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En una jornada marcada por la reflexión y el reconocimiento, la XVII Bienal de Cuenca The Game celebró su ceremonia oficial de premiación, coincidiendo además con los 40 años de trayectoria del encuentro. El jurado —integrado por Ana Gabriela Rivadeneira Crespo, Carlos Rojas Reyes y Saidel Brito— destacó la solidez curatorial, la diversidad estética y la profundidad conceptual de los proyectos participantes. Las piezas simbólicas entregadas a los galardonados fueron creadas por el artista cuencano Edgar Carrasco.

La Primera Mención de Honor fue otorgada al curador Ticio Escobar por su proyecto Los juegos de la imagen, reconocimiento entregado por la abogada Isabel Patiño, directora ejecutiva de la Corporación Ascende.

Escobar explicó que su propuesta surge de una lectura amplia de la noción de “juego”. Según señaló, le interesaba abordarlo “en su doble sentido: en las reglas The Game, pero también en el play, el entretenimiento, el azar y la diversión”. Desde esa perspectiva, afirmó que su trabajo curatorial buscó relacionar el concepto central de la Bienal con “lo que uno está trabajando y pensando en este momento, porque el ejercicio curatorial es también un oficio de difusividad del pensamiento”.

Su selección reunió artistas internacionales y ecuatorianos, articulando un diálogo entre lo documental, lo ficcional y lo poético. Escobar destacó especialmente la obra de Bohórquez, señalando que “creaba fotografías de situaciones que existieron, pero que no tenían imagen, una suerte de ficción que se presenta como efecto especial”. Esto le permitió reflexionar sobre vacíos de archivo, memoria colectiva e imaginarios sociales.

Asimismo, convocó a Ana María Millán, cuyo trabajo desarrolla animaciones a partir de talleres colaborativos en los que los participantes “imaginan y dibujan historias a partir de relatos e imágenes” relacionadas con la figura de Quintín Lame.

Del mismo modo, integró la obra de Bernardo Oyarzún, centrada en el alebrije, figura mítica con resonancias panamericanas. Escobar explicó que este personaje, “propio de mitologías indígenas, mestizas y populares”, activa sentidos vinculados al sueño, el delirio y lo fantástico.

El diálogo entre estas tres propuestas permitió construir una curaduría de fuerte densidad conceptual, con un componente visual imaginativo y una relación directa con iconografías populares y memorias afectivas. Como señala Escobar, la idea era “afinar una imagen que, como si el alebrije pudiera volar entre los mundos creados por los artistas, desbordara hacia nuevas situaciones de animación”.

La Bienal distinguió así un proyecto que profundiza en la historia, la ficción y las múltiples formas en que la imagen puede reinventarse, reafirmando la trayectoria y sensibilidad curatorial de Ticio Escobar.