen momento para ver y comprar arte, pero no para profundizar en él. Uno como artista, al menos yo, aspira a contar una historia, a rodear al espectador y a hacerle reflexionar. Y eso en una feria es muy complicado porque hay tantos estímulos que la gente pasa de puntillas. En una feria se gana mucha visibilidad y yo ahí le estoy agradecidísimo a Art Madrid.
Luego nosotros como artistas tenemos el deber de trabajar en otros frentes para dar peso a nuestra obra, al igual que el público tiene el deber de no quedarse en la superficie de lo visual y bucear para llegar a las capas más profundas de un lenguaje que no es de unos pocos, sino universal. Debemos dejar de ver el arte como el producto final de un artista y verlo tal como es: un proceso. Para mí, meter arte en tu vida no es adquirir una pieza sino hacer tuya esa actitud creadora y reflexiva y aplicarla en tu día a día para afrontar la vida con un espíritu crítico que a la vez es constructivo.