Martin Parr | Un inconformista genial

“Quizás debiera quedarme en este pueblo como en una tediosa sala de espera”

– Jorge Teillier.

Digamos que el tedioso aislamiento no obedece exclusivamente a un problema geográfico, sino a cómo el hemisferio derecho de nuestro cerebro enfrenta la monotonía, creando grandes universos en pequeños mundos. Tal como lo hizo Martin Parr (1952), quien logró ver en los habitantes de Hebden Bridge, una pequeña localidad textil de Yorkshire (Inglaterra) a Los Inconformistas, gente de naturaleza autosuficiente y trabajadora que hace de la rutina (la cosecha, las fábricas y las minas), una forma de vida en la cual las iglesias metodistas y baptistas determinan su espíritu, marcado por un fervoroso tradicionalismo y sobre todo por el singular empuje de estas “capillas inconformistas”, que en ese entonces recorrían los campos atrayendo feligreses. Hecho sintomático que impulsó a este joven fotógrafo a iniciar un periplo que hoy hace estación en la Corporación Cultural de las Condes, con cerca de 70 imágenes captadas entre 1975 y 1980 por este referente indiscutido de la agencia Magnum, quien por cinco años se dedicó a capturar historias cotidianas detenidas en un aura atemporal y provinciana.

Acababa de terminar sus estudios en la Escuela Politécnica de Manchester, cuando junto a Susie Mitchell, su futura esposa, decidió abocarse a registrar rincones de una comunidad que terminaría siendo un enclave muy relevante en una obra que transcurre en la fábrica de refrescos de Lydgate, la Clivager Coal Company, el cine de Hebden Bridge, visitando a los guardabosques en la hacienda de Lord Savile o las nostálgicas capillas metodistas de Crimsworth Dean, sólo por mencionar algunos lugares que sellaron la vida de sus habitantes, quienes a la par de sobrevivir, luchaban por preservar sus costumbres, recuperar la fe y evitar el éxodo de las nuevas generaciones hacia las grandes urbes.

Un repertorio que surge de la espontaneidad y de un registro germinal en el cual el autor, aun no desenvaina el estilete de ironías que tanto lo caracterizan, y que él asume por su cuenta y riesgo – “Algunos me ven como un fotógrafo humorístico, pero cómo no serlo, si el mundo es un lugar divertido y la gente graciosa”. No obstante, esta obra nace del profundo contacto con la comunidad, muy especialmente con ese abanico de oficios y personas que se solazan con esos diminutos instantes, vividos cotidianamente por los criadores de ratones y palomas, los cazadores del urogallo rojo o los parroquianos del restorán de “Lady” de Willie Sutcliffe. Gente simple, dedicada a dar forma a estos lacónicos y bellos universos enmarcados en el rigor melancólico del blanco y negro, primariamente influenciados por los lentes de Garry Winogrand y Tony Ray Jones (1941-1972), como un pequeño desliz, distanciado de la reverberación cromática empleada por Parr en los 80’, donde además es seducido por el color y el trabajo de William Eggleston y Stephen Shore, y por exacerbar aun más ese tono sarcástico que se expresa sin empachos en su icónica serie The Last Resort (1986), captada en la costa de New Brighton (Liverpool), y observada por el ojo crítico de David Lee: “La clase obrera aparecía gorda, simple, sin estilo, tediosamente conformista e incapaz de ninguna individualidad, una diversión para una audiencia más sofisticada”.

Por lo mismo, el mérito de Parr en Los Inconformistas, radica en desentrañar los entretelones de una realidad que por su proximidad parece no ser interesante. Sin embargo, como asegura Marcel Proust: “El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino nuevos ojos”. Ver en el cliché un mecanismo donde el fotógrafo penetre la inmanente precariedad del entorno, sin que su presencia intervenga la “insularidad pueblerina”, mimetizándose y dando visibilidad a aquello que usualmente es imperceptible, aunque siempre ha estado ahí, como parte de un ceremonial, forjado desde la ritualidad más cotidiana. Esa que sin percatarnos hace que la gente común tome hora en la Peluquería itinerante de Heptonstall, para asistir a una Fiesta en la calle por el jubileo de la Reina Isabel II, o para celebrar con muffins y panecillos el Té del aniversario de la capilla metodista de Boulderclough, como si se tratase de un deslumbrante espectáculo.

GB. England. West Yorkshire. Halifax. Reflecting Roadstuds Ltd. The cats’ eyes are sprayed silver numerous times. 1975.

 

Desde luego Parr, se toma licencia para hacer que lo pedestre no sólo llame la atención, sino que exceda la pasividad de lo doméstico, mediante una radiografía costumbrista torneada por quien es capaz de tender un puente entre el arquetipo y una historia que deja abierto su final. Espacio propicio para que el recato y el encanto se unan para formular un dossier a escala humana, de cuya aura poética se desprende además de la autenticidad de esas comunidades absortas en su realidad, la belleza de un mundo –que por desconocido– sitúa al autor como el precursor del “nuevo documentalismo”, y en ser uno de los fotógrafos más reconocidos de nuestro tiempo, con premios tan importantes como el Erich Salomon de la Sociedad Alemana de fotografía (2006), El premio PhotoEspaña (2008) y últimamente, el Contribution to Photography, de Sony World Photography Awards (2017). Eso sin contar las innumerables exposiciones realizadas alrededor del mundo por el actual comisario y presidente de la Agencia Magnum, Martin Parr, un inconformista genial, que pese al éxito, sigue sintiéndose uno más: “En un país tan estratificado socialmente como Inglaterra, me siento en el medio”.

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