Naturaleza contra civilización, armonía versus caos, luz ante oscuridad. La dualidad de lo apolíneo y lo dionisíaco se remonta a los dioses griegos de Apolo, dios del sol, y Dioniso, dios del vino y la embriaguez. Fue Nietzsche, en su obra El nacimiento de la Tragedia, quien daría mayor alcance a esta dualidad tan conocida en el arte.
Apolo simboliza la armonía y serenidad de lo bello, la tranquilidad encontrada en el pensamiento racional y lógico. También hace referencia a la ilusión de las apariencias, al engaño de la belleza. Dioniso invita a todo lo contrario: la liberación a través de los excesos, la vida salvaje, el impulso y pulsión humana de hacerse con el objeto de deseo. El disfrute embriagado de la existencia, la ritualidad que libera.
En una oposición que se atrae, cada uno de estos polos supone la presencia del otro. Un ejemplo de lo apolíneo en el arte es la representación de la calma y luz contenida en lo divino. En la Europa Medieval esto se opone al demonio, o dios terrenal, quien encierra en sí el desenfreno e impulso vital propio de lo dionisíaco. También este goce placentero se podía ver en la antigua Grecia, en donde se llevaban a cabo carnavales en honor a la cosecha de vid. Se bebía vino y se ingerían narcóticos en un ambiente de absoluta permisividad.
En el Renacimiento El Bosco (1450-1516) retratará con virtuosismo la dualidad entre lo apolíneo y lo dionisíaco en su tríptico El Jardín de las Delicias. A la izquierda de éste se puede ver la simbolización del Paraíso emanado por Dios, quien es encarnado junto a Adán y Eva en la zona central-inferior de la obra. Corresponde a una visión bucólica del paraíso muy de acorde a los ideales de aquella época. Al centro se divisa el Jardín de las Delicias, en donde un grupo de hombres y mujeres disfrutan de diversos placeres de la vida, en una alusión a los pecados terrenales. En la zona derecha se escenifica los padecimientos del infierno.
Bosch: El Jardin de las delicias
Las guerras mundiales que marcaron la primera mitad del siglo XX influenciaron profundamente la sensibilidad de los artistas de aquel período. Surgieron movimientos vanguardistas que retrataban con crudeza el período entre guerras. Un ejemplo de aquello son los paisajes pintados por Max Ernst (1891-1976), que muestran un panorama desolador e infernal surgido como producto de barbáricas batallas armadas.
Max Ernst: Europa después de la lluvia
Otra cara de lo dionisíaco lo podemos encontrar en el arte de Frida Kahlo (1907-1954). Su obra posee un caótico vitalismo que retratan tanto el sufrimiento como los placeres que experimento esta mujer a lo largo de su vida. Se genera un choque entre la tendencia a la vida y la muerte, en un estilo muy introspectivo y a la vez revelador.
Frida Kahlo: Raices