“Y entonces aparecieron mis amigos y parientes
vivos y muertos en silencio uno a uno
golpearon la vieja puerta y se sentaron a la mesa”.
(Bárbara Délano).
Con una convocatoria de casi 150 artistas y 175 obras, la muestra Lo que ha dejado huellas, de la Colección Consejo Nacional de la Cultura y las Artes-Galería Gabriela Mistral se exhibe por primera vez en el Centro Nacional de Arte Contemporáneo Cerrillos, como una suerte de metrónomo que va marcando el pulso artístico contemporáneo chileno, al desplegar una significativa panorámica de éste quehacer, a partir de un acucioso trabajo emprendido en 1995, que no sólo se remite a obras o artistas, sino a compendiar un vasto material de investigación perfeccionado desde sus inicios y que hace estación, tras una prolongada itinerancia para mostrarnos tanto su pluralidad material, diversidad temática y conceptual, como su secreta urdiembre, armando un entramado que va desde lo real y contingente a lo más íntimo o etéreo, donde la imaginación revela sus claves para entrar en ese universo muchas veces críptico e impenetrable.
Como dicen sus curadoras Magdalena Atria y Florencia Loewenthal – “Confiamos en la “cosmogonía” que constituye esta colección y pensamos en ella como una constelación, cuyas partes están todas conectadas de manera invisible y funcionando dentro de un mismo sistema, en un constante movimiento que produce afinidades, fricciones, tensiones, atracciones y rechazos.”
En este chocar de voces contra las rompientes del arte, nos encontramos con un juego objetual y metafórico propuesto por Elisa Aguirre (1954) en Objetos N°3, N°9, N°10, N°12, (1998), reencuentro atávico con la materialidad expresada en 9 utensilios que van en busca de un mítico pasado, como si mucho de nuestro hacer respondiese a una herencia histórica ligada al origen. Hecho escultórico que se topa con Poncho de nudos (2000), de Cecilia Vicuña (1948), quien borra los límites entre arte y artesanía recobrando una rudimentaria poética ancestral, de la cual se desliga radicalmente Rodrigo Vergara (1956), con un cuestionamiento al estilo desde una escultura lumínica hecha con jockeys próximos a La caída (2005), impugnando el precario equilibrio existente en el arte. Valor de intercambio originado a través de objetos cotidianos que participan en Sin título (repisa 2000) de Livia Marín (1973) y Lengua Materna (1997) de Alicia Villarreal (1957), y en otros donde el arquetipo abre paso al simbolismo, direccionando gran parte de este interesante repertorio, que articula propuestas materiales que quiebran, pero además dan cabida para que cada artista deje su impronta.
Así como Demian Schopf (Alemania 1975), emplea los medios digitales para crear una intertextualidad visual inspirada en la revolución capitalista neoliberal, refundando los códigos de la pintura Virreinal presentes en Pax – Dei (2001), insertando animales embalsamados, indumentarias de época y hasta un fusil M16. José Pedro Godoy (1985), recurre a la monumentalidad en Miedo a salir de Noche (2010) generando un espacio laberíntico donde la profundidad del cristal termina siendo una orgiástica trampa que pretende atraparte en su seductor filigrana de cisnes y copas. Apabullante proposición contrapuesta a Conflagración (1998), collage e instalación de 423 piezas donde Leonardo Casas (1974), vocifera contra la comunicación de masas, a la que se agregan Pablo Ferrer (1977) con su preocupación constante por la representación en Still life N°1 (2002), y la intervención digital de Andrés Durán (1974), en la que ficciona entorno al espacio público, replicando una “mejora” y/o Casa cartel (2002), configurando una mímesis del imaginario colectivo, presa de la hibridación. Axioma que tangencialmente se conecta con La bolsa de Noé (2011), donde Nicolás Sánchez (1981), propone una honda deliberación sobre la precariedad citadina. Video que se hace extensivo a Wildlife (2008- 2009) de Claudia del Fierro (1974), Pilar Quinteros (1988) con Muerte al Estado (2012) y Gianfranco Foschino (1983), con La pelota (2006).
Visualidad que también se nutre de otros ejercicios de resignificación no sólo conceptuales, sino materiales como sucede con Regina José Galindo (Guatemala 1974), quien al sumergirse en una duna de aserrín logra en Desierto (2015), apropiarse del espacio expositivo, creando un feed-back entre instalación, performance y fotografía. Instancia que también se expresa en Adolfo Martínez (1975), con Naomi (2017), imagen con la que entrelaza el fenómeno de la inmigración, la transculturización y la utilización del cuerpo como referente indesmentible.
En contraparte, Patricia Israel (1939 -2011), en El arte de la excavación (2001), ensayo gráfico donde reivindica el simbolismo del Húsar de la muerte, para reescribir parte de nuestra historia, generando un diálogo que apela a un sentido de identidad, desde la adjudicación del ícono. Coyuntura que incluso engloba la Geometría del Olvido (1974) de Alfredo Jaar (1956) con tres fotografías de Clotario Blest, donde el autor delega en el espectador la interacción entre la realidad histórica y la metáfora. Un trazado que por sobre la alusión contestataria, provoca estados de emoción encontrados, tal cual sucede con Norton Maza (1971) en S/T (2006), quien ex -profeso se sitúa en un bombardeo junto a Mario Navarro (1972) en The New Ideal line (Ojos Negros 2002), Síntoma que se replica en Pablo Langlois (1964) con La mirada ideal 3 (1996), creando situaciones ambiguas de montaje e interacción entre la pintura y quien observa un acto representacional que cruza tanto técnica como materialidad.
En definitiva, Lo que ha dejado huellas, es una oportunidad para conocer cómo el lenguaje de nuestra plástica se revitaliza, cambia de orientación, conceptualización y forma. Pero de por sí, para estar en antecedentes sobre cómo muta un hacer que nos representa como sociedad, con su movilidad, estancamiento, evolución o retroceso. Ciertamente un punto de quiebre entre el antes y el después.