Quizá no creerá que eso que tiñe y da forma a enormes imágenes sobre el suelo es lo mismo que le hecha al tomate, la lasagna o el guiso de acelga. Es sal. La misma que si se usa en exceso puede producir hipertensión, en este caso, reproduce paisajes laberínticos, campos de hojas, panorámicas del globo, vientos y mareas, sobre el suelo con un perfeccionismo indiscutible e impensado también.
©Motoi Yamamoto
En un envase de plástico y con un surtidor delgado se deposita la sal. Se rellena una vez, otra vez, nuevamente, repetidas ocasiones, seguidas, continuas y de largo aliento. Entonces el surtidor es el pincel, el lápiz que dibuja. Esparce con la sutileza, que el operante quiera darle, la sal sobre el suelo creando la forma que genera la silueta que el movimiento de la mano determina.
©Motoi Yamamoto
El resultado es abismante si cruzamos esta técnica con el oriundo de Hiroshima, Japón, Motoi Yamamoto. Un artista introspectivo y paciente, con una fuerte carga afectiva sobre sus hombros que le insta a perseverar con lo ínfimo y casi imperceptible. El creador de estas instalaciones de sal perdió a su hermana a temprana edad. El duelo le condujo directamente a plasmar sus recuerdos sobre la superficie, contemplando que la idea misma de conseguirlo, se transformara en un rito que demandara una profunda delicadeza, precisión y concentración.
Y así pasa horas retratando en salas, museos, centro de arte y culturales una huella perecedera y frágil, al tiempo, imponente y magnífica.