Un 28 de julio, hace ya 186 años, el pueblo de la ciudad de París se levantó en armas situando barricadas por toda la ciudad. La revolución de 1830 significó el derrocamiento de Carlos X –un rey autoritario y conservador–, quien replicaba las estrategias absolutistas de sus antecesores. Su intención era controlar el poder con diversas acciones, entre ellas cerrando al parlamento y promoviendo acciones que coartaran la libertad de prensa. Para la gran mayoría de los sectores de la sociedad, sobretodo un grupo de liberales revolucionarios pertenecientes a la burguesía, esta última acción fue el coronario que inició el movimiento.
Eugéne Delacroix fue un artista francés (1798-1863), nacido después de la Revolución Francesa (1789), durante el pe
riodo napoleónico. Como artista se alejó de los cánones que regían los salones de su época y el perfeccionista estilo Neoclásico de sus contemporáneos – J.L. David o Ingres – y buscó inspiración en artistas como Rubens o los maestros venecianos del Renacimiento. Se fijó en el color, movimiento y emoción de sus personajes, antes que en el estilo formal o la técnica detallista de los trazos. Lo suyo era generar la sensación de movimiento y vitalidad, que lo entregado estuviera imbuido de una intensidad emocional: libertad expresiva. Acompañados de una técnica cercana a lo producido por los románticos ingleses o alemanes, donde el color adquirió más relevancia que la línea en la composición.
Es considerado como el artista romántico por excelencia por la pasión que incorporó a sus obras, expresado en la elección de temáticas relevantes para la sociedad y contingencia, que le brindaron –además– un escudo ante la frivolidad de muchos de los temas coetáneos. Cabe destacar también, la visión con la que enfrentaba a su trabajo – casi como una necesidad expresivo-combativa, como un medio de lucha que lo posicionaba como un actor social más, adelantándose a lo que haría Courbet unos años más tarde).
“Delacroix estaba apasionadamente enamorado de la pasión, pero fríamente determinado de expresar esta pasión de la forma más clara posible”
– Charles Baudelaire, poeta y amigo.
La Libertad guiando al pueblo es el mejor ejemplo del compromiso de Delacroix con su realidad, en palabras del teórico y crítico del Arte Giulio Carlo Argán, es el momento en que: “el arte deja de mirar hacia lo antiguo y empieza a plantearse el ser, a toda costa, de su propio tiempo”. Ciertamente se pueden realizar una serie de lecturas sobre el significado de la iconografía y las alegorías presentes en la obra; pero creo que podemos comprenderla también como una pintura que sobrepasa a su contexto, que se nos presenta como un grito de lucha que resuena hasta hoy en día. Es una imagen poderosa que demuestra la unión del pueblo ante una injusticia. En ella vemos representada a varios sectores de la sociedad: el burgués, los obreros e inclusive los jóvenes. Aborda la lucha ante las condiciones adversas de un gobierno opresor, sin dejar en claro al “enemigo” del pueblo, pues es una alegoría de la contienda y del poder, que se encuentra en nosotros para combatir aquello que sofoca a la libertad.
¿Qué ha cambiado desde la época de Delacroix y el Romanticismo francés? Posiblemente sólo encontramos diferencias con respecto a nuestros estilos de vida actuales, pero el núcleo central de cómo nos vemos como individuos, nos manejamos en sociedad, nos enfrentamos y organizamos ante una situación adversas, no se han modificado. Las luchas de poder siempre han existido, pero fue la Revolución francesa y la declaración de independencia de Estados Unidos –ocurridas en el siglo XVIII–, las que cimentaron las bases para romper de forma violenta con el status quo de una tradición que ya no responde a las necesidades de la sociedad. Y es inevitable, el ser humano en su condición de animal social, debe superar las estructuras obsoletas, modificando aquello que no sirve y construyendo nuevos sistemas que alberguen y representen a la mayoría. Eso en teoría, ya que seguimos conociendo casos de gobiernos que quieren perpetuar elementos de opresión y control de sus ciudadanos, que ahogan cualquier tipo de oposición utilizando viejas estrategias de terror pero afianzándose en las nuevas tecnologías para apoyar sus creencias. Aun así, el mensaje de esta obra no descansa en promover todo lo contrario, es un llamado al levantamiento, al no conformismo y al combate.Parece pertinente terminar citando al mismo Delacroix:
«He emprendido un tema moderno, una barricada, y si no he luchado por la patria, al menos pintaré para ella»