Entro en un laberinto. No solo con los ojos busco la salida: mi mirada no es externa, estoy en él. Los laberintos no existen en la realidad como la geometría los ha permitido en papel, visualmente perfectos, múltiples, dispersos de vías que se anteponen a la guía del espectador como iguales.
Big Maze – Bjarke Ingels
No existen porque la espontaneidad no nació de una guincha de medir, ni una escuadra. Pero la guincha de medir y la escuadra sí surgieron de la espontaneidad.
¿Por qué sorprende estar inmerso en un laberinto geométrico que grandes murallas de madera? Claramente no porque sea inédito y nunca antes visto por la mente, sino porque la métrica perfecta que demanda llegar al encuentro de la salida, sí nace de la espontaneidad de un ser humano que necesita y trabaja por traer la idea a la materialización.
Y surge dentro de un espacio de techo alto dedicado a la visita del aficionado del arte, lejos del aire libre y lejos también de la libertad de conducción del visitante espectador.
Las instalaciones de arte, aquellas tan grandes como construcciones completas en macro formato, tienen la tendencia a llamar la atención no por su creativa imagen o figura presencial, sino precisamente por el ingenio y la perspicacia de atender del artista. Es una atención estudiosa, prácticamente indagatoria. Tomar un lugar para transformar una premisa y convertirla en algo que efectivamente consiga transmitirla amablemente, interviniendo en lo masivo y la colectividad del juicio es la hazaña que sorprende. Hasta dónde puede llegar un ser humano con las ganas de realmente influir en otros para hacer real lo que se conserva en palabras e ideas.
Entonces empieza a tomar forma la idea de crear con poco una emulación lo suficientemente atractiva a la interpretación del artista, un réplica perfecta de la idea. Por eso los materiales más diversos, simples, sencillos y cotidianos dan forma a majestuosas obras de arte, suntuosas, elegantes… Sobre todo imponentes y que aluden o ponen sobre la mesa debates de la más amplia gama de temáticas de la contemporaneidad.
Y son contemporáneas. Las instalaciones artísticas tuvieron su auge y proceso explosivo durante la década del 60, recién hace una décadas atrás. Y nacen de la idea de crear experiencias plausibles, experiencias artísticas u estéticas interactivas, crear ambiente a través del conceptualismo, llenar espacios de una misión en la que quien interviene finalmente con su postura es el visitante.
La instalación desde el punto de vista del artista es un regalo. Es tan volátil: nace en un lugar y cuando finaliza el cronómetro de la exposición no hay forma de coleccionarla, de meterla en una carpeta, situarla a los pies de la cama. La instalación es una maravillosa muestra de lo que el ser humano es capaz de hacer buscando traer la utopía a la práctica más empírica. Es abusar de la belleza y hacerla desbordante, abusar del formato y romper las leyes del tamaño y la proporcionalidad, abusar de la ambiciosa y ganosa intención de crear realidad desde lo onírico, desde la mente y darle forma.
Por eso es que llama la atención más que la clásica pintura, la escultura que demanda el tallado sobre mármol, la captura de un instante sublime e irrepetible, lo movible, lo adaptable, lo flexible. Y es atractivo, fuerza la atención, no la invita, la interpela a reaccionar a lo que parecía no tener cabida en un espacio y tiempo. Y es la forma que han adoptado muchos de los que investigan para sí cómo traer su mundo interior a la vista de todos y la misma forma de hacerle ver por insistencia y soberbia el valor y los alcances que puede tener el arte.
Mira algunas de las instalaciones más sorprendentes que guarda la historia del arte para sí:
- Yun Woo Choi
Yun Woo Choi
- Stuart Williams
Stuart Williams
- Sunny Park
Sunny Park
- Emilio Ambasz
Emilio Ambasz
- Anish Kapoor
Anish Kapoor