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“Es como si Arcimboldo, a la manera de un poeta barroco, explotara las «curiosidades» de la lengua, jugara con la sinonimia y la homonimia. Su pintura tiene un trasfondo de lenguaje, su imaginación es plenamente poética: no crea signos, los combina, los permuta, los desvía (tal como hace el obrero del lenguaje)” Roland Barthes
Giuseppe Arcimboldo fue un pintor italiano del siglo XVI reconocido por los retratos humanos que hizo a partir de elementos cotidianos y naturales. Su propuesta artística se basa en el juego generado por analogías que se transforman en metáforas: un casco que muestra una cabeza o un plato que actúa como recipiente de verduras son ejemplos de aquello. La delicadeza de Arcimboldo es que esta percepción no se muestra como simultánea, si no que rota entre ambos polos, es reversible.
“Vegetales en un cuenco (el jardinero)”, «El cocinero”, “el bibliotecario” son algunos de los títulos de sus obras. Todas ellas se engloban dentro del sentido común, en frases extraídas de la cotidianidad; decir que el arte de Arcimboldo es extravagante no es la mejor definición para acercarse a su poética.
Las obras narran una historia maravillosa que oscila en una doble articulación. Recuerdan a la teoría lingüística entre significado y significante, entre morfemas y fonemas. Por un lado se pueden descomponer en formas describibles a través de palabras con un significado particular, como si de una suma de morfemas se tratase: un “plátano”, un “racimo” de uvas, un “recipiente”, etcétera. Por otro lado, estas figuras como elementos aislados –como los fonemas o sonidos distintivos de una palabra– no significan nada.
Las cabezas que aluden a las cuatro estaciones se mueven entre la fertilidad y la descomposición. Están compuestas por materiales orgánicos, pero algo en su semblante, en su mortecina coloración las lleva al recuerdo lóbrego de la mortalidad que se acerca. Son un hervidero de sustancias vivas agrupadas en desorden. Como dice el semiólogo francés Roland Barthes, la obra de Arcimboldo “evoca toda una vida larvaria, la maraña de los seres vegetativos, gusanos, fetos, vísceras, que están en los límites de la vida, apenas nacidos y ya putrescibles.”
Es un juego que puede resultar repulsivo y generar un incómodo malestar. Las figuras pintadas destacan por sus rasgos hipertrofiados, monstruosos que se propagan como tumores por un rostro azotado por la enfermedad y la plaga.
Este hecho, que la pintura de Arcimboldo tenga una significación en dos niveles, entra a trasgredir la virtualidad de la imagen pictórica: lo que ve el observador va más allá de una mera analogía. En un comienzo ve el detalle de cada objeto puesto en el cuadro: un montón de frutas agrupadas. Se ignora el sentido total de la composición como un todo. Al tomar distancia el mensaje cobra nuevas dimensiones, se muestra como un absoluto. El resultado es una obra que abunda en recursos literarios, que está llena de metáforas, metonimias y alegorías.
Es un arte que oculta y muestra a la vez, que es claro y confuso simultáneamente, pero que nunca cae en la locura inverosímil.
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“It is as if Arcimboldo, in the way of a baroque poet, explodes the “curiosities” of the language, plays with the synonymy and the homonymy. His work has an undertone of the language, his imagination is completely poetic; he does not create signs, he combines them, exchanges them, he diverts them (such as the Vortumnus)” Roland Barthes
Guiseppe Arcimboldo was an Italian painter from the XVI century known by his human portrays based on trivial and natural elements. His artistic proposal was based on the game generated by the analogies that transform into metaphors; a helmet that shows a head or a plate that acts as a bowl for vegetables are some examples of his art. The fragility of Arcimboldo is that this perception is not showed as simultaneous, but as it rotates between both poles, as being reversible.
Vegetables in a Bowl (The Gardener), The Cook, The Librarian, are some of the titles of his pieces. All of them are encompassed inside of the common sense, in phrases taken from the daily life. To say that Arcimboldo’s art is extravagant is not the best definition for his poetics.
The pieces narrate a splendid story that swings in a dual articulation. They make us remember the linguistic theory of the signified and signifier, between morphemes and phonemes. On one side, they can discompose into describable forms through words with a specific meaning, as if it was a sum of morphemes; a “banana” or “bunch” of grapes, a “bowl”, etc. On the other side, these forms as isolated elements, as phonemes or distinctive sounds of a word, mean nothing.
The heads which make reference to the four seasons move between fertility and decomposition. They are made of organic materials, but something in their demeanor, in their dull coloring brings them to the gloomy memory of the mortality that approaches. They are a swarm of living substances grouped in commotion. As the French semiologist Roland Barthes explains “the work of Acrimbolso evokes all the larval life, the clutter of vegetable beings, worms, fetuses, bowels, which are in the limit of life, barely born and already putrescible”.
In a game that can turn to be repulsive and create an awkward discomfort. The painted forms stand out for their hypertrophied features, hideous, which spread as tumors through a face whipped by sickness and infestation.
This fact, that Arcimboldo’s art has a meaning in two different levels, it transgresses the potentiality of the pictorial image; what the observer sees goes beyond a simple analogy. From start the observer sees the detail of each object reflected on the paint; a bunch of grouped fruits. The total sense of the composition is completely ignored. By moving away from the painting, the message takes new dimensions, it is showed as a whole. The result is a piece full of literary resources, full of metaphors, metonymies, and allegories.
It is an art that hides and reveals at the same time, that is simultaneously clear an confusing, but that never falls into the misleading masness.
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