En el marco de la XVII Bienal de Cuenca y su edición conmemorativa The Game, Justo Pastor Mellado sitúa su propuesta desde una claridad metodológica: “Mi trabajo es un trabajo de escritura. No me propuse ser curador. La curatoría y la crítica de arte son espacios de inversión laboral en el seno de un mercado intelectual precarizado”. Alejado de la voluntad innovadora, su enfoque se posiciona como una intervención contenida, consciente de las lógicas institucionales que sostienen el campo artístico.
“No me propuse ser curador. Mi trabajo es un trabajo de escritura. La curatoría y la crítica de arte son espacios de inversión laboral en el seno de un mercado intelectual precarizado”, afirma Mellado
Desde esa honestidad metodológica, su participación en The Game se inscribe como una operación que asume un lugar como agente de institucionalización en una maquinaria cultural más amplia. Inicialmente prevista para el Museo Pumapungo, la micro curaduría fue trasladada al Convento de Las Conceptas, espacio cargado de historia eclesiástica y dispositivos de regulación simbólica colonial. El cambio de sede no fue menor. Intervenir el Museo habría significado una forma de violencia, explica, aludiendo al carácter institucional del Pumapungo como archivo estatal, que patrimonializa una ruina respecto de la cual se requiere de un tiempo mucho mas largo para comprender, que lo que permite una curatoria para una bienal. En contraste, el Convento de Las Conceptas, cargado de historia reguladora católica, ofrece una economía sígnica distinta, vinculada a la regla del arte católico del adiestramiento espiritual. El arte contemporáneo no es ajeno a ese adiestramiento.
Uno de los ejes formales que atraviesa esta propuesta es la figura del paquete: envolver, amarrar, ocultar, como figura material de una puesta en sepultura. Desde la noción del “paquete chileno” —simulacro gráfico asociado al fraude— hasta la imagen del curador de falencias, como se denomina jurídicamente en Países Bajos al síndico de quiebras. El curador plantea así una metáfora crítica: curar en el sentido de administrar la falla, como empaquetar residuos simbólicos para su traslado. “Somos operadores de discontinuidad en provecho de la continuidad del sistema», afirma.
Más que un discurso, esta micro curaduría se presenta como una constelación de indicios: fragmentos visuales, restos de relatos, trazas de archivo que se entrelazan en una narrativa que no busca explicar, sino interrumpir. El curador recuerda su experiencia como dibujante técnico durante la dictadura —cuando trasladaba con plumas Rotring los diagramas eléctricos de ingenieros— como origen simbólico de su práctica: traducir, anotar al margen, construir mapas de tensión. En sus palabras, “toda constelación remite a un tablero que regula flujos y acometidas de fuerza; no interpreto, hago notas al pie”.
El concepto curatorial central —jugar a hacerse el muerto— surge de una lectura del texto “Sublevaciones” de Georges Didi-Huberman y una escena relatada por Pierre Fédida, donde dos niñas huérfanas comienzan su duelo jugando bajo una sábana. Esa imagen se convierte en dispositivo: una sábana como objeto expandido y plegable, que cubre el cuerpo y permite su empaquetamiento y traslado. La curaduría se convierte así en una operación de duelo simbólico: ficciones reparadoras construidas a partir de grandes paquetes, como los retratados por el fotógrafo colombiano Fernel Franco en contextos de desplazamiento forzado.
El curador define la bienal como un “instrumento de política blanda” que inserta a la ciudad en un mapa internacional de circulación simbólica. Participar de ella es asumir un lugar funcional: “No somos más que funcionarios de institucionalización, que operan desde los márgenes, pero con plena conciencia de las reglas que hacen funcionar el campo”. Su propuesta, entonces, no pretende interpelar la institución, sino exponer su engranaje desde adentro, empacando la falla y desplazando las memorias desde el simulacro.
Esta participación en The Game más que innovar, se trata de registrar huellas, interrumpir continuidades y traducirlas en escritura. Desde la figura del archivo hasta el gesto mínimo del embalaje, la micro curaduría se despliega como un trabajo de notas al pie: operaciones críticas que hacen visible el engranaje institucional del arte contemporáneo, recordando que todo ejercicio curatorial es también una intervención sobre los modos en que circulan la memoria, el poder y la imagen.