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Beatriz Caravaggio | Different Trains

By 23 de enero de 2017No Comments

Different Trains es una obra comisionada por la Fundación BBVA a la video artista y documentalista experimental Beatriz Caravaggio. En exposición hasta el día 5 de marzo en el Palacio del Marqués de Salamanca (Madrid).

Existen episodios de la historia que a pesar del trauma, o quizás precisamente para que éste no se repita, no pueden ser olvidados. Al estilo de las grandes historias clásicas, o en el sucederse estipulado de la acción, posee tres tiempos: introducción-desarrollo-desenlace, lo que en el lenguaje musical se traduce en tres movimientos. Tres movimientos para la pieza homónima, Different Trains (1988), del compositor de música minimalista Steve Reich interpretada por el mítico Kronos Quartet. Tres movimientos desgranados en combinaciones de tiempos monocordes -algunas veces simultáneos, otras, ligeramente desplazados- en la obra de videoarte de Beatriz Caravaggio.

Como metáfora la imagen del tren se asocia a la vida o a las oportunidades: “coger un tren”, “dejar pasar un tren”, “perder un tren”, que determinan el destino de un individuo o de un colectivo. Pero no siempre se puede elegir. Steve Reich vivió forzosamente, siendo niño, la separación de sus padres, lo que le obligó a surcar los Estados Unidos de este a oeste montado en trenes cada vez más veloces, más asequibles. La admiración por la velocidad, el juguete de dimensiones reales, le permitieron obviar el verdadero motivo del viaje que no era el del pasatiempo ni el del juego, sino el de la ruptura familiar.

Si pensamos en viajes, en vidas quebradas, la gran ruptura tuvo lugar en los mismos años en la Europa de la Segunda Guerra Mundial. La peor parte se la llevó la comunidad judía que alcanzó en la fase llamada “la solución final”, coincidente con la infancia de Reich, el cómputo de miles de personas deportadas por día tan sólo desde la estación de Varsovia de donde proceden las imágenes de archivo. Una fábrica, un sistema industrial para exterminar en tiempo récord a un pueblo entero.

El tiempo transcurre aunque a menudo quede éste surcado por cicatrices, fragmentos de película documental, vidas que continúan a pesar de las heridas. En algún momento de su vida adulta Steve Reich relativiza lo acontecido en su infancia porque su suerte hubiera sido bien distinta de ser un niño judío al otro lado del Atlántico. Incorpora el trayecto sonoro, el traqueteo del tren, los silbidos de la locomotora, los tintineos de las barreras… como lenguaje musical de ritmos escanciados, repetitivos, de motor industrial, en la composición de una pieza reflexiva, un recordatorio del terror que en aquellos mismos años vivieron otros.

Unos prisioneros que se dirigían directamente a la muerte, sin conocimiento. Dispuestos en filas con sus únicos objetos personales en mano, en pequeñas maletas y sin alternativa.

Beatriz Caravaggio se ha servido de fondos documentales procedentes de numerosos archivos, públicos y privados, de todo el mundo para establecer un tríptico visual, otra forma de ruptura, en este caso gramatical, el número tres de nuevo. Es una obra concebida en gran formato envuelve a un espectador que difícilmente puede escapar de la fuerza de las imágenes que, como la música y siguiendo su ritmo y cruces melódicos, percuten al espectador. En principio se es cautivado por fotogramas que ilustran el avance de la tecnología locomotriz de la época. Poco se puede sospechar que la deriva visual de la potencia del tren, sus infraestructuras, el paisaje en continuo movimiento, los viajeros cómodamente sentados y concentrados en un periódico, va a concluir y a servir de nexo a Beatriz Caravaggio como contraste intenso de esa cotidianeidad, a otra más brutal, que también hizo posible el avance de la tecnología. De los viajeros a los prisioneros de los trenes de deportación del Tercer Reich. La música se va ralentizando y el tema, siempre el mismo, va tornándose angustioso y va cayendo en notas de ánimo apagado.

La mayoría de las tomas que Caravaggio ha usado para un montaje contemporáneo de esa realidad, proceden de un propósito escalofriante, de la intención del comandante Gemmeker de evitar el cierre del campo de tránsito Westerbork que la cancillería de Berlín consideraría en su momento oportuno. Del mismo modo que los judíos eran obligados a las mayores tropelías en detrimento de los suyos, fue también un judío austriaco y fotógrafo, el encargado de filmar esas escenas. Rudolf Breslauer. El pago le era demasiado caro como para negarse, conservar un poco más, unos meses más, su vida y la de su familia. Tres meses después tan sólo sobreviviría una hija.

Trenes bien distintos a los americanos, herméticos, sin vistas, abarrotados, varados durante días esperando una orden y con un fin: la muerte en ese mismo recorrido de cuatro días, o bien bajo la asfixia del verano o bajo la congelación del frío invernal, o el exterminio en las fábricas del crimen sitas en Auswitch y Treblinka. Las únicas escenas en aquel momento imposibles, desde el interior de los vagones, han sido extraídas por la artista de otro material de archivo de época distinta, un documental conmemorativo a las víctimas en los años 60 en otro de los más cruentos campos de concentración, Jasenovac en Croacia. Tomas fijas de pequeños agujeros, ridículamente pequeños en las traviesas de los furgones y rejillas metálicas ortogonales que forzosamente tenían que servir de respiradero a personas hacinadas en la oscuridad de un vagón concebido para animales. Tomas que fueron filmadas desde los trenes empleados en la deportación.

Las voces con sonido de casete, samplers, de la niñera de Reich y un revisor en el primer movimiento, y las de los supervivientes entrevistados procedentes de material de archivo de la Universidad de Yale, nos acompañan en lo auditivo de la composición de Reich y en lo visual en la obra de Beatriz Caravaggio. Palabras que comienzan con la excitación infantil “los trenes más rápidos”, “desde Nueva York a Chicago”, a las más oscuras “tenía un profesor muy alto”, “cuervos negros”, “invadieron nuestro país”, “y me señaló a mí”, “no más escuela”.

La guerra acaba, los campos son liberados por los americanos y por el ejército rojo, el armisticio llega y los pocos supervivientes, que sujetan fija la mirada a la cámara, son liberados. Las sonrisas exultantes “la guerra ha terminado” y una cierta incredulidad “¿estás seguro/a?”. El nuevo arranque del viaje, de la vida, muchos de ellos emigraron a Estados Unidos. Los rascacielos estáticos como fondo de esos trenes lanzados por los raíles, “los trenes más rápidos”, “pero ya no existen”. La memoria sí.

Revisa material de la exposición en su Sitio Web Oficial