Si fuera posible leer la vida de una persona al mirar y tocar la estructura de metal de las esculturas de Sergio Castillo, tal como se pasa por las hojas de un libro, seríamos testigo de los temas que movieron a este artista chileno, sus amores, sus intereses y preocupaciones que reflejó en ese material tan duro, rudo y tosco, pero que después de pasar por sus manos se volvió dócil, maleable, elegante.
Sergio Castillo comenzó a trabajar el fierro por casualidad. A fines de 1957 viajó, junto a otros artistas que también estudiaban en la Escuela de Bellas Artes, a Italia, y una vez allí los invitaron a participar en una exposición. Todos partieron a comprar telas y pinturas, mientras que Castillo se consiguió un mármol para tallarlo. Pero el tiempo era escaso y se dio cuenta que ese trabajo le tomaría mucho tiempo. Caminado por las calles de Roma se encontró una plancha de fierro y, haciendo moldes de cartulina, se las ingenió para darle forma. Llevó el fierro a un taller de bicicletas para que lo cortaran con oxígeno, pero al momento de ensamblar las piezas las piezas de fierro se movían. Uno de los trabajadores le aconsejó que lo soldara. Castillo accedió y fue mágico. Al menos el escultor decía que fue mágico y que le cambió la vida. Nunca más trabajó con otra cosa que no fuera hierro.
Entre esculturas y envoltorios, Silvia Westermann, curadora de la exposición Sergio Castillo: Domador de metales y viuda de artista, explicó a Arte Al Límite los ejes de esta muestra que recorren los temas que obsesionaron al escultor y que trabajó durante toda su carrera: Política, Abstracta, Animales y Erótica.
Esta exposición, que se inaugurará el 1 de julio en el Museo Nacional de Bellas Artes, es un homenaje a los 90 años del escultor, que falleció hace casi cinco, y que presentará muchas obras que no se han mostrado al público anteriormente. Westermann explica que no quiso hacer una retrospectiva típica ni cronológica, sino que quería mostrar los distintos momentos del artista dentro de su contexto. “Sergio hacía lo que le impactaba en el momento, no se quedaba pegado durante 15 años con un mismo tema”, señala la curadora.
En la selección se encuentran algunas de sus obras políticas, como las que realizó durante su exilio, y que reflejaban los momentos que vivieron fuera de Chile. “Sergio no hizo lo que se llama el arte fácil, sino que tienes que sentir lo que quiso transmitir con sus esculturas”, explica Silvia Westermann. “¿Cómo sintió Sergio al torturado, a los presos políticos? En este cristo, que se llama Cristo de los Derechos Humanos. Es tremendo… este es un cristo torturado”, dice la curadora apuntando una gran escultura de fierro de un hombre crucificado con púas saliendo del costado y fierros recorriendo sus extremidades.
Otras obras como Derecho a la libertad, Homenaje a Martin Luther King, Libertad (que también es conocida como Congreso) y Democracia —una escultura imponente, de 3 metros— componen la parte política del escultor, quien no hacía bosquejos sino que trabajaba directo en el metal forjado, por lo que podía tener muchos ensayos de una sola pieza y que variaban en tamaño.
“Aquí hay una época —dice la curadora recorriendo con sus manos una obra de bronce soldado cubierto con una pátina, hecha después del golpe de Estado— en que viajábamos mucho, vivíamos entre Estados Unidos y España. Todas estas esculturas tienen algo que ver con el vuelo porque, mira, todas están paradas en un punto: no teníamos raíces. La escultura de Sergio es casi como una biografía”.
En esta sección de esculturas abstractas se encuentra Explosión (1965). La curadora cuenta que Castillo hizo muchas explosiones a lo largo de su vida, unas más curvas, otras más rectas, y muchas de ellas se hicieron en enormes proporciones. Por ejemplo, una versión de Explosión se encuentra en la Escuela de Agronomía de la Universidad de Puerto Rico.
Fue durante los 70, hasta comienzos del 73, cuando Castillo se avocó a hacer una escultura bastante erótica, pero en septiembre él y Silvia Westermann se fueron al exilio. “Después del golpe, como volaban las balas, a Sergio le dio tanta rabia que se encerró en su taller y empezó a hacer las peleas de gallos”, una de las cuales se podrá ver en la exposición.
Pero también, en Animales, se encuentran las últimas obras que realizó, antes de fallecer, como Ave Fénix del 2010; y un gallo, un pájaro y un toro que hizo en 2008, cuando ya estaba con oxígeno.
La obra de Sergio Castillo tiene una gran relevancia para el arte chileno. Silvia Westermann destaca dos cualidades: “Nadie puede negar que Sergio fue el primer escultor que trabajó la escultura soldada directa en Chile y uno de los primeros en Latinoamérica, y además fue el primer artista que hizo esculturas abstractas en un espacio público, en 1964. Eso también es innegable. En ese año hizo una para el Banco Edwards de Viña del Mar, una en las Torres de Tajamar, y hace un cristo para el Verbo Divino”.
“Yo creo que Sergio le abrió la puerta a muchos artistas jóvenes, y además de acercarse a la empresa para hacer esculturas en el espacio público, porque antes era estatal y sólo pedían monumentos. Entonces yo creo que fue un pionero en este ámbito”, reflexiona Westermann, conforme con el montaje de esta gran exposición, de la cual tuvo que dejar varias obras fuera, pero que, sin embargo, están las más emblemáticas, imponentes y elegantes.