Sebastián Errázuriz/El arte de anticipar

Desde situaciones pedestres y domésticas a sucesos de insospechada trascendencia, nuestro oráculo interno activa inconscientemente la obsesión por vaticinar. A partir de esa perspectiva El principio del fin, termina siendo una profecía auto-cumplida que culmina en una elucubración de quien supone tener la capacidad sobrenatural de visualizar el futuro. Para Sebastián Errázuriz, en cambio es una señal de alerta que lo insta, tras 12 años de residir en Nueva York, a desplegar en la Sala Corpartes una puesta en escena multidimensional, con la que advierte sobre el predominio absoluto de la tecnología y una inminente domesticación digital.

Entre paréntesis, este proyecto además de augurar las consecuencias de estar hiperconectados, supervigilados y atomizados por un enjambre de redes en las cuales estamos injustamente entrampados, sitúa al individuo como figura central a merced de un avance que de por sí vulnera el umbral de la confidencialidad (data breach), donde todo se filtra, donde todo se derrama y arrasa cual tsunami con tu privacidad. Escenario en el cual Errázuriz, traza los lineamientos que guían un montaje determinado por una profecía apocalíptica, donde el artista inicia el recorrido proyectando 50 pantallazos noticiosos, junto a una decena de teléfonos celulares donde reflexiona sobre el impacto que trae aparejado este big bang tecnológico – “La posibilidad de tener el poder de la inteligencia artificial, es la posibilidad de tener el poder absoluto”.

«Envestir a los hechores de esta hecatombe como insignes dignatarios de grandes imperios»

Momento en que Errázuriz aprovecha para remarcar el rasgo fetiche que reviste a toda la iconicidad estatuaria clásica (greco-romana) y desenvaina su conocida suspicacia al “glorificar” a los responsables de esta superestructura: Jobs El profeta, Zuckerberg El nuevo opio, Bezos La nación corporativa, Musk Exilio y fuga, emplazándolos en el atrio y el banquillo de una solemnidad que implícitamente los somete al juicio público.

De este modo, la encarnación del poder toma forma e impostura, luego de envestir a los hechores de esta hecatombe como insignes dignatarios de grandes imperios (Facebook, Apple, Amazon, etc.), que por si fuera poco están nominalmente amparados por el fáctico poder de las corporaciones y los gobiernos, personificados en El Estado Policial, con Putin, Xi Jinping, y Trump.

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Otro aspecto a destacar es sin duda la concepción antagónica de la propuesta, ya que si bien interpela a la tecnología, recurre a ella para crear una ambivalente visión que no es otra cosa que la continuación de un cuerpo de obra con la que Errázuriz acostumbra ironizar, creando a un sujeto que se vuelve objeto, por medio de esculturas moldeadas en 3D e impresas en formlabs 2, y secundado por una atmósfera conformada además por una serie de propuestas visibles sólo mediante dispositivos inteligentes y haciendo uso de la realidad aumentada (Allwold). Recurso que debe interpretarse como una eventual metáfora virtual con la que resitúa el marco representacional, enfatizando sobremanera el rol del visualizador, quien “spoilea” un inminente desastre– “Es en este caso, en que los seres humanos y nuestra evolución se detiene y la evolución que nos sigue deja de ser biológica y pasa a ser una evolución digital”.

«Pretende hacer que el mundo no continúe tal cual está y termine crasheado, muteado»

Así, ad portas del colapso Errázuriz da cuenta de los insospechados alcances del poder, la diversificación de los dispositivos de control y su irrefrenable expansión de la inteligencia artificial. Convengamos eso sí, que la propuesta no se restringe sólo al hecho de asimilar un anuncio poco auspicioso, al contrario, apela a instalar un debate que propicie fuertes cuestionamientos a estos nuevos paradigmas virtuales y una discusión global que de antemano genera cierta resistencia e inadecuación a una profecía fundada en torno a la pérdida de los tradicionales modos de relacionarnos. Tal como lo adelantara Edward Snowden –“No quiero vivir en un mundo donde todo lo que digo, todo lo que hago, todo lo que hablo, toda expresión de creatividad, de amor o amistad quede registrada.”

En ese marco, más que una premonición hay que entender este Principio del fin como un transitar en un estrecho margen, lugar donde Errázuriz, consecuente con su trayectoria, establece una relación de divulgación con la que desde la alerta articula un proceso de figuración como una forma de impugnar una realidad artificial, que pretende hacer que el mundo no continúe tal cual está y termine crasheado, muteado y al arbitrio de un puñado de app’s. Tentativa no menor considerando que exponencialmente, no hay nada que crezca con la progresión de la tecnología. Por fortuna esto es sólo el principio, pero así como vamos, de un día para otro seremos reemplazados e instados a operar nuevos y sofisticados aparatos, que a su vez operarán a otros con otros aparatos y así, ad infinitum.

Por último, esta muestra debe verse además como una bitácora que registra el impacto de las tecnologías emergentes, en un viaje donde se hace necesario un viraje, para que el individuo vuelva a ver su espacio interior, y que pese a su evidente dependencia, abandone las pantallas y la automatización de las prefabricadas realidades y se vuelque a ver su mundo como una opción posible, separada de las redes y del asfixiante vaho de las comunidades, que lo único que pretenden es hacer que respires como ellos respiran y pienses como ellos, o peor todavía, te inserten un chip para que digas y hagas lo que ellos quieren. Por lo mismo, no debemos verlo como un hecho circunstancial y dejar que el fin se inicie y triunfe La élite de los ciborg.

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