Cuando el Guernica se abre paso en la Segunda Colección del Museo Reina Sofía, actualmente en la ciudad de Madrid, España, de alguna u otra manera, todo se tuerce. Bien anticipados a la mera impresión y al impulso de una primera vista, que bien pudo a muchos dejar sin aliento, los administradores del recinto expositivo del arte contemporáneo mundial, dividen su manufactura en tres partes integradas que explican antes de enfrentarte así, sin más, a la obra de 1937, relato prácticamente vivo de la Guerra Civil Española, que el pintor Pablo Picasso pintó a mano alzada.
Entonces, tres grandes hitos. Juntos, relato vivo del bombardeo a Guernica de abril del mismo año de creación. Una mujer con sus brazos cansados sostiene a su hijo, ya en otras vidas. La muerte le pesa sobre los trazos cubistas, no sólo literalmente en una de las imágenes de la obra, sino en la mente y alma, en al menos, cuatro ocasiones más sobre el rostro, el semblante. Aquella imagen fue trabajada por el pintor español antes de ser llevada al lienzo original, en más de una decena de oportunidades, varias de las cuales, se exhiben en bocetos, haciendo de antesala en el recinto de arte a la exposición de la obra misma. No sólo conmueve, sino contrae. Se siente la torcida congoja sobre el cuerpo. Los sentidos son directamente interpelados por el más primitivo de los instintos del ser humano: el de la maternidad.
Entonces la desesperación, el ocaso, el desvarío y la angustia imperan literalmente. Los tonos oscuros se apoderan de la paleta de colores y este detalle, pese a que complementa, realmente no es necesario al ver el contenido. Sólo exacerba. Los rostros se muestran, no ocultan en absoluto lo que sienten, se abandonan a su vulnerabilidad y se entregan a la pérdida. De allí lo femenino que predomina y emerge en la escena, proviene de una brisa blanquecina que aparece desde el lado derecho de la obra, que nada tiene de esperanzadora. Es una niebla realmente, hacia la crudeza, hacia el retrato de una mujer y su hijo muerto en sus brazos, devorado por la necrocidad de un cuervo, sin vida: la muerte.
Por otra parte, lo animal, primitivo, salvaje. La sátira de la guerra, la imagen auténtica del galgo del guerrero, lo militar, lo de las armas. Un guiño de sonrisa desesperada e impaciente, rebela en el semblante del rostro del caballo, la impaciencia. Ganadores turbados, triunfos mentirosos, enaltecimiento de figuras engañosas. Su estirpe, la musculatura, el dorso se asoma en un toro, imagen símbolo de la madre patria, su estandarte. Ambos animales y su elegancia tiñen el cuadro de lo paradójico, el terror corriendo entre orgullos vanidosos y ambiciones, de apariencia perversa, sobre el limbo y sus dicotomías. La mujer pierde lo que engendró por honor a un símbolo, una patria descuidada en su sentido y, por supuesto, borrosa. Y el desequilibrio. el cubismo y su deformidad posan en pos de la exaltación de una idea y la geometría se enlaza con la perfecta irregularidad del cuerpo. Las bocas salidas, los ojos a ratos imperceptibles, la grandilocuecia del macroformato.
El Guernica;un desplome de cimientos, la manifestación perfecta de un tiempo sentido, con miles de asistentes a la muerte. Un observador presente y activo, que presencia en cada trazo, el tenor de una vivencia acelerada y un afecto que ronda lo caótico.