Bolognesa, paseante de Florencia y París. Trabaja en la ciudad del arte y en la cuna de mundo. Hace esculturas poco convencionales que llegan a derretir la capacidad abismal de contener y deconstruir. Globos, plástico, bombillas, paños en desuso arañados por el tiempo, pvc, cables, elásticos, más, otros, continúa.
Francesca Pasquali desafía el formato, vuelve lo pequeño, infinito; lo trivial, elegante; lo consumido, ya deslucido y acabado, una perene obra de arte. La belleza predomina en este despilfarro de color y grandeza que a primera instancia sorprende y a segunda mano deslumbra. La paciencia de esta italiana, al menos, debe provenir de un don de inexplorada procedencia.
Cortes precisos, rincones escondidos, relieves susceptibles de hurgar, recovecos, sombras y luces y despliegue componen campos orgánicos, superficies porosas y movedizas donde todo ocurre al tiempo en que sólo un par de ojos tienen el dominio de la observación. La misión es clara y opone aquel material industrial rescatado a los paisajes naturales, espontáneos y fluidos del planeta.