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Franco Lillo: el homo faber de la madera

By 15 de abril de 2016septiembre 12th, 2024No Comments

El Instituto Italiano de Cultura inicia su temporada de exhibiciones con Codex Urbinus, la más reciente exposición del joven escultor chileno que explora las posibilidades de la madera en diálogo con Leonardo da Vinci. Hasta el 6 de mayo, entrada liberada.

Imágenes cortesía de PVVG e Instituto Italiano de Cultura.

En su taller, Franco Lillo arrastra, pinta, quema, corta y lija troncos enormes, pesados, de hasta 300 kilos. Clava maderas recicladas y revive lo que ha sido desechado por la naturaleza con martillos, cinceles y otras herramientas que desde Grecia antigua no han cambiado nada. Se desplaza, transpira, forcejea y lucha, hasta que ─finalmente─ vence. Es un proceso de investigación en el que prueba y juega con los materiales, ve cómo quedan, los desarma, mira otros referentes y lo vuelve a intentar, a experimentar. Es como un obrero, un artesano, donde el rigor del trabajo ─del esfuerzo físico─ se impone. “¡El homo faber ahí está!”, exclama la experta en Renacimiento y Barroco, Victoria Jiménez, quien, además, es la curadora de su última exposición: Codex Urbinus.

skeleton

Se trata de una serie de esculturas en madera que dialogan en el espacio y entre sí para hablar del cuerpo, la anatomía, la vida, la muerte, el hombre y las potencialidades del material. Su trabajo se relaciona íntimamente, también, con los estudios que hiciera Leonardo da Vinci sobre la xylogenesis o el crecimiento proporcional de las ramas de los árboles. De esta forma, lo que el maestro italiano anotara en sus códices del siglo XV, el artista chileno lo experimenta racionalmente en sus esculturas del siglo XXI.

“Hay una analogía directa del códice de Da Vinci que se refleja en la obra”, explica Jiménez. Más aún. Mirar las esculturas de Lillo, dice ella, con sus troncos y sus intervenciones, es la maravillosa reposición de una semilla que estalla como en una explosión atómica y en donde Leonardo sigue siendo una fuente inagotable de inspiración. Pero, aunque evidente, la relación entre ambos no fue premeditada, sino que se dio de forma natural, casi intuitiva, orgánica. Como el crecimiento de un árbol.

Franco Lillo nació con una deformación en la columna ─escoliosis congénita era el diagnóstico─ y tuvo que utilizar una prótesis durante toda su preadolescencia, con un corsé amarrado hasta el cuello por seis años. “Todo eso subconscientemente se va reflejando en lo que yo hago”, dice.

De ahí parte su obsesión por la estructura y su inquietud por el cuerpo humano. Comenzó de niño moldeando la plasticina, imitando la anatomía de los dibujos que veía por televisión, de los animales y otras formas vivas que iba conociendo.

Siguió luego trabajando con el reconocido escultor Osvaldo Peña, su maestro, quien exhibe actualmente A la sombra del árbol en la Galería Isabel Aninat. Fue su discípulo durante cuatro años y hoy hacen clases juntos. Tienen miradas distintas pero se complementan: “Él [Osvaldo] se preocupa más de la figura humana. A mí me interesa el contexto, la figura humana en el espacio y cómo se transforma; los animales, los instintos, el ser humano racional”, explica Lillo.

¿Eso también incluye al espectador?
Un poco. No mucho. Me interesa más la relación que tienen internamente las esculturas. Hay vigas recicladas y troncos que tenía almacenados desde hace ocho años. Cuando empiezo a crear, ya estoy pensando espacialmente de acuerdo con las potencialidades que tiene la madera. Hay partes que no las toco: las limpio, las lijo y ahí se quedan. Y otras que las modifico 100%. Todo tiene que ver con el resultado que yo quiero obtener.

Y al igual que con tu columna, ¿hay un intento por enderezar las ramas en tus esculturas?
Yo creo que sí, pero muy en el subtexto. Intencionalmente quiero reflejar más el dinamismo, el revivir las maderas que estaban muertas, que ya estaban en desuso. Y hablar de ese tiempo, del proceso, de las maderas reutilizadas en contraste con las maderas naturales que se desgastaron y que ahora les estoy dando una vida nueva; hablar de las estructuras creadas por el hombre y las estructuras que crecieron chuecas.

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Articulatio

Así, por ejemplo, encontramos “Cutis”, un tronco ahuecado –mejor dicho, la coraza de un tronco– al que le han incrustado vigas de roble. La enorme coraza de más de dos metros se inclina en pendiente ascendente, desde el suelo hacia el infinito, como un cohete. Es también la piel que ha dejado un ser extraño, de otro planeta, o el refugio de cualquier otro que quisiera cobijarse en su interior.

Esta obra dialoga estrechamente con la siguiente, “Skeleton”, en donde una estructura natural, con ramas como soporte, extiende el resto de su esqueleto –cual alas quemadas– cortando el aire.

Da Vinci 1 (PVVG)Por último está “Articulatio”, la síntesis rugosa de un tronco enorme con articulaciones hechas con vigas de roble. Esta obra exige recorrerla, pues muestra una faz distinta en cada uno de sus ángulos. En unos, es un masa pesada y densa que lo llena todo; en otros, un intersticio por donde se cuela la voluntad humana y el capricho de la naturaleza.

Esta lucha feroz que Da Vinci observó y registró y que Franco Lillo materializa, se puede ver in situ hasta el 6 de mayo en el Instituto Italiano de Cultura, la primera de 5 exposiciones que tienen como pie forzado los “diálogos y desplazamientos transoceánicos entre Chile e Italia”. “Y es que al final todo llega a Italia. Es tan fundacional que no es difícil establecer el vínculo”, concluye Jiménez.