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Maravillarse con el avistamiento de un lucero aun sabiendo que lleva millones de años extinto, no se condice con ver la obra de Theo Jansen, que fusiona escultura e ingeniería cinética para dar vida a sus «Strandbeest”, quienes desafían la evolución desde las costas holandesas.

Sin duda es más sencillo culpar a la imaginación que aceptar lo que nuestros ojos ven, en especial si son nuevas formas de vida impulsadas por el viento, que recorren las playas guiadas por el instinto y por un cerebro cuyo contador de pasos binario le permite cambiar el patrón de ceros y reorientar su accionar frente a las mareas y a sus enemigas naturales. Las tormentas.

Para ellas no es un misterio que al subir la marea deban ponerse a salvo o, en su defecto, fijar un perno al suelo para evitar ser arrastradas y ahogarse. Por fortuna, muchas veces se desplazan en manadas lo que ayuda a su sobrevivencia, la que además está asegurada gracias a que son capaces de almacenar energía a través de sus alas que bombean aire hacia botellas de limonada, que en una suerte de alvéolos atesoran el viento para cuando escasea.

Pero no se equivoquen las «Strandbeest» o bestias de la playa, no son piezas de mecano o de lego que se arman en forma sistemática viendo un catálogo, tampoco es otra remozada versión de Nintendo. No todo ocurre por obra y gracia de la realidad virtual, ni debemos acusar a la imaginación, sino al calentamiento global y a un artista holandés que desde los 90’ pretende ponerle atajo creando una raza de animales que al desplazarse remuevan la arena de las playas, dado que el mar no hace más que subir, amenazando con hacer retroceder los límites de nuestra tierra hasta donde estuvieron en el medioevo.

Theo Jansen (1948, Scheveningen) se formó como ingeniero y científico en la Universidad Tecnológica de Delft, y desde que incursionó en un rudimentario Atari, que se ha empeñado en crear colosales esculturas – criaturas, construidas de acuerdo a códigos genéticos mejorados, mediante un programa informático que tiene la cualidad de seleccionar “números sagrados”. Estos a su vez, ayudan a cientos de tubos de cableado eléctrico a dar la movilidad necesaria a estas imponentes estructuras y de paso reinventar “una nueva rueda, ya que pese a la irregularidad del terreno su eje – pezuña se mantiene en un mismo nivel, pudiendo desplazar gran cantidad peso-. De lo contrario, el colosal Animaris Rhinoceros con sus 3,2 toneladas no iniciaría una vertiginosa carrera junto al Animaris Percipiere, quien hace gala de su destreza y fija su trompa para detenerse y anclar un perno por si arrecia una tormenta.

Lo que parece artificio es producto de la clarividencia de un artista que no hace concesiones – “Las barreras entre el arte y la ingeniería existen sólo en nuestra mente”, y lo demuestra el que las «Strandbeest», han desarrollado distintos órganos y extremidades que mutan según su capacidad evolutiva. Suficiente razón para que Jansen no ceje en optimizar sus mecanismos, pues sabe que quienes no funcionen se extinguen irremediablemente; sumándose incluso a la teoría de Darwin – “No es la más fuerte de las especies la que sobrevive, ni tampoco la más inteligente. Sobrevive aquella que más se adapta al cambio”.

Algo que Jansen sabe de sobra, dado que de colaborador de un diario local pasó a la ciencia y tras crear un platillo volador, deja todo para dedicarse a la pintura e inventa una máquina para pintar, hasta que decide crear una “nueva naturaleza”, y persevera por más de 20 años desde su estudio-laboratorio en Ypenburg (Holanda) – “Esta es una manada construida de acuerdo a códigos genéticos, originando un tipo de raza, donde cada animal es diferente y donde sólo aquellos códigos ganadores se multiplican”. Lo que se constata en la elección de sus nombres. Jansen, pese a lo vanguardista, no reniega de la tradición y recurre a la nomenclatura biológica que se usa para denominar animales, es así como nombra a sus Animaris: Currens Ventosa, Excelsus, Geneticus, Percipiere, Sabulosa, Vulgaris, Umerus, Ordis, Currens Vaporis, , Rhinoceros Tabulae o Percipiere Primus, y quizás cuántos más que están en vías de evolucionar o a fosilizarse.

Apegado a los principios de la selección natural: Cada nuevo Animaris, hereda las virtudes del anterior hasta que su capacidad de supervivencia le permita algún día ser autónomo y vivir por su propia cuenta en otros entornos naturales. No es de extrañar entonces que el deseo de Jansen se cumpla a cabalidad. Poco a poco han ido tomando las riendas de su existencia, algo que ha perfilado el quehacer de este cinético escultor, quien es muy difundido en redes sociales. Requerido tanto por programas televisivos como por revistas tan disímiles como en The New Yorker, The New Scientist, y Wired o estar siempre invitado a museos, parques tecnológicos y muestras tan importantes como el quinto aniversario de ArtFutura, el festival de cultura y creatividad digital en Tecnópolis en Buenos Aires el 2012 e incluso junto al paisajista japonés Eiki Danzuka, montó el 2013 una exposición llamada Theo Jansen + Earthscape, instalación que empleando arena, trozos de madera y la flora de Scheveningen, más piñas recolectadas en Oita, recreó el entorno natural de los bosques de Oita y las playas de los Países Bajos. Ruta que apenas comienza, puesto que se está llevando a cabo la exposición Theo Jansen. Asombrosas criaturas en El Espacio Fundación Telefónica (España) entre octubre de 2015 y enero de 2016.

Es de esperar que con el tiempo estos algoritmos genéticos le den la fortaleza suficiente para alcanzar nuestras costas a tan magníficas criaturas. Por que como dice Gerrit van Bakel -«todas las cosas fueron una vez un sueño en la cabeza de alguien».