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Dagmara Wyskiel llega a la 16ª Bienal de Cuenca con la propuesta The Game, un proyecto concebido junto al equipo Metrópoli que convierte el cuerpo en campo de juego, espacio de poder y objeto de reflexión. La curadora explica: “El equipo Metrópoli se ha iniciado en The Game, investigándose mutuamente y tirándose los guantes conceptuales y artísticos entre sí. Cada elemento del juego estaba precisamente elegido para desafiar al otro”.

Su mirada se nutre de la experiencia acumulada en SACO, plataforma que dirige desde Antofagasta, donde el arte contemporáneo se instala en lugares no convencionales: playas, techos, cárceles, escuelas, centros comerciales o la misma calle. En Cuenca, esta práctica se refleja en una decisión clara: “Saliéndome de los rectángulos de la planta asignada por la dirección de la bienal hacia el pasillo, hacia el patio. Privilegiando el piso como soporte de la obra, por encima de las paredes.”

La celebración de los 40 años de la Bienal se convierte para ella en un punto de inflexión: “El cumplir 40 años es un momento muy especial. Pero puede convertirse también en una crisis o en un umbral. El juego que instalamos activa la reflexión sobre las condiciones de la mente, del sistema nervioso, del cuerpo de uno y de los demás”. Desde esa perspectiva, la invitación es a que el público mismo incorpore parte de sí en la exposición para mantener vivo el juego.

En cuanto a la selección de artistas, Wyskiel enfatiza que sus criterios parten de lo subjetivo y del encuentro con el territorio más que del reconocimiento o la trayectoria. “La carrera y el reconocimiento no son relevantes para mí al momento de elegir. La calidad de la obra, y –para ser más precisa– la inteligencia expresada a través de un objeto de arte, es lo que me seduce”. En esta edición, el equipo está conformado por Nikolett Balázs, con un objeto textil antropomorfo cargado de fuerza museográfica; Rodrigo Toro, con una maquinaria sonora inspirada en la fisiología humana y la mecánica de su propia mano; y Gabriela Fabre, con muebles y azulejos transformados en elementos de descanso y recorrido.

Los desafíos de trasladar su práctica a Cuenca también fueron parte de la conversación. “Jugar de visita siempre es un desafío. Vivo en la costa desértica e industrial, no estoy acostumbrada a las condiciones de altura, ni las físicas ni las simbólicas. De todas maneras no considero que mi enfoque curatorial sea del norte de Chile, ya que soy inmigrante”.

“El cumplir 40 años es un momento muy especial. Pero puede convertirse también en una crisis o en un umbral. El juego que instalamos activa la reflexión sobre las condiciones de la mente, del sistema nervioso, del cuerpo de uno y de los demás”.

Finalmente, sobre la relación con el público, Wyskiel deja abierta la experiencia al contacto directo: “Ojalá las personas se atrevan a tocar las obras. Y viceversa. Debo confesar que no tengo idea de qué hay que hacer para ganar este juego. Ni siquiera sé si es posible lograrlo. La meta nunca está donde la imaginamos. Y a la vez está en cada respiración en la sala.”