La artista chilena María Teresa Hasbun combina elementos figurativos y una explosión de colores, acercándose a la abstracción a través del paisaje.
«Primero pintaba con óleo porque me permitía trabajar en detalle, de manera pausada y consciente, pero me aburrí de esa lentitud y sentí que todo debía moverse. Entonces le di una oportunidad al acrílico y encontré la libertad”.
Cuando la vinculación con el arte forma parte de los recuerdos de infancia es difícil seguir un camino que se aleje de él, y la artista chilena María Teresa Hasbun es ejemplo de ello. Ya desde temprana edad jugaba a perderse entre pinturas y dibujos, y fue esa necesidad de expresarse a través del arte lo que la impulsó a cursar los estudios de Artes Visuales en la Universidad de Chile, y tuvo como como profesor de dibujo al artista Eugenio Dittborn en el Instituto Cultural de Las Condes.
Tras un primer acercamiento a la figura humana y a “lo vivo”, profundizó sus estudios sobre la teoría del color, un campo que exploró a lo largo de toda su producción, por el que confiesa sentir fascinación y una conexión que no puede explicar con palabras, sino fluyendo entre tonalidades cromáticas.
Dedicada en profundidad a la pintura, convierte el color y el movimiento en los ejes principales sobre los que experimentar. “Primero pintaba con óleo porque me permitía trabajar en detalle, de manera pausada y consciente, pero me aburrí de esa lentitud y sentí que todo debía moverse. Entonces le di una oportunidad al acrílico y encontré la libertad”, explica.
Combinando elementos figurativos y una explosión de colores cargados de ritmos y fuerza, María Teresa va acercándose al mundo de la abstracción, donde el paisaje encuentra su máxima cabida. Su interés se centra principalmente en el desarrollo de fondos en los que sutilmente inserta objetos, como bicicletas o navíos, que aportan una acción a la tela y acentúan un movimiento que invita a desplazarse, a navegar, a acercar a la costa, a adentrarse en la ciudad o a perderse en el mar.
Su estado de ánimo se ve conectado con su entorno, y traduce estas sensaciones en manchas de color que plasma en su pintura y utiliza para articular una narrativa visual donde el dinamismo transporta al espectador hacia el interior del lienzo. “Todo me inspira, el color del día, las tonalidades de la estación, la luz, cualquier cosa que veo”.
Inspirada por los impresionistas, y principalmente atraída por William Turner, Hasbun consigue adentrarnos en atmósferas cargadas de tonalidades, donde la pincelada rápida y libre genera paisajes envolventes que esconden esbozos de elementos reconocibles que sirven para completar la obra. “Parece que no hay nada, pero hay”, afirma la artista.
Siguiendo con el trabajo de la luz nos encontramos con la representación de las estaciones del año o la captación de días determinados, un tema muy presente en su obra y que soluciona a partir de la identificación de las características que le llaman la atención de un momento del día concreto para traducirlo a tonos de color determinado. Por ejemplo, un día lluvioso con gama de grises y reflejos acuosos, o la idea de un océano bravo con contrastes de azules, blancos y negros.
Su pasión por la naturaleza hace que la inspiración de María Teresa no tenga límites. Formas y colores, verde, azul, árbol–; fenómenos y fuerzas –océano, viento, lluvia–, que combinados con un trazo espontáneo y expresivo seguirán transportándonos donde su pincel nos lleve.