Filtraciones de Federico Galende: La historia se pasó en limpio a sí misma

El libro Filtraciones de Federico Galende no pretende ser un libro de arte, según el mismo autor: “es un libro que hace del arte el síntoma de muchos de esos descampados que en este país sigue siendo urgente llenar un día con una conversación pública y abierta”. En sus más de seiscientas páginas, se reúnen una serie de 45 entrevistas a diversos agentes de la historia del arte en Chile, entre artistas, filósofos, escritores o críticos.

El título Filtraciones corresponde a la idea de una conversación que fluye libremente entre las grietas de la historia oficial, cada entrevistado comenta desde su experiencia después de un cierto período de observación y reflexión. Lo interesante es que se habla sobre una escena ya constituida, de hecho validada, pero que no se encuentra exenta de mitos. Galende prefiere la conversación como táctica periodística, pues la informalidad y soltura de esta conlleva a reflexiones más personales (que pueden incomodar a su  interlocutor) incluso actúan como detonantes para afianzar la memoria, buscando exhibirla y no reconstruirla.

El periodo que comprenden estas entrevistas se sitúan entre las décadas de los sesentas y noventas, abarcando una gran parte de las crisis artísticas que se han manifestado en nuestro país. Se suele caer en la idea de que lo político del arte chileno se reduce a la dictadura, sin embargo, esta trampa no comprende otras crisis importantes como:

las políticas de la escuela de Bellas Artes y su desmantelamiento, crisis de la representación contra muralismo y cartelismo, la serialización del grabado, la fotografía, los nuevos soportes, el experimentalismo, el conceptualismo, la gestión cultural, el comercio del arte, entre otras.

El libro se divide bajo tres momentos fundamentales, el primero tiene que ver con los años en dictadura, el cierre de universidades y los nuevos autores que invadieron el territorio teórico chileno, tales como: Barthes, Foucault, Derrida, Deleuze, Kristeva, Guattari, Benjamin, Sontag. Se nos presenta el “problema” de la pintura que, paradójicamente, no comienza su crisis en este momento sino que era algo que ya venía ocurriendo previo al golpe, al interior de la Escuela de Bellas Artes. Galende cuenta la anécdota del ingreso a la universidad de Samy Benmayor: “Acababa de ingresar por fin a la carrera de arte de la Chile, compra todos sus útiles, está parado frente a la tela en blanco con el maletín que contiene los acrílicos, los pinceles y el resto de los utensilios y, entonces escucha que la pintura ha muerto.”

En este periodo el fin y el retorno de la pintura eran contemporáneos, la representación y crisis del modelo conviven con el arte efímero y objetual. En este contexto se realiza la exposición Delachilenapinturahistoria de Eugenio Dittborn, dando un vuelco a lo tradicional en el arte chileno: “Modificándose en su interior la relación entre la manifestación de lo visible y la estructura de lo decible”. Dentro de toda la experimentación artística donde cabe mencionar artistas como José Balmes, Gonzalo Díaz, Carlos Altamirano, Carlos Leppe más los colectivos como el TAV (Taller de Arte Visuales) con el grabado o el CADA (Colectivo Acciones de Arte) con sus intervenciones en el espacio público, es que aparece Márgenes e instituciones de Nelly Richard. Que termina aplicando el término “Escena de Avanzada” a todas esas prácticas heterogéneas.Por supuesto, algunos artistas se reconocen en este concepto pero otros de frente se desligan. En Filtraciones podemos leer o re-leer sobre estas disputas para darnos cuenta que la historia oficial tendía a limpiar esta escena, presentándola ya digerida.

El segundo momento es el periodo de la vuelta a la democracia, se entendía como una suerte de recambio generacional de artistas, Galende comenta que se leían a sí mismos como: “catastróficamente optimistas y alegremente nihilistas.”  Y que se alejaban del doliente concepto de trauma.  La desaparición del toque de queda comienza a trasladar la discusión artística desde la academia hacia los bares y cunetas, la universidad (como la Chile o la Católica) también perdería su hegemonía: “había llegado para hacer de la artesanía un dispositivo de encuadre y privatización del arte, pero pasó por alto la necesidad artesanal del arte para hacerse público y desterritorializarse.” 

Guillermo Machuca cuenta de su ignorancia respecto al arte moderno en el año 84 u 85, apelando a su educación en la universidad de Chile: “estábamos con Langlois en un bar de barrio Bellavista, ya pasada la medianoche, y en uno de los muros del local había una fotografía en blanco y negro que mostraba lo que para mi no pasaba de ser el retrato de un travesti elegante europeo de principios de siglo (…) se trataba nada menos que de una de las célebres versiones de Rose Sélavy de Marcel Duchamp.”

Mario Soro también propone su mirada crítica al pasado, particularmente a la dictadura del significante de la Escena de Avanzada: “Una obra como la de Leppe exudaba estos híbridos con una fuerza enorme pero no era reconocido por el discurso. (…) La Escena de Avanzada nunca reconoció otro instante que no fuese el marco de referencia semiológico, y eso fue así desde un principio”. Pero finaliza su entrevista confesando que sintió cierta simpatía por la Avanzada al entrar a la Católica.

La tercera y última parte del libro trata de la actualidad, donde la práctica artística chilena lleva tiempo comercializándose en el ámbito privado pero también se expone en ferias o bienales internacionales. Galende en su conversación con Patrick Hamilton le propone su propia cronología generacional del arte chileno: “la primera remite a la caída del artista comprometido y la emergencia de la Escena de Avanzada, donde el trauma es una especie de divisa; la segunda remite a la generación más new wave de los 90’s, y la tercera es ésta, la de los más jóvenes, donde surge algo así como la carrera artística.” A lo que Hamilton le contesta que su generación logra desembarazarse de la Avanzada: “Como todos los manifiestos, como el de Breton por ejemplo. El resto da lo mismo, quién perteneció, cuándo se pelearon, qué obra era más representativa de ese discurso, todo eso da lo mismo porque queda en condición de anécdota.”

Finalmente, esta serie de conversaciones invitan a repensar la historia, a criticar lo que se nos da por verdad. En estos tiempos donde la posverdad es meme es cuando cada lector tiene (y ejerce) su derecho a construir una opinión propia. Pedro Lemebel con su sentido del humor característico define muy bien esta idea: “Porque el primer libro de esta vaina yo no lo leí, me contaron que ahí está la casta. Y nosotros seríamos el lastre. Entre la casta y el lastre. Buen título ¿no?”

Comentarios

comentarios

No Comments Yet

Leave a Reply

Your email address will not be published.